Capítulo 10

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Mi relación (lo sé, no es una relación) con Ángel va viento en popa y, aunque sólo hayan pasado dos meses, yo ando la mar de contento por la vida. Cuando hablo con Marga, el tema de conversación está claro: ÁNGEL.
Su hijo ya se encuentra perfectamente y por fin ha vuelto al colegio. Según Marga, estaba como un flan por volver porque quería ver a todos sus amigos para enseñarles las marcas de guerra.
¡Me lo imagino y me troncho!
Hoy es sábado y he quedado con la persona que me quita el sueño por las noches, así que le propongo ir juntos al centro para hacer algo donde nadie nos conozca. Sólo ser nosotros mismos, aunque le cuesta... acaba aceptando y vamos hasta la puerta del Sol.
Pasamos el día comiendo y hablando de mil cosas diferentes hasta que abordo el tema que más me preocupa de todos.
-Y, ¿has tenido pareja estable alguna vez? —Me mira y esboza una pequeña sonrisa.
-Sí, la tuve.
- ¿Hace mucho tiempo? —Pregunto, de nuevo, volviendo a la carga.
-Hace bastante, sí. —Tras decir eso, me mira de reojo y sabe que no voy a parar hasta que me dé una respuesta clara en vez de esquivarlas, siempre.
-Hace tres años, tuve una relación un poco complicada. Ella era de lo más peculiar, sabía desde un principio como era yo respecto a las relaciones al igual que lo sabes tú. Pero, con el tiempo, comenzó a no entender mi forma de ver todo esto y los celos pudieron con ella.
-Bueno, normal... —Digo tras darle un sorbo a mi vaso de café, pero continúo. –¿No sabes nada de ella?
-No, Alicia perdió la cabeza porque pensó que yo no le decía nunca la verdad. –Explica e intento no poner ninguna mueca ya que veo lógica la reacción de la chica.
Lo que no me queda claro es: ¿Por qué cada vez que una mujer dice lo que piensa, los hombres tendemos a acusarlas de estar locas?
-Nunca le voy a reprochar nada porque entiendo perfectamente qué esto no es fácil para alguien que no tiene ni idea. La diferencia es que tú y yo tenemos unas normas, a ella no le decía si iba a ver a alguien o no...
-Bueno, a mí tampoco me has dicho nada durante este tiempo. –Digo.
-Porque no he tenido la necesidad de estar con nadie más. –Concluye. Esa respuesta hace que me ruborice sin dejar de mirarle.
Seguimos caminando por la Gran Vía, y sonrío al recordar cuando dije que iba a aparcar el coche lejos de la oficina para andar por las mañanas y solo lo hice una vez. Al final, le propongo ir hasta El Templo de Debod, y accede; lo bueno es que no está lejos y hoy hace un día soleado por lo que está bien para caminar.
Una vez que llegamos al templo me acuerdo de Lorena; cuando le conté que comenzaría a trabajar en el centro de Madrid me dijo que una vez al año quedaríamos en el tempo para tomarnos un Mocca del Starbucks. El primero año lo cumplimos, pero fue el último.
Pensar en eso me entristece aunque tengo claro que siempre tendré a la panda del pueblo pese a no vernos más de dos veces al año, como mucho.
Ángel me propone que nos sentemos en uno de los bordes de la fuente que rodea el templo y, al hacerlo, toco el agua con la mano. Esta fría y eso me hace sonreír, levanto un poco la mirada y observo el paisaje primaveral que reinventa la zona. Noto como Ángel me pone una mano en la pierna, a lo que yo coloco la mía encima y nuestros dedos se entrelazan.
-Si alguna vez, sea por lo que sea, necesitas un poco de tiempo para aclararte por todo esto...dímelo, ¿vale?
-¿Por qué dices eso?
- Sólo quiero que sepas que puedes hablar conmigo de lo que sea.
-De momento, no tengo nada que pensar. Me gusta estar contigo. –Digo mirándole a los ojos, pero esta vez es él quien no aguanta la mirada.
-A mí también me gusta estar contigo. –Sin pensármelo dos veces, me acerco y le doy un pequeño beso en los labios. Observo su cara de sorpresa y me devuelve el beso.

Cuando la noche se nos echa encima decidimos volver a casa. La verdad es que ha sido un sábado redondo, me he sentido a gusto y relajado con todo lo que hemos hecho y eso, me gusta.
Una vez en casa, me quito las pintas de guaperas y me pongo el pijama.
¡Qué feliz soy con el pijama!
Me acerco al salón y me siento junto a mi padre que está tumbado viendo la televisión.
- ¿Qué tal el día? —pregunta sin mirarme.
Uy, qué mal me huele esa pregunta.
-Bien, como siempre. -Respondo.
- ¿Dónde has estado?
-En la capital. -Vuelvo a responder en el mismo tono.
- ¿Con quién? -Cuestiona, ahora sí, mirándome.
Maaaaaaaaaaaaalo, malo...
-Me llevé a Olga a comprar un par de cosas y se nos hizo algo tarde. -Tras decir esto, se incorpora de su posición.
- ¿Si?
-Sí.
-Pues qué raro porque ha llamado Marga preguntando dónde estabas porque no te localizaba para comentarte unas cosas del trabajo y lo raro es...qué escuchaba a Olga por detrás.
Mierda.
Mierda al cuadrado.
-Qué raro, ¿no? -Pregunto en un tono extraño en un patético intento de hacerme el sorprendido.
Dios mío...le estoy mintiendo en toda su cara aun sabiendo que ya me ha pillado.
-Te repito Roberto, ¿con quién fuiste a la Capital?
Vale, ahora tengo dos opciones: O le digo la verdad o le vuelvo a mentir.
-Con un amigo.
- ¿Le conozco?
-No.
- ¿Del trabajo?
-Papá, es un amigo al que estoy empezando a conocer. Fuimos a la Capital y pasamos el día hablando y paseando, nada más.
- ¿Y, por qué has preferido mentirme?
-Porque te pones muy cansino, papá.
-Sólo me preocupo por ti, hijo. -Dice, sincero.
No digo nada y sigo mirando la televisión para indicarle que la conversación está acabada por completo, pero él no tiene pinta de querer acabarla.
- ¿Dónde le has conocido?
En fin, de perdidos al río...
-En la oficina.
- ¿Es amigo vuestro? -Pregunta como si se tratase del instituto. A mí, estos interrogatorios como si tuviese quince años y me hubiera pillado haciendo pellas, no los soporto.
Resoplo.
-Papá estoy cansado, creo que me voy a dormir. —respondo mientras me levanto del sofá.
-Vale, pero mañana hablaremos de esto.
Camino hacia mi dormitorio hasta que oigo a mi espalda:
- ¡Puedes traerlo a comer, cuando quieras!
Sigo caminando, entro y cierro la puerta. Cojo mi móvil y, mientras sonrío, marco el número de mi jefe.
-Ha llamado al 625 4... -El contestador, cuelgo y dejo el teléfono sobre la mesa.
De pronto suena, lo cojo y me siento en la silla del escritorio.
-Hola.
- ¿Estás bien?
-Sí, ¿por?
-No me sueles llamar a estas horas, dime. –Dice algo más relajado.
-Nos ha pillado. –Digo con tono dramático.
- ¿Qué dices?
-Mi padre. –Digo, suspiro y continúo. –Me ha preguntado que donde había pasado el día, le mentí, me pilló la mentira y tuve que confesar.
Se ríe al otro lado del teléfono.
-No le veo la gracia...
-La tiene. ¿Tú quieres que conozca a tu padre? –Pregunta y pienso en la respuesta un par de segundos.
-Presentarte a mi padre sería muy de relación, ¿no? –Digo mientras me levanto de la silla y me siento en la cama.
Silencio.
-Somos amigos, y los amigos conocen a los padres de sus amigos. –Dice. Teóricamente tiene razón, sería algo de pareja si le ponemos la etiqueta de qué es mi pareja.
-Bueno ya lo iremos viendo porque puede que se le pase la tontería. –Digo mintiéndome a mí mismo porque es obvio que no se le va a pasar.
- ¿Qué haces? –Me pregunta mientras estoy tirado panza arriba en la cama, con las piernas estiradas y con el pijama más cutre que tengo.
-Estaba leyendo sentado en la cama. –Miento, pero no me siento culpable porque todos lo hemos hecho y quien diga lo contrario, miente.
-Ven a dormir conmigo. –Suelta.
-Mañana trabajo, y encima será un aliciente para mi padre verme salir a estas horas.
-Por eso no te preocupes, vente y lo vamos viendo. –Insiste y la verdad es que tengo muchas ganas de dormir con él pese a que hemos estado gran parte del día juntos.
-En un rato estoy allí, pásame la dirección. –Digo y caigo en la conclusión de que nunca he estado en su casa. Las veces que hemos quedado durante estos meses ha sido en mi casa, o en algún restaurante o en la oficina.
-Ahora te la paso por WhatsApp. –Dice y cuelga.
Eso sí, la manía de colgar sin despedirse no se le quita al amigo.
Abro el armario y cojo lo primero que pillo, una camiseta básica de color rojo y un vaquero junto a unas deportivas de color blanco, comienzo a ir a la velocidad de la luz para quitarme las pintas domésticas y me armo de valor antes de ir al salón dónde está mi padre. Camino despacio y le veo sentado en el sofá mirando la tele, pienso una excusa rápida, pero decido que lo mejor es ir con la verdad por delante.
-Papá, voy a salir.
- ¿Dónde vas a estas horas? –Pregunta y rápido miro el reloj que hay colgado en la pared, encima de la televisión.
-He quedado con Ángel. –Suelto. Me mira perplejo y estoy seguro de que en su cabeza hay una voz que dice "¡lo ha dicho, lo ha dicho!"
-Ten cuidado. –Dice sin más. Entrecierro un poco los ojos al escuchar la respuesta, pero prefiero no preguntar a qué viene tanto voto de confianza y tan poca pregunta al respecto.
Cuando me monto en el coche pongo una de mis canciones favoritas, 11 Razones de Aitana y, tras poner el GPS, comienzo a cantarla. Tras conducir un buen rato, la robótica voz del GPS me indica que estoy a punto de llegar y, por alguna razón, los nervios se me agarran a la boca del estómago y trago saliva un par de veces. Aparco el coche frente a una puerta enorme de metal desde la cual no se ve el interior por lo que miro, de nuevo, la dirección que me ha enviado y, despacio, toco el timbre.
- ¿Diga? –Responde una voz desconocida.
-Perdón, creo que me he equivocado. –Digo.
- ¿Por quién pregunta?
-Por Ángel Moratti. –Respondo y, pasados un par de segundos, la puerta de metal comienza a abrirse. Desde la calle veo la gigantesca casa que se escondía tras la puerta. Dubitativo, camino por el camino de hormigón y me voy fijando en la cantidad de árboles y plantas que hay a ambos lados del camino. La casa tiene un aire moderno con grandes cristaleras y una puerta de entrada más grande que la puerta de cristal de su despacho.
Nada que ver con mi piso de Cienpinos.
Al acercarme a la puerta, esta se abre antes de que pulse el timbre y un señor mayor aparece al otro lado.
-Buenas noches. –Dice.
-Buenas noches, señor. –Respondo intentando aparentar normalidad.
-Pase, por favor. –Al hacerlo, continúa. –El señor Moratti está en la cocina, todo recto y al llegar a la escalera a la derecha, pasando la sala de estar.
-Gracias. –Digo y comienzo a caminar despacio entre las estancias y veo que tiene una decoración muy simple, lo más llamativo son unas pequeñas esculturas de cerámica que están encima de la mesa de, lo que parece, la sala de estar.
Todo está pintado en tonos claros, por el olor a pintura parece que es una nueva casa o que la han reformado hace poco. Mientras camino, me restriego las manos contra el pantalón y sigo fijándome en los ventanales desde los cuales se ven la increíble piscina que tiene en algún lado del jardín.
Tras pasar la sala de estar, oigo voces desde la siguiente estancia. Al llegar, doy tres golpecitos en la pared, ya que no tiene puertas.
- ¡Has venido! –Exclama al verme.
-Ese era el plan, ¿no? –Pregunto sonriendo.   
-Benvenuti. –Dice al acercase a mí. Al hacerlo, me besa de manera tranquila.
-Esta casa es...alucinante. –Digo.
-Ahora que estás tú aquí, sí que es alucinante. –responde, y yo, como siempre, me pongo como un tomate y sonrío.
Un ruido hace que salga de mi burbuja mental, y Ángel se da la vuelta. Veo una mujer algo mayor, morena y con un moño bastante alto que está en el fregadero, lavando los platos.
-Perdonad, no os he presentado como hay que hacerlo. –Dice, me agarra la mano y tira de mi hacia la mujer. –Roberto, ella es Rosa, mi empleada doméstica.
La mujer se seca las manos en el delantal que lleva puesto, se acerca a mí y me da dos sonoros besos.
-Encantado, Rosa. –Digo.
-Igualmente, señor Roberto.
-No... no es necesario que me trate de usted, con Roberto está bien. –Digo entre risas nerviosas.
-Lo intentaré, señor. –Dice, y suspiro porque tengo la sensación de que a partir de ahora mi nombre será "señor". Ángel tira un poco más de mí, y caminamos hacia la salida de la cocina.
-Es el ama de llaves. Como yo no estoy en casa tanto como me gustaría, necesito que alguien esté aquí para cualquier contratiempo que pueda surgir en mi ausencia.
- ¿Vive aquí? -Pregunto.
-Sí, pero no. Ella tiene su casa, a dos calles de aquí pero cuando necesito que se quede hasta tarde se queda en la habitación de invitados.
- ¿Tienes habitación de invitados? -Cuestiono mientras subimos unas pequeñas escaleras que llevan a la planta de arriba.
-Sí, claro. -Contesta.
Ángel se para en la primera puerta y la abre para mostrarme su interior. La habitación es de lo más normal... a ver, normal para esta casa porque si la comparamos con la mía, es como la mitad de mi salón. Tiene un ventanal enorme enfrente de la puerta, a la derecha hay una cama individual bastante grande con dos mesitas gris claro a sus lados.
Me fijo en el cabecero de la cama, y me hace gracia porque a pesar de que la casa es de un rollo moderno, el cabecero tiene pinta de ser bastante antiguo.
- ¿La de invitados? -Pregunto sabiendo la respuesta.
-Una de ellas.
-Aquí dormiré yo, ¿no?
-Sólo si tú quieres. -Responde.
- ¿Y, si no quiero? -Ángel esboza una sonrisa y me lleva hasta otra habitación. Antes de abrir la puerta dice:
-Si no quieres, siempre puedes dormir aquí. Obviando lo peliculera que ha quedado la escena, me quedo embobado con la enorme habitación que tengo ante mí.
Una enorme cama de matrimonio con su cabecero de piel blanco lidera gran parte de la habitación. Doy un par de pasos y me aproximo al ventanal que da a la calle, el cual tiene un balcón con una pequeña mesita de cristal.
De momento no salgo, y me doy la vuelta para seguir mirándolo todo. En el lado izquierdo de la cama veo una puerta, me acerco a ella, la abro y descubro un baño más grande que mi cuarto. Me quedo plasmado al ver que la ducha tiene hidromasaje y sonrío pícaramente.
Noto como una mano me coge por la cintura y me posee hacia él. Unos besos comienzan a erizarme la piel del cuello y me dejo llevar.

SOY TODO TUYO - parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora