Por poco y me equivoco

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Ha pasado ya una semana y Esther no paraba de seducirme. Se contoneaba por toda la casa en sus prendas más pequeñas y aprovechando cada oportunidad que se le presentaba para lanzarse sobre mí.

Hoy era sábado, día libre de trabajo. Me encontraba sentado frente al televisor de la sala, mientras mi madre iba a hacer unas compras y mi prima la acompañaba, un pequeño momento sin el martirio de tenerla cerca.

Estaba a mitad de una excelente película cuando de repente el timbre sonó. Me levanté perezosamente hasta la puerta.

Abrí y justo en frente se encontraba Esther quien se abalanzó sobre mí apenas me vio, haciendome dar unos pasos hacia atrás mientras me besaba. La aparté y la miré de arriba a bajo. Se veía hermosa. 

Llevaba una blusa rosa que dejaba ver sus senos y una falda de vuelos que llegaba un poco más abajo de su firme trasero.

-¿Qué estás haciendo aquí? 

-Le dije a tía que estaba cansada y que regresaría antes.

Cerró la puerta y le puso el cerrojo.

-Así que tenemos tiempo para jugar. -Sonrió perversamente. 

Me quedé paralizado ante su actitud.

-No me enredare con tigo y tus juegos estúpidos Esther. 

- No, no, no. - Dijo acompañado de un gesto con su dedo índice. -No hay excusas esta vez.

Me empujó contra la pared y empezó a besarme ferozmente. Enredó su pierna en mi cintura y colocó mi mano en su muslo.

Mi mente me ordenaba detenerla, pero estaba muy exicitado, dejándome nublar por los sucios pensamientos que ella me provocaba. La volteé bruscamente contra la pared, no tenía escapatoria, sonreí en mis adentros.

La besé delicadamente y la tensión de ese beso fue aumentando poco a poco. Bajé hasta su cuello, dejándome llenar por su dulce aroma. Le quité la blusa, dejándola solamente en su sostén.

Hundí mi rostro entre sus hermosos pechos y los desnude casi que con los dientes, ansioso y completamente cegado de mi lógica. Admiré por unos instantes la firmeza de sus senos y luego empecé a saborearlos con mi lengua mientras que con una de mis manos apretaba suavemente hasta hacerla gemir.

Ella me tomó por el cuello y me hizo retroceder hasta caer sobre el sofá de la sala. Acarició mi pecho y fue bajando hasta mi pantalón, desabrochandolo agilmente sin separar sus labios de los míos.

Me sobresalté, había entrado en razón finalmente. ¿Pero qué demonios estamos haciendo? La aparté, tirandola al sofá mientras me ponía de pie y pasaba mis manos por mi cabello, frustrado.

-¿Qué estamos haciendo? - Casi grité. 

-Jugar. - Sonrió ella. 

-No Esther, ésto está mal. 

-Ay vamos Jon, es sólo un juego. - Dijo levantandose y rodeando con sus brazos mi cuello. La volví a apartar. 

-Ya basta Esther, te juro que no entiendo qué ha pasado con tigo. 

-Crecí. - Rió coqueta, llevando mi mano a uno de sus pechos desnudos. - ¿Lo ves? - Tomó mi otra mano y la puso sobre su otro pecho. Se acercó más a mí.

No podía controlarme, ella era realmente sexy y sus senos... oh Dios, eran perfectos, toda ella era perfecta.

Cayendo de nuevo en su juego, empecé a masajear aquellos dos hermosos montes. Ella tocó mi abultada entrepierna y empezó a acariciarla sin importarle que aún llevaba los pantalones puestos. Metió la mano entre mi boxer y tomó fuertemente mi miembro, sin dejar de mirarme, ansiosa. Me dio un delicioso beso.

De repente el timbre sonó, era mi madre.  

¡Gracias al cielo! Eso me hizo volver a caer en cuenta de lo que estábamos haciendo. La aparté rápidamente y tomé su ropa que yacía en el suelo.

-Métete al baño y pontelo. 

-Tienes miedo de que tía se enteré de lo que hacíamos. - Ella seguía jugando con migo. 

-Que te lo pongas te digo. - Levanté la voz y ella pareció entrar en razón ya que enseguida se metió al baño.

Me abroché rápidamente el pantalón, escondiendo mi erección, luego abrí la puerta, temiendo que pareciese nervioso.

-¿Cómo te ha ido madre? 

-Muy bien. -Sonrió. - ¿Dónde está Esther? 

-Estaba acostada descansando, no sé donde estará ahora. - Mentí. 

-Pobre, me dijo que no se sentía bien. 

-Sí, pobre... - Alargué en tono frustrado.

Tomé las llaves de mi auto, tenía que sacar éstos deseos que me había provocado mi dulce primita. 

Conduje hasta casa de Jessica, mi novia, sabía que hoy estaría sola.

Al abrirme me abalancé sobre ella con un fuerte y largo beso. Esa noche la pasé con ella, haciéndola mía una y otra vez, imaginando a mi prima en su lugar. 

Lo hicimos de mil maneras y mi mente aún estaba apoderado por la imagen de Esther.

-¡Hoy estás más salvaje que nunca! - Gimió ella mientras se la tomaba por detrás. 

La hice tomarse del cabecero de la cama mientras que con ágiles movimientos de cadera la hacía gozar, metiendo y sacando mi erección. 

Al final, me corrí en su rostro y en su boca, mientras ella me hacía gozar a mí con sus labios alrededor de mi pene.

¡Hay Esther! Casi me equivoco con tigo. Gracias a tí hoy hice gritar a mi novia de placer como nunca antes.

Pero a pesar de eso, sabía que me estaba metiendo en grandes problemas.

El juego de Esther Donde viven las historias. Descúbrelo ahora