9. Veinte de enero

16 7 3
                                    



Voces... No.

Luces... Unas pocas.

Un momento...

Esos son...

A caso son...

¿Son pasos?

Alguien se acerca.

Mi garganta se encuentra seca y no puedo hablar a causa del ardor incesable en ella. Me cabeza duele, al igual que el resto de mi cuerpo. Los pasos avanzan cada vez con más claridad, incluso parecen... No. Son de mujer. Los tacones hacen un ruido sordo al contrastar con el piso.

Puedo escuchar...

Gotas. Probablemente esté lloviendo por la continuidad de los golpes que perecen terminar en algúna ventana que pueda llegar a haber en la sala donde me encuentro, haciendo un ruido opaco al constrastar.

Mis pupilas ven cada vez con más claridad al yo abrir los ojos. Pero rápidamente se vuelven a cerrar por el peso y cansancio de mis párpados.

Pestañeo varias veces.

— Despertaste — Dijo la enfermera entrando a la habitación.

No puedo hablar. Arde.

— Tranquila, ya sabemos de tu condición. — Dice la enfermara al notar mi entrecejo fruncido. — Te dejaron en la entrada del hospital. No sabemos quien fue, pero estabas muy herida.

Asiento. Dando las gracias.

¿Quien me pudo haber dejado en el hospital? ¿mi padre?

No creo.

Todos los recuerdos de esa noche pasan velozmente por mi mente.

No hablo.

— Bueno, Mariella — Dice la enfermera agarrando una especie de libreta — Tienes una costilla rota, la pierna derecha fracturada y claras marcas de agresión en tu cuerpo. — Suelta, suspirando a la vez que su mensaje llegaba a mi mente por medio de su mirada, diciéndome: 'en que lio te has metido, señorita'

Abro los ojos como platos, ¿una costilla rota? ¿una pierna fracturada?

Qué.

— Tu hermana ha estado contigo todos estos días, de hecho, solo se ha separado cuando fue necesario llevarla de vuelta a su camilla. — Dice, dando por terminada la charla.

¿Quien?

Leyla, boba. Reclama mi conciencia.

Ah. ¡Leyla!

Bajo la mirada, y la veo.

Su pálido rostro descansa a un lado del colchón mientras el resto de su cuerpo reposa inmóvil en una silla.

Su tez es tan blanca que parece de porcelana y sus pequeñas pestañas resaltan, detallando sus fracciones mientras su pelada cabeza está al descubierto por no llevar gorro. Mi mirada se dirige a su mano, la cual rasposa en mi estomago. Debo reconocerlo, sus posiciones para dormir no son las mejores.

Poco a poco, voy desplazando mi brazo hasta su espalda, donde doy pequeñas palmadas. Leyla se remueve en el lugar, despertándose.

— Mary — Susurra con voz rasposa a la vez que levanta la cabeza, mirándome.

No supe porque sus ojos estaban distintos hasta que un sollozo salió de su garganta.

LEYLA JONES [ Completada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora