14. Queridas paredes...

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Y así pasaron los minutos, las horas, los días, hasta que llegó la semana.

No como mucho, solo soy consiente de que estoy demasiado débil y delgada como para querer entablar una conversación coherente. Hay veces que despierto en la cama, y al segundo, ya me encuentro a un lado de la puerta con las manos ensangrentadas y una capa fina de sudor en mi piel.

- ¿Cómo te sientes hoy? - Pregunta el enfermero de la institución psiquiátrica entrando a la habitación. - ¿Anne? - Me llama la atención.

- Solo... - digo con dificultad. Carraspeando mi garganta para que me entienda mejor. - Quiero ir al baño. - pido.

Haciendo caso a mis peticiones, el enfermero abre la puerta de metal para llevarme al lugar que tanto anhelo en estos momentos.

Salgo de la habitación a paso apurado junto a él, pero desacelero al encontrarme con las escaleras. El edificio donde me encuentro es grande, demasiado, y reconocido como uno de los mejores centro de atención psiquiátrica del país.

Todos dicen que estamos dementes, pero yo no pienso así. Si sé que no estoy del todo cuerda, y creo que el hecho de tener personalidad múltiple y padecer de esquizofrenia, no me vuelve una.
Aunque otros piensen que sí. Porque demente no estoy ni soy, pienso que el termino adecuado que deberían usar es loca. Y si, lo reconozco, soy loca, estoy loca, pero no demente.

Todos tenemos en nuestro interior, un lado loco. Ese que nunca lo decimos en voz alta, el que nos lo guardamos.
La única deferencia que hay entre los locos y los cuerdos, son que nosotros lo expresamos, porque llega un momento en tu vida, que no aguantas más.
Así se podía decir que te vuelves loca, pero no es así. Porque loca, ya eras desde un principio...

Al llegar al baño y entrar. Lo primero que hago es ir hasta el lavado y mirarme a través del espejo.

Quisiera decir que en estos momentos lo que veo es a una mujer fuerte... pero no es así, y lo dejó de ser hace mucho.

Mi piel se encuentra tan blanca y frágil que siento que se me puede romper en cualquier momento, los pómulos se me marcan más que nunca, dejando así, ver la falta de carne en mi rostro. Mis ojos... Bueno, nunca tuvieron es chispa de brillo que las caracteriza ni nada parecido, siempre están tan apagados y fuera de sí que cuando me miras, solo ves un vacío oscuro, faltante de muchos sentimientos. Las ojeras se me extienden hacia abajo, formando dos bolsas negras a causa del insomnio y el miedo a dormir y no poder despertar otra vez.

Debo decir, que les oculté algo... no desperté y lo primero que hice fue llamar a la enfermera, nono.

Cuando desperté, lo hice en mi habitación, en Washington. Mi vida era como cualquier otra, hasta que caí por segunda vez en las manos de la esquizofrenia. Recuerdo que el día que empezó todo, a la hora de dormir, sostuve en mi mano un pequeño collar. Eso fue lo ultimo que contemplé antes de que la visión se fuera y la oscuridad se apoderara de mí. Fue en ese mismo momento que regresé a padecer esquizofrenia.

Y... cuando desperté de ese mundo paralelo, me encontraba aquí, en el internado.

Recuerdo estar tan confundida... ni siquiera pensé en que día era ni cuanto había durado en esa etapa de adormecimiento, hasta que lo pregunté. Era la misma fecha, el mismo día. Pero no el mismo año.

Ahora mismo, soy Anne Harrinson. La chica que vivió toda su vida en un orfanato, donde la maltrataban cada vez que hacía una travesura. A la que le hacían bullying en el colegio por no tener padres ni familia. Esa, soy yo.

Fui tan ingenua... Solo estaba tan necesitada de cariño, que envolví y imaginé a la persona más importante de mi vida. Leyla Jones, mi mejor amiga.

Ella falleció hace ya un tiempo atrás por culpa del cáncer, seis años atrás, en ese entonces cumplía sus trece. Fue mi compañera, mi gran hermana durante la mayor parte de mi estancia en el orfanato. Éramos muy unidas, hasta nuestros cumpleaños coincidían.

Nunca supe porqué no me dijo que padecía cáncer, ni siquiera tuve la oportunidad de agradecer que me ayudara aquellos fáticos años de mi infancia. Estuve en su velatorio, pero no soporté verla en una caja con los ojos cerrados y el pecho inmóvil. Me causaba ansiedad el solo imaginarme seguir con mi vida sin ella.

Parecía que dormía plácidamente y en cualquier momento despertaría, pero no lo hizo. Y eso me llevó a la miseria.

No podía, no quería y no aceptaba una vida sin ella.

Desde hace seis años no la veo.

Desde hace seis años me dejó sola.

Llevándose con ella, una parte de mí.

Fue la inspiración que tuve para volverla a ver aunque sea solo en mi cabeza, como a una hermana.

Mi hermana pequeña, mi dulce princesa, Leyla.

- Creo que ha llegado la hora - me digo en voz alta - La hora de abrir los ojos - sueno estúpida hablándole a mi reflejo, pero a esta altura, ya hay pocas cosas que me importan de verdad. - ¡Tu puedes! Anne.- dicho eso, salgo del baño, volviéndome a encontrar con el enfermero encargado de llevarme a mi querida habitación blanca. Y así, volverme a encerrar en el duro y apocalíptico dolor de la soledad. Entre esas cuatro paredes que vieron pasar muchas vidas a lo largo de los años.

En este momento, siento que estoy dejando pasar la vida frente a mis ojos a la vez que los segundos corren precipitadamente al ritmo del compás.

Dejándome así, con unas inmensas ganas de llorar.

Estos últimos días me he dado cuenta de algo...

No hay nada más valioso que el amor que brindan tus seres queridos, disfrútalos, porque el tiempo corre, y ellos envejecen.


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Sigue...

LEYLA JONES [ Completada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora