CAPÍTULO 29

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Así es gente, he vuelto a las andadas. No voy a andar con boludeces ni gritando, eso ya lo hice en el anuncio que publiqué hace minutos. Vayan ahí si esperaban eso, y dejen su respuesta si les pinta. 

Solo me resta pedir disculpas por la gran tardanza, y agradecerles su paciencia. Acá tienen lo que estuvieron esperando, disfruten el capítulo. 

A lo largo de todo lo que llevaba en vida, le sería difícil recordar pequeños detalles de pequeñas situaciones y experiencias a las que muy probablemente no le daba ni un poco de relevancia. Era parte de su fría naturaleza, a pocas cosas le daba relevancia y si no lo hacía, era cuestión de azares si lo recordara o no.

De todas formas, era algo normal de la mente. No recordamos ciertas palabras, objetos, o situaciones hasta que experimentamos circunstancias similares que refresquen la memoria. ¿Quién alguna vez no lo ha experimentado?

Quizás oíste alguna anécdota de algún amigo, y eso justamente te hizo recordar alguna peculiar situación que viviste, sin saber que tu memoria guardaba ese recuerdo. Lo mismo sucede al ver distintos objetos, leer algunas frases, experimentar ciertas situaciones.

Aunque uno tenga una muy mala memoria, o vulgarmente dicho, una memoria de pescado, se debe saber que en realidad la memoria es muy extensa y guarda cientos de cosas que, aunque creas que no están allí, se mantienen vigentes. Solo necesitan un buen baldazo de agua fría para que se refresquen y florezcan en nuestra mente, de una forma ciertamente espontanea. Curiosamente, hay ocasiones en las que sin hacer absolutamente nada, solo estando relajado y con la mente tranquila, te trae el recuerdo de algo que viviste.

Como ya se había mencionado antes, no era una cualidad de Kratos el ponerse a recordar pequeñas situaciones de su longeva existencia. Y, sin embargo, ahora que estaba recostado contra la pared de la sala de vigilancia que mostraba en pantallas los combates de alumnos versus profesores, con sus brazos cruzados y ojos cerrados, un recuerdo pequeño y a la vez vivo llegó a su mente.

Recordaba ser un bastante tiempo antes de que Atreus si quiera estuviera en el vientre de Faye. Obviamente, poseía su cuerpo y apariencia mucho más adulta y madura, la cual caminaba con nada más que un cuchillo en la cintura como arma de defensa entre los incontables árboles que rodeaban y conformaban el bosque donde alguna vez estuvo su hogar.

La nieve no estaba tan presente como se lo podría suponer, aún estaban entrando en la época de otoño; y las hojas de los abedules apenas si descendían en un elegante desliz con las ligeras corrientes de aire que meneaban una peculiar cabellera castaña frente a sus ojos inmutables.

Siempre vio su cabello como fuertes hilos que le solían robar la atención, cada vez que el viento los hacía bailar. Aquella esbelta figura de una mujer, que guardaba en su espalda una conocida hacha con una runa en forma de orca bajo el puño. Ella se giró para mirarlo, y le sonrió con un pequeño toque de dulzura.

Él se había quedado observándola unos segundos, apreciando un momento de comodidad y calidez, concentrado en aquella mujer. Partes de sus cabellos estaban trenzados, vestía con ropajes de animales que le dejaban al descubierto los brazos, y eso le daba lujo a un nuevo detalle. Ella tenía tatuajes o quizás eran runas pintadas con alguna tinta azul, no lo sabía, solo sabía que esas marcas recorrían sus brazos y hasta pintaban sus dedos. Algo que siempre le solía llamar la atención, era ese pequeño sombrado negro en sus brillantes y llenos de vida ojos de tono azul.

—Farbauti, ya casi estamos — La mujer llamó su atención, mientras se apoyaba sobre su cadera —Si recuerdas el lugar donde lo dejamos, ¿no? ¿O debo volver a mostrarte el camino?

En respuesta, Kratos evitó alguna reacción y continuó caminando, esta vez tomando la delantera. Y a su vez, decidió responder —Si lo recuerdo, Faye.

Un espartano en un mundo de heroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora