8._ Dulce Soledad

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IVAN

"Y observo a gente que está acompañada
Que intercambian sonrisas, palabras y miradas
Se divierten, se entretienen, se enamoran lo sé
A todos veo y nadie me ve."
Enjambre

Grillo tenía razón, estas semanas fueron muy pesadas. Apenas y tenía tiempo para llegar a mi casa y dormir. Por un lado yo debía de estar entregando avances y resultados del proyecto de la estación y Grillo tenía que trabajar lo doble para poder hacerle frente a la quincena. Ya no lo veía tanto como antes, y esas pocas veces que lo veía, ya fuera en la playa recogiendo caracolas y piedras para sus collares o de camino hacia el taller, solo nos deteníamos para darnos un pequeño saludo y cada quien regresar a terminar sus cosas.

Para mi suerte, lo que llevaba de avance había sido "Suficiente". Concluyo Victoria en uno de sus correos, remarcando que no debía de realizar lo mínimo aceptable y que proporcionara mejores resultados la próxima vez. ¡Uy sí! Como si esto de tener un ojo supervisando la construcción de la estación y el otro en la corrección del proyecto fuera tarea fácil.

Cuando trabajaba en Jalisco creía que el ambiente laboral era malo. La gente te enviaba las cosas cuando se les diera la gana y tenías muchos tiempos muertos, pero por lo menos sabias que al final te entregarían su parte. Aquí no, tratar con los obreros era un infierno, me atrevo a decir que igual o peor que la gente del pueblo.

Al momento en el que yo salía a comprar algo o turisteaba por las calles de Chopitlan, los pobladores solían verme con miradas de desaprobación y a veces de repudio. Lo más ojete que llegaban a hacerme era darme mal las direcciones para que me perdiera por ahí o aumentarme los precios de la comida. Pero tratar con los obreros y albañiles era peor, estos se me ponían "al brinco" como diría mi padre, me desafían, no seguían instrucciones y se burlaban de mí.

"Que me va a venir a enseñar a mi este pinche escuincle baboso" Era una frase que escuchaba con frecuencia caminando por la estación. Casi nadie seguía mis órdenes o las hacia mal a propósito. Siempre que me desafiaban pensaba involuntariamente en mi viejo, pues él era todo un experto en tratar con trabajadores altaneros y cínicos, de los que no hacían las cosas porque "no tenían ganas", no seguían instrucciones y hacían lo que quisieran.

Dios se apiade de la pobre alma que desafiara a mi viejo, en menos de dos días este wey ya estaba de patitas en la calle, mi padre era muy bueno como amigo pero muy culero como enemigo. Él siempre te ayudaba y esperaba que tú también lo apoyaras cuando fuera necesario.

Tal vez mi padre no estuviera aquí (de las pocas veces que si me hubiera gustado que estuviera conmigo) pero afortunadamente tenia al Ingeniero Vargas de mi lado, y aunque al principio no nos solíamos llevar muy bien, fue mediante el trabajo continuo que nos hicimos grandes "compañeros". (Grillo es el único al que considero mi amigo en este horrible lugar).

El ingeniero Vargas era el vivo retrato de viejo jarocho, tenía su piel morena como la de Grillo, estaba lleno de arugas y su cara era muy delgada, cuando no tenía que estar en la obra usaba sombrero de paja y llevaba un gran bigote cuyo tamaño era directamente proporcional a su edad y sabiduría.

Cuando los obreros no me prestaban atención y hacían lo que se les diera su regalada gana (había casos en los que llegaban a pistear en el techo). Solo tenía que avisarle al Ingeniero Vargas, y este con una de sus penetrantes miradas y alzada de bigote, apaciguaba al más grande y gandaya de los trabajadores para que regresara al trabajo.

Mientras que él me ayudaba a mantener a raya a los trabajadores y hacer las cosas como yo las especificaba, yo lo apoyaba con tareas más administrativas, como redactar correos, manejar la nómina, bajar archivos de internet, etc. Incluso solía ayudarlo en los tramites de su pensión como agradecimiento de toda su ayuda en el jale.

Soledad y El MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora