Capítulo 10

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April Winkler.

Martes 5:30 a.m.



El sonido de la alarma hizo que me removiera en la cama.

Levanté un poco la cabeza y busqué el sonido proveniente, al sentir el aparato que lo ocasionaba busqué el botón para silenciarla.

Me levanté un poco y me senté a la orilla de la cama y en ese corto minuto de silencio la puerta sonó. Alguién la estaba tocando.

—Señorita April, ¿ya estás despierta? —la voz de una de las empleadas que me ayudaba arreglarme cada mañana para ir al colegio atravesó la puerta—

—Sí, pasa —hablé un poco despacio.

La puerta se abrió y sus pasos se oyeron cada vez que se acercaba más.

Me levanté y guiándome por los pasos y mi memoria me acerqué al lugar dónde se encontraban las toallas, tomé una entre mis manos y me adentré al baño.



...



Mi cuerpo se tambaleaba un poco mientras que mantenía la cabeza en alto.

Una mano acarició mi cabello y otra acomodaba la corbata de mi uniforme.

Me sentía inútil al no poder hacer esto, protesté varias veces cuando mi madre contrato empleadas exclusivamente para que me cuidarán e hicieran casi todo por mí. Al menos pude evitar que contratara a alguién que fuera al colegio y tomara apuntes por mí; ese era al menos mi consuelo.

La mano que acomodaba mi corbata bajó de manera rápida y se posó en mis zapatos.

—Puedo hacerlo —hablé antes de que empezara atarlos—

—No se preocupe, solo los ataré y ya, podrás bajar a tomar tu desayuno —la muchacha habló, su voz no parecía de mucha edad—

—No. —detuve su movimiento una vez más— quiero intentarlo, hace mucho que no ato mis zapatos—

Mis palabras no tuvieron respuesta en el acto, pero supongo que entendió ya que se retiró y su voz dejo salir las siguientes palabras:

—Está bien. Hazlo, pero si vez que no puedes no dudes en decírmelo.

Solo asentí y me senté en el borde de la cama para tomar el cordón de los zapatos y empezar atarlos.

No era para nada difícil, solo que me sobreprotegían de más y sin darse cuenta hacían que me sintiera inútil.



...



Bajé las escaleras y guiándome por el bastón llegué al comedor, el olor del perfume de mi madre estaba impregno en todo este lugar. Era agradable.

—Luces radiante —la voz de mi madre bañó mis oídos—

—Luzco como todas las mañanas —le regalé una sonrisa—.

Desde que Emma volvió a Suiza la relación con mi madre volvió a ser la misma de antes; risas, charlas, abrazos y una que otra discusión.

Se menté en el lugar dónde siempre solía tomar mis alimentos, frente a mi madre.

El olor del delicioso desayuno inundó mis fosas nasales.

Layla había llegado con mi desayuno y olía bien.

—Buen provecho —mencionó mi madre y le regalé otra sonrisa—

Al terminar mi desayuno me levante y me acerque a mi madre para despedirme, la cual me regaló un abrazo y un beso.

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