XVII

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—Wow, la reunión de padres debió de ser durísima.

Kaminari muerte su mejilla haciéndose el desinteresado. Un par de ojos curiosos le analizan desde que ha entrado al aula y él se pregunta en qué momento es que sus pequeños han cogido tanta confianza con él como para rodear su escritorio y preguntarle por la reunión del día anterior como si nada.

Sus pequeños.

Joder. A lo mejor él también había comenzado a tenerles cierta estima a todos.

No tiene muchas ganas de lidiar con esta conversación cuando, en primer lugar, podrían haberle preguntado directamente a sus padres, pero supone que si le estaban atosigando a él en ese momento es porque no les habría servido de mucho esa primera opción.

Parece como si hubiera envejecido cien años, sensei.

Una sonrisa cínica escapa de sus labios. Sabe que no ha dormido y que debe tener unas ojeras kilométricas, pero no esperaba tanta sinceridad de sopetón. Saca algunos libros de su maletín y los mira alzando una ceja, pidiendo silenciosamente que tomen sus respectivos asientos. Cuando los niños ven que no sonríe, sino que los mira algo serio, todos corren hasta sus pupitres sin rechistar.

—¿Fueron muy duros usted? —pregunta una voz, rompiendo el silencio.

Kaminari se encoge de hombros y se gira a la pizarra, escribiendo la programación del día. Suele hacer eso para que los más despistados del aula puedan seguir el ritmo de las clases durante el día sin perderse (ordenar las cosas que tenía que hacer y hacer listas siempre le había venido muy bien a él también, teniendo en cuenta que siempre ha sido la persona más desorganizada y olvidadiza de su clase desde que tiene memoria).

—Solo hablamos de cosas aburridas de adultos, chicos —les dice cuando suelta la tiza y retira con tranquilidad el polvo de sus manos —. Y no es que piense que no seáis lo suficiente maduros como para entenderlas, solo pienso que no os corresponde preocuparos por este asunto.

¿De qué serviría contarles nada? No era responsabilidad de los chicos hacerse cargo de su problema, sino de aprender y tener un buen rato en clase (cosa que él siempre intenta). Con una sonrisa que es más suya y menos falsa, apoya sus manos en sus caderas.

—Además —continúa diciendo, captando la atención de todos—, espero que no hayáis olvidado que tenemos un teatro que sacar adelante.

Las exclamaciones no tardan en aparecer y en menos de un minuto los chicos ya están gritando entre ellos, sonriendo y hablando con felicidad. Los ve discutir sobre qué obra deberían interpretar, quienes podrían ser protagonistas, si podrán invitar a sus amigos de otros colegios...

El pequeño festival cultural está a la vuelta de la esquina y se respira emoción por cada rincón del colegio. 

—Oh —dice una voz sobre el resto, que Kaminari rápidamente distingue como la de Sakura— pero, ¿y el escenario?

Nadie parece entender de lo que habla y la chica los mira a todos como si lo que estaba diciendo fuera lo más obvio del mundo.

—Habrá que preparar las diferentes escenas, ¿no? Ya sabéis: dibujar paisajes, buscar el attrezo...

—¿Cuál es el problema? —pregunta un chico del fondo.

Kaminari se apoya en la pared cruzando los brazos, viéndoles con curiosidad.

—Que no hay tiempo. Si tenemos que encargarnos de todo... realmente no vamos a poder.

Toda la clase guarda silencio. Unos ceños fruncidos aparecen en algunos rostros y Kaminari ve cómo la mayoría ha bajado la cabeza, pensando una solución a ese problemilla que no habían tenido en cuenta.

—Puedo hacerme cargo de eso, chicos —ni siquiera sabe lo que dice, pero ya es muy tarde para retractarse de sus palabras porque todos sus alumnos le miran con estrellas en los ojos que consiguen derretirle al instante—. No os preocupéis, dejadlo en mis manos.

Los alumnos saltan de alegría ante sus palabras, y Kaminari sonríe aún más. Probablemente pasaría muchas noches más sin dormir y tendría que comprarse otra agenda para organizar sus nuevas responsabilidades, pero valía la pena.

Valía la pena si sus alumnos eran felices con eso, aunque él tuviera que esforzarse un poco más. No era la primera vez que lo hacía, tampoco, y el resultado siempre valía la pena todo ese cansancio sobre sus hombros.

Sin embargo, mientras él sonríe y un bostezo escapa de su boca (porque, joder, realmente es demasiado temprano y él no ha descansado nada), de reojo es capaz de notar un par de ojos que no se quitan de encima suya y Kaminari, cuando descubre quién es esa personita que le observa, se da cuenta de que tiene otro trabajo en manos que ya ni recordaba.

Conseguir que Eri participe en el teatro de alguna forma u otra.

Una Mente Brillante | ShinkamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora