19._ Costumbres

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GRILLO

"No cabe duda que, es verdad que la costumbre

Es más fuerte que el amor." Lupita D' Alessio

Después de varios días por fin pudo reunirme con Iván para platicar gratamente, nos recostamos en las hamacas que tenía cerca de su casa y le conté como seguía mi mamá. Ella casi no solía enfermarse, sobretodo porque prefería quedarse en casa y estar bien abrigada, pero las pocas veces que sus defensas fallaban se enfermaba de gravedad.

En un inicio creí que se trataba de una inofensiva gripa, pero conforme iban pasando los días esta fue escalando hasta convertirse en calentura y escalofríos, mi pobre madre hervía por las noches y le tenía que estar colocando trapos húmedos en su frente para bajarle la temperatura, los termómetros no bajaban de 39°C y yo ya me estaba preocupando.

Y no solo eso, sino que también le dolía fuertemente la cabeza y los brazos, se sentía fatigada y lo único que podía hacer era quedarme a su lado y seguir dándole tés con la esperanza de que estos la ayudaran a recuperarse.

Le había sugerido llamar a un médico pero ella se negó, no solo porque los médicos fueran escasos y sus precios muy altos, si no que odiaba sentirse como una molestia para su familia. Sin embargo, no me importo su opinión y me acerque a uno que vivía cerca de mi casa a quien le conté mi situación, al principio no quería ayudarme pues seguía teniendo la fama de ladrón y nadie quería tener nada que ver conmigo.

Lo convencí con unos cuantos billetes y lo único a lo que accedió fue a darme una lista de antibióticos que según él ayudaría a que mi madre se curara más rápido, desafortunadamente estaba escaso de tiempo por lo que le termine dando otro fajo de billete para que me diera los medicamentos que tenia de sobra en su casa.

Obviamente no le dije a mi mamá que me había gastado como $2,000 en puros medicamentos pues se hubiera infartado, molí todas las pastillas en sus bebidas que le daba en las mañanas y gracias a que también ya había empezado a perder el sentido del gusto no las noto.

Después de otras cuantas noches sin dormir mientras la cuidaba, mi mamá comenzó a mejorar notablemente, ya se le había bajado la calentura pero desafortunadamente le quedaron unos dolores de cabeza como secuelas, los cuales venían de vez en cuando y la distraían de su trabajo.

- ¿Por qué sigues aquí? – Pregunto mi mamá mirándome mientras hacia un sombrero.

- Quiero quedarme hasta que te mejores.

Mi madre soltó una pequeña risa y dejo el sombrero a un lado. – Ya te dije que voy a estar bien, solo fue el susto. Me tratas como si me fuera a morir.

- No digas eso mamá. –Respondí acariciándole la mano. – Tú sabes que el día en que no estés conmigo, yo me muero.

- No seas dramático. –Respondió con firmeza. -Ya me siento bien que hasta ya estoy trabajando.

- Lo sé, pero aun puedes recaer, además prefiero ayudarte a terminar con los sombreros que faltan.

Mi mamá me quito el sombrero que tenía en la mano y lo dejo a un lado suyo. –Ya me has ayudado lo suficiente, y si tanto quieres seguir apoyando mejor vete de aquí, sal con ese amigo tuyo... Iván, que estoy seguro que ya te extraña.

Me sorprende que mi madre haya dicho que me extrañaba, aun así seguí firme con mi posición y respondí. – Él no me importa, la que me importa eres tú y prefiero quedarme aquí un poco más.

Mi madre comenzó a acariciar mi cara con dulzura, luego paso por mi largo cabello negro y comenzó a peinarlo, coloco su mano en mi cachete y añadió. – No sé qué hice para merecer un hijo tan fiel como tú, pero ya te dije, no te quiero ver más tiempo aquí, toma tus cosas y si quieres vete al taller o sal con Iván. El punto es que no te quiero ver encerrada conmigo.

Soledad y El MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora