Risas y... ¿espejismos?

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Mi despertador sonó bulliciosamente despertandome de un brinco. Lo apagué de mala gana, hoy no tenía ganas de nada, estaba muy cansado, confundido, agobiado.

El día de ayer había sido un día muy bueno en el restaurante, aunque muy cansado para todos los que trabajábamos allí.

Emile se había tomado muy bien lo que le había dicho hace unas semanas atrás, ahora llevábamos una amistad muy bonita, de vez en cuando salimos a tomarnos un café en las mañanas antes de ir a la Universidad, o cenabamos juntos después del trabajo.

Los últimos días habían sido muy buenos, en la universidad todo iba de maravilla, el trabajo en el restaurante me encantaba, y no sólo por disfrutar de la compañía de Emile, si no por que el señor Carlos, mi jefe, era muy bueno.

Al fin, después de casi cuatro meses todo parecía ir bien, pero aún sentía aquella punzada de dolor al pensar en Esther.

¿Qué estará haciendo? ¿Me extrañará? ¿Seguirá siendo la misma Esther, juguetona y coqueta? ¿Con cuántos más habrá estado después de que me fui? Esas eran algunas de las preguntas que solían nadar por mi cabeza cuando pensaba en ella.

Habían momentos, en los que me ponía a analizar todo lo que ocurrió, y casi lograba convencerme de que Esther en algún momento si llegó a amarme como yo lo hacía, pero esa idea inmediatamente se iba a la basura al recordar aquella horrible imagen de Esther con aquel desgraciado.

¡Rayos!

Otra vez me estaba hundiendo en aquel mar de sentimientos tan complicados, que ni siquiera yo lograba comprender, aunque tal vez sea lo mejor, tal vez fuese mejor no encontrar una respuesta a la gran pregunta "¿Me amaría?" porque sin importar la respuesta, no podíamos estar juntos.

Si me enteraba que ella no me amaba, caería aún más profundo en ésta oscuridad que me rodeaba. 

Y si me enteraba que si me amaba, sufriría el doble, al saber que lo nuestro es imposible, que no podíamos estar juntos.

Así que, a veces sólo optaba por pensar que ella nunca me amo, que sólo me utilizo para pasar el rato, como debió de haberlo hecho con muchos hombres más.

*

Me encaminé a la usual cafetería que estaba cerca de la Universidad, en donde se me había hecho costumbre tomar uno de esos deliciosos cafés y disfrutar de la agradable compañía de Emile.

Hoy hacia bastante frío, estábamos entrando a invierno y ya los primeros copos de nieve estaban empezando a caer.

-Buenos días, guapo. - Sonrió sentándose frente a mí. 

-Hola Emile. - Sonreí, quitándole un gorrito de lana que traía puesto y pasando mi mano por su cabello y despeinandola. 

-Oye. - Se quejó apartando mi mano. - ¿Cuando dejarás de hacer eso? - Dijo acomodándose el cabello y arrebatandome el gorrito de lana para volverselo a poner.

No pude reír ante su enfurecida expresión, ella odiaba que yo hiciese eso, pero me encantaba ver esa cara de enojo.

-¡No es gracioso Jon! - Exclamó. 

-Ya, lo siento. No volveré a hacerlo. 

-Eso dices siempre. - Me regañó divertida para luego reírse con migo.

-Buenos días. - Saludó la mesera. - ¿Puedo tomar su orden? 

-Claro, yo quiero un café negro. - Dije. 

-Que sean dos, por favor. - Dijo Emile. 

-Muy bien... ¿Sería sólo eso? - Sonrió la mujer. 

El juego de Esther Donde viven las historias. Descúbrelo ahora