5. El reloj de oro

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— Y aquí estamos, con las últimas noticias de hoy. El famoso abogado Cálan Jones, fue denunciado por Karen Smith y Jorge Hamilton.
Cálan, después de terminar su reunión con dichos empresarios. Fue encontrado agrediendo a una persona en la esquina del bar nombrado, Smile.
Todavía se desconocen los motivos del agresor para dejar al distinguido Hein Blake, estudiante de la universidad Georgetown, en emergencias.
Pero no cave duda que va a arruinar la imaginen del denunciado y su familia.

La noticias hablaban, haciendo eco entre las paredes del bar.
Anoche pudimos salir a tiempo para cuando llegó la policía. Todo fue un absoluto caos. Así que regresamos para hablar y ver cómo solucionar todo.

— ¿Sabes, Mary? Una parte de mi se alegra que por fin tu padre muestre la cara. — dice mi mejor amigo Max.

— Concuerdo — aclara Emma. mirándome.

— Si, lo sé. Pero eso no quiere decir que ahora todo se solucione. — contesto.
— Max. ¿Sabes donde se encuentra el reloj?

— No, pero tendremos que encargarnos de eso, Mary. Ese reloj es de oro. Si no lo devolvemos pronto nos va a denunciar por hurto.

— Aghh — me quejo. No puedo creer que algo así pase. Podría perfectamente haberlo perdido. Pero no, el señor perfecto tiene fotos que demuestra lo contrario.

— Espera — dice Emma. — ¿No hay cámaras?

— No. No en el lugar que se encontraba cuando lo perdió de vista. Aunque...— Me muevo incómoda en mi asiento.

— ¿Que pasa? — planteo.

— Debo de llamar a alguien. — indica Max. — Ya vuelvo. — dijo, levantándose de su silla para luego dejarnos solas, con la confusión clara en el rostro.

• • •

La amarillenta y cálida luz tenue del sol entra por la pequeña y larga ventana que hay a lo largo del hospital. Y contrasta así, en las blancas paredes donde las enfermeras corren de un lado a otro, probablemente, para salvar una vida.

¿Sabes? es tan gracioso, y digo gracioso porque no conozco la gracia, digo gracioso, porque no sé serla. Pero también lo digo, porque si nos ponemos a pensar mejor. Nos andamos quejando en que se puede caer el avión o hundir el barco en el que vamos. Pero la clara realidad es que nos podemos morir en un segundo. No, solo hace falta una ráfaga de milisegundo para que pase. Podemos salir a la calle, y cuando menos te lo esperes, brum, una un auto te atropelle y te quite así, la vida.

Es ese entonces, me di cuenta que debió de haber una accidente, capaz automovilístico o a causa de otra cosa,
pero estaba tan dentro de mi cabeza que no me di cuenta. Como en una pequeña atmósfera alejada del mundo.
Enfocada solamente en mis pensamientos.

A veces me pasa, a veces me quedo solo mirando un punto fijo pensando en nada, o simplemente viendo una pantalla en negro. Pero otras, en pequeñas cosas como, de que color es el cielo, o que voy a comer al otro día.
Pero solo es así como me doy cuanta que el tiempo pasa. Pienso que no hay que desperdiciarlo, puede llegar a ser egoísta de mi parte porque muy pocas veces lo disfruto de verdad, pero yo jamás lo echaría a perder.

No voy a esperar al mañana para arrepentirme de lo que no pude hacer hoy.

Bajo la cabeza a mi teléfono. Alguien me llama. Cuando logro ver el nombre proveniente de la pantalla, decido atender.

— Hola ¿qué pasó? — contesto.

— Mary, espérame fuera del hospital a las siete. Te espero. — Y corta la llamada. Bueno, eso fue rápido.

LEYLA JONES [ Completada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora