XXII

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Cuando solo queda una semana para la obra, Kaminari cree haber sido capaz de conseguir tenerlo todo bajo control lo necesario para que absolutamente nada salga mal. Los chicos van bien con sus tareas y, gracias a Hitoshi, Kaminari cree que podrán tener todos los fondos listos la tarde anterior a la obra.

Ese viernes, Shinso y él están repasando los últimos retoques de un castillo medieval completamente morado de cuyo ventanal principal asoman dos reyes azules.

—Te juro que porque son mis alumnos... pero, si no los conociera, pensarían que han consumido sustancias seriamente cuestionables para escribir este teatro —confiesa el rubio, riéndose un poco por su propio comentario.

Shinso deja escapar una risa corta. Kaminari descubrió hace días que tiene un sentido del humor muy bueno y agradece ser capaz de bromear sin preocuparse de que le vaya a juzgar.

—Trabajar con niños tiene que ser una montaña rusa —comenta con una sonrisa, y kaminari asiente.

—Una de la que no te puedes bajar —un poco obligado por el silencio que sigue a su comentario, añade inconscientemente: —A veces me pregunto si no me habré equivocado de profesión. Es decir, ¿cómo está uno completamente seguro de no haber estado tomando las decisiones equivocadas durante toda su vida?

Inmediatamente después de soltar la pregunta se arrepiente de haberla hecho. Shinso se estira soltando un suspiro y opta por sentarse en el suelo. Kaminari le imita notando el dolor de sus rodillas, porque llevan casi dos horas encorvados sobre la pintura y, por la actitud del contrario, toca un pequeño descanso.

—A lo mejor encuentras una respuesta en la razón que te ha traído hasta aquí —Denki le observa pasar una mano por su pelo y se obliga a bajar de las nubes.

Sus rodillas están chocando porque están sentados bastante cerca. Como siempre, Denki se asegura de tener algo en las manos para juguetear y no ponerse nervioso. En ese momento ha optado por una goma.

—¿La razón?

Shinso asiente.

—Sí, ya sabes —Kaminari no sabe y su cara debe reflejarlo, por lo que continúa explicando. —El por qué has decido dedicar tu vida a la enseñanza. Yo, por ejemplo, supe que quería trabajar con animales desde que tengo uso de razón, estoy enamorado de ellos. A lo mejor, si hubiera estado un poco más enamorado de las personas me hubiera dedicado a la medicina, pero no se dio el caso.

—Las personas son despreciables, elegiste bien —bromea el rubio.

—Y tanto —responde Shinso. Kaminari creía que estaba volviéndose inmune a esas sonrisas, pero ya no está tan seguro —Pero, entonces, ¿por qué elegiste ser profesor?

Por mucho que lo piense, no llegue a una conclusión clara más allá de un torbellino de pensamientos inconexos.

—Decir que me gusta ser el centro de atención no sirve, ¿verdad?

Ah. Hacerle reír es tan fácil que a Kaminari se le escapa la goma que tenía en la mano al escuchar su risa. Pensando una respuesta más adecuada se inclina a recogerla (ha rodado hasta chocar contra la pierna de Hitoshi), percatándose de que su acompañante ha dejado de reír.

Kaminari no se da cuenta de lo cerca que están hasta que levanta la vista y descubre que Shinso también se había inclinado un poco a recoger la goma. Es tan fácil acercarse y juntar sus labios que Kaminari piensa que es absurdo. Y lo peor no es eso realmente, sino la cara con la que le está mirado el contrario o la forma en la que Kaminari tiene que contener la respiración porque no sabe cómo se va a controlar si sus alientos llegan a mezclarse antes que sus labios.

La voz de Sero retumbra en su cabeza como un rayo.

—¿Puedo... pensármelo? —Shinso pestañea un par de veces, como saliendo de un sueño, y él se aleja volviendo a cómo estaban antes. A una distancia segura —La respuesta, digo —aclara, desviando la vista al papel que pintaban minutos atrás.

No quiere ver la cara de Shinso, pero su voz suena algo ronca y confusa (como diciendo: ¿qué ha estado a punto de ocurrir y por qué no ha ocurrido?) cuando responde:

—Claro.

Una Mente Brillante | ShinkamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora