3. ¡sorpresa!

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— Leyla...

— Lo sé, lo sé Mary. Esta bien. Puedo hacerlo.

— De eso estoy segura. Pero no puedes estar todo el día de pie y corriendo de un lado a otro. Te va a hacer mal si acaban de operarte.

— Mary — contraatacó firmemente, inflando sus cachetes a la par que se teñían de un suave rosa. — No puedo estar todo el día atada a una cama esperando simplemente a que me traigan la comida. Me aburriría como una mosca. Me operaron el abdomen, no las piernas.

Tiene un punto.

Por suerte le lograron sacar la mayoría del tumor. Dijeron que se había propagado hasta el abdomen, pero si hacíamos la cirugía tal y como dijo la enfermera por teléfono, podríamos contenerlo.
También informaron que en cualquier momento puede haber una racidiva y debo de estar preparada.

Pero...
si te soy sincera, no puedo evitar estar feliz. No para saltar y gritar por los aires, pero si lo suficiente como para estar de un excelente humor.

— Oye — Un voz me devolvió a la realidad. La voz de mi pequeña hermana.

— ¿Si?

— Hoy es Miércoles, ¿no tendrías que estar en la Universidad? — Preguntó, me había tomado el día.

— Si pero... creo que prefiero pasar tiempo con mi hermana a que estar encerrada en un salón todo el día. — dije, entrecerrando los ojos. — Aunque... pensándolo bien, me tengo que ir al rededor de las 5:00 de la tarde. — Había quedado con Kate para ir a la cafetería. Creo que le debía una larga explicación, aunque no le vaya a contar todo. Siento que tiene que saber de Leyla y su condición.

— Bien, pues... ¿Pintamos? — preguntó con una sonrisa de boca cerrada.

— Claro, princesa. Pintemos — Y así, con las manos llenas de tinta de marcador, pasamos el día. Había manchas verdes, rojas, amarillas, hasta marrones. Pero lo divertido fue pasar un lindo rato can ella, verla de una vez por todas, feliz, divirtiéndose.

Ya eran las 4:30pm así que decidí que me pondría en marcha rumbo a la cafetería RooCkin, tiene un nombre raro, pero es muy conocido por sus meriendas, ya que queda de paso a la universidad.

Agarro mi abrigo color beige a causa de la rara temperatura al otro lado de la ventana, y salgo rumbo a allí.
Decido ir caminando porque queda a unas pocas cuadras del hospital, cuando una tienda en especial llama mi atención, esta tiene candelabros colgados al otro lado de la vitrina como decoración, y pequeñas plantas en la entrada.

Al estar dentro de las cuatro paredes grisáceas, al final del local en las penumbras de la oscuridad, se encuentra una señora de aproximadamente sesenta años, esta está rodeada de libros y reliquias que descansan en el escritorio frente a ella. Su largo y viejo cabello sobresale, ya que sus ojos son de un celeste bien oscuro. Es canosa con uñas bien largas pintadas de un claro violeta. En sus esqueléticas manos se encuentran cartas. Si, un maso pequeño y bien cuidado de cartas.
No me estaba mirando, por lo tanto quise llamar su atención de algún modo, pero no pude ni decir hola, porque se me adelantó.

— Buenas tardes, bella dama — me dijo, dándome un bueno susto a la vez que conectamos miradas. No pude distinguir ninguna emoción de estos, era... raro.

En ese momento quise contestar, pero algo me lo impidió, no sé qué era.
Era como una fuerza magnética que mandaba mi boca callar.
Algo no me estaba dando buena espina en el lugar.
La señora, al ver que no iba a pronunciar palabra me indicó que tomara asiento, mostrándome la silla delante de ella.

Dudando en hacerle caso, lo hice. Puede soñar estúpido, pero me daba curiosidad. Además, me di cuanta que las cartas que estaban en su mano, eran de tarot.

LEYLA JONES [ Completada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora