15._ Trópico de Cáncer

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IVÁN

"¿Qué no ves que eres un puente

Entre el salvajismo y el modernismo?

Salvador, el ingeniero

Salvador de la humanidad" Café Tacvba

A la mañana siguiente fui levantado por los bruscos y repetitivos golpes que mi padre me daba en la espalda, lo primero que vi al despertarme fue al pesado de mi viejo tronándome los dedos para que me apurara y regañándome por la hora. Al mirar el reloj me entere que ya eran las 9 de la mañana, la misma hora en la que debíamos de salir.

Quise buscar una excusa por mi impuntualidad pero fue en vano, mi viejo traía un pantalón de vestir y una camisa con corbata perfectamente planchada, tenía sus zapatos completamente boleados y solo me esperaba a mí para irnos.

- ¿¡Qué esperas cabrón!? – Gritaba mi viejo. – Te dije que a las 9 nos vamos y tú apenas con tu pinche pijama. ¡Apúrate!

Ni tiempo me dio para despabilarme. Como sabía que ya era tarde me quite mi pijama y me puse lo primero que encontré, el pantalón y la guayabera que siempre usaba cuando hacía calor. Obviamente mi viejo no iba a aceptar que me fuera vestido de "indio". Me tomo de las greñas y me metió al baño, a continuación fue lanzándome un pantalón y camisa de vestir, ordenando que me vistiera como es debido.

Por culpa de las estúpidas reglas de etiqueta de mi viejo terminamos saliendo hasta las 11 de la mañana, apenas salí de la casa y sentí como otra vez el sol me quemaba a través de la ropa, no había usado ropa formal desde hace meses y experimentar como todo mi cuerpo comenzaba a sudar y a pegarse era una sensación que no se lo deseaba a nadie.

No sabía si mi viejo también se estaba asando vivo, pero no mostro otra emoción que no fuera enojo y fastidio ante mí. En el camino la gente nos miraba extrañados, pues a mi viejo se le daba muy bien eso de regañarme y gritarme enfrente de todos como si tuviera 15 años otra vez.

- Siempre es lo mismo contigo cabrón, se te dice algo pero no, al pinche niño le vale madres, debería de darte pena que a los 23 no puedas ni si quiera pararte temprano. ¡Me tienes hasta la madre con tu pinche irresponsabilidad!

Cuando caminaba con Grillo tratábamos de pasar desapercibidos como si fuéramos una especie de fantasmas, pero con mi viejo eso era imposible, toda la gente incluyendo niños y ancianos hablaban ante nuestras espaldas y se reían de mí, no había caso tratar de calmarlo porque todo empeoraba.

-No hables tan fuerte que nos están viendo. – Dije en tono de súplica.

- Ah, ahora si le da vergüenza al pinche niño que lo vean, pero no fuera la puntualidad o la limpieza, por qué no, al pinche niño le vale madres, si por mi fuera...

A partir de este punto hice oídos sordos, ya me sabía de memoria todos sus regaños y mejor me centre en caminar más rápido para acabar cuanto antes este martirio. En vez de ir directo a la estación de autobuses nos detuvimos en frente del palacio municipal, confundido le pregunte a mi viejo porque nos quedamos aquí.

- ¿No se supone que íbamos a la terminal?

- Neta que tu estas bien pendejo. – Añadió dándome unos bruscos golpes en la cabeza. -Cómo es posible que no sepas donde está tu propia jefa. Tu jefa tiene su oficina junto al gobernador para apresurar los trámites de la estación.

Creo que eso explicaba por qué durante los cinco meses que trabaje en la estación jamás la volví a ver, a lo mucho me encontraba con Leo llevando documentos de aquí para allá, pero jamás a ella, que por cierto se me había olvidado su nombre... Victoria, creo que se llamaba.

Soledad y El MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora