XIX

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Si alguien le hubiera dicho alguna vez al pequeño Kaminari que crecer llevaba implícito no ser capaz de aguantar en la misma postura por más de media hora seguida sin sufrir calambres y dolores musculares después, seguramente sus ganas de ser adulto se hubieran reducido a la mitad en un abrir y cerrar de ojos.

Con un suspiro, Kaminari despega la cara del cartel que pinta y se queda rodillas mirando su obra de arte antes de estirarse haciendo sonar parte de los huesos de su espalda. Tiene que dibujar un par de escenarios más, tampoco muchos porque la mayoría se repetirán a lo largo de la obra, pero eso no quita que sean jodidamente grandes (obviamente, pues tienen que cubrir todo el fondo del escenario). Una parte de él cree que no conseguirá acabarlos a tiempo, y la otra le alienta a echar unas horas más de su tarde para adelantar trabajo.

Una vez que acabe lo que tenía planeado hacer ese día, tendrá que volver a casa a corregir y seguir planificando las clases de la semana. Eso significa que tendrá que cenar con la vista fija en los exámenes de sus alumnos, y que no podrá dormir hasta entrada la madrugada. Por la mañana, se despertará unas horas antes e irá al colegio para continuar trabajando en los fondos de la obra antes de entrar a trabajar.

En realidad, Kaminari lleva con esa locura de rutina (una que apenas le deja tiempo para pensar en él) un par de días. Unos días que han sido un auténtico infierno.

Está pintándolos en el pabellón del colegio. Como hace tan buen tiempo la profesora de educación física lleva a los chicos dar sus lecciones al aire libre y le ha dado permiso para extender en el suelo los extensos rollos de papel que tendrá que ir pintando conforme avance el mes.

Y ahí, en la soledad del gran pabellón, es donde ha estado pasando la mayoría de su tiempo libre.

Kaminari frunce el ceño mirando lo que ha pintado hace un segundo y se agacha de nuevo para perfilar con el pincel una línea que se le ha torcido sin darse cuenta, probablemente a causa del cansancio. A su izquierda, la puerta del lugar se abre tímidamente produciendo un sonido que retumba en eco por el silencioso lugar y que le obliga a erguirse sobre sus rodillas para mirar a la persona que asoma con inseguridad la cabeza por las grandes puertas.

Por un momento, Denki cree que oler pinturas tanto tiempo seguido debe de haberle colocado un poco, porque lo que está ocurriendo no tiene sentido ninguno.

Hitoshi abre los ojos con alivio cuando le ve, como si le hubiera estado buscando (lo cual es absurdo teniendo en cuenta que no hay razón para ello) y entra al pabellón cerrando la puerta a sus espaldas, dirigiéndose a él mientras se rasca nerviosamente la nuca y comenzando a hablar antes de que lo haga él.

—Eri me comentó que los padres estaban viniendo a ayudar con la obra —le dice, mirando a su alrededor muy confundido antes de volver su atención hacia él. Kaminari se levanta del suelo y sacude sus rodillas con torpeza—¿No ha llegado ninguno aún? Agh, ¿es que me he equivocado de día? No sería la primera vez.

—Bueno —comienza a explicar el rubio, mirando a un lado y mordiendo su mejilla—, en realidad... solo estoy yo —y como por la cara que está poniendo Shinso parece que no termina de comprender lo que le está diciendo, añade: —Siempre.

—¿Solo tú?

—Ehm... sí. Soy más hábil de lo que parezco, lo juro.

Una especie de sonrisa aparece en el rostro del contrario y el estómago de Kaminari se cae al suelo explotando en cientos de mariposas porque, joder, ¿por qué siempre tenía que sonreír así cuando él estaba cerca?

—No lo decía por eso —responde  lanzando una mirada a los materiales esparcidos por el suelo y los kilométricos rollos e papel en blanco que debe decorar, antes de mirarle directamente a los ojos con una mueca preocupada—. Es solo que... ¿no es mucho trabajo?

Sí. Sí lo es. Ayuda.

Ni siquiera sabía si lo tendría a tiempo.

—No te preocupes —evade rápidamente Kaminari con una sonrisa que esconde su nudo de garganta—. No hay nada que un súper-profe no pueda hacer.

Hitoshi ríe, tapando su boca con el dorso de su mano. Kaminari sufre cinco infartos seguidos.

—Bueno, yo no soy un súper-profe, ¿pero puedo ayudar?

Seis infartos.

—¿E-estás seguro? ¿No tendrás problemas en el trabajo si desapareces?

Hitoshi niega y remanga su camisa, agachándose a su lado mientras le explica:

—Por la mañana trabajo como voluntario en una protectora de animales —como si supiera perfectamente lo que hacer, agarra un pincel limpio que encuentra en el suelo y lo moja en la pintura verde que estaba usando el rubio unos minutos atrás —, pero por la tarde suelo tener turnos en el hospital veterinario de la ciudad. No ocurrirá nada si desaparezco algunas horas... Siempre y cuando me encuentre fácilmente localizable para cualquier emergencia.

Kaminari no dice nada, sino que le observa repasar las líneas de un árbol a medio rellenar. Le observa fruncir el ceño cuando se mancha un poco, cuando sonríe al levantarse para observar lo que ha pintado, cuando sin querer eleva la mirada para verle y le pilla mirándole, cuando levanta el rostro y suspira agotado tras una hora seguida de trabajo.

Kaminari le observa con nudo caliente en el pecho y le deja ayudarle, pensando que podría mirar a Hitoshi por horas y que nunca se cansaría de hacerlo.

Una Mente Brillante | ShinkamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora