8. La mansion Jones

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toc toc...

llamo a la puerta de mi casa.

Al no recibir respuesta alguna, tomo la vieja manija que hay pegada a esta, y empujo repetidas veces.

Una...

Dos...

Tres...

Y solo cuando llego a la cuarta, es que siento a alguien caminar en mi dirección.
Retrocedo instintivamente algunos pasos en diagonal, dejando espacio de por medio entre la puerta y yo.

Abren la puerta.

En ella, se asoma una melena color blanca.

— Shirley — Nombró al ama de llaves.

— Mary. — Inclina la cabeza a modo de saludo — Que gusto verte, pasa. — Indica.
abriendo por completo la puerta al terminar de sacar todo tipo de trancas al otro lado de esta.

— Gracias.

Entro a la gran mansión Jones.

En esta, distingo todo tipo de antigüedades colgando de las paredes. Algunas, por no decir la mayoría, son pinturas religiosas y otras altamente conocidas de los años 80'. Pero todo se encuentra tan pulcro y limpio, que parecen no tener ni el más mínimo germen en él.

Avanzo por el angosto pasillo hasta que encuentro la gran sala de estar. Está totalmente desolada, pienso en el gran eco que formaría si grito ahora mismo pero descarto esa opción al segundo.

Esta es compuesta por dos sillones color beige, acomodados perfectamente para poder disfrutar de la televisión frente a ellas. La decoración es antigua, con escasos toques rústicos.

Susana, una de las muchas mucamas que trabajan para satisfacer las necesidades de mi padre, llega hasta donde me encuentro y me saluda al igual que Shirley.

— Buenas noches — Devuelvo el gesto.

— Mary, ¿a que se debe su visita? — Pregunta un poco inquieta. Parece estar en completa alerta a todo lo que pasa a su alrededor.
Cosa que no pasa desapercibida para mí.

— E-eh... nesecito — Trago — Hablar con mi padre — Digo con total nerviosismo.

Las dos mujeres delante de mí me vieron, prácticamente, crecer.
Son unas de las pocas personas que aprecio y saben mi historia.

Es decir, nunca se hubieran imaginado que yo venga hasta aquí, solo para hablar con mi padre. Y es que yo tampoco, pero pienso que es necesario llegar a un acuerdo con él. El tratamiento es demasiado para mí, no puedo pagarlo por completo.

Shirley y Susana intercambian algunas miradas.

Esta última, se aclara la garganta, y anuncia con voz entrecortada.

— Mary, su... padre... — No termina de hablar porque Cálan entra a la sala.

Hablando del rey de Roma.

— Mariella — me llama. Su voz es tan áspera como su carácter.

Lleva sus anteojos color caca puestos, su pelo negro no es muy largo, pero aún así le queda bien. Tiene la panza hinchada, debió de estar tomando.

No pregunten qué pasó, pero al cabo de unos minutos, me encuentro parada frente a él con las manos hechas un puño y sudadas a causa del esfuerzo que hago al estar con la mirada igual de fría que el señor sentado a unos metros míos.

LEYLA JONES [ Completada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora