Pümber

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  Éstas líneas en su extensidad fueron escritas con la memoria de un joven estudiante cualquiera, reuniendo pedacitos de su historia, y alineando recuerdos que se instalaron en el fondo de su corazón y memoria para no irse más, ese muchacho, al que pronto irán conociendo durante éstas humildes páginas soy yo, Tadeo Espender.
    Te contaré la historia de mi pequeño y subordinado poblado denominado Pümber. Consistía en un territorio caracterizado por su sugestivo silencio: "El pueblo mudo" o "El pueblo del olvido", lo apodaban las villas vecinas al ser notable la diferencia de vida y emoción a comparación con los alrededores, donde los únicos sonidos comunes eran el del cantar de las aves, la lluvia incesante, y el viento arrasando por los huecos de los suelos hojas otoñales. Ubicado al sur de un país llamado  Mosatopia, dentro de algún lugar determinado en medio de un espacio desconocido para el resto del mundo. Dicho país era medianamente conocido por ser un sitio agradable a la vista, por poseer decoraciones en la vía pública como estatuillas con centenares de años de antigüedad bien conservadas en esquinas y plazas. Así como la posesión de un prestigioso museo con reliquias  prehistóricas valoradas por millones de dólares, y una arquitectura poco habitual fabricadas por manos indígenas. Pero la parte "agradable y mágica" sólo pertenecía a todos los pueblos aledaños.
   Mi pueblo, a pesar de ser algo pequeño, el cuál estaba compuesto por menos de 150 casas (de las cuales menos de 80 estaban pobladas) era además un sitio desconocido y marginado en todos los sentidos: Las calles se veían tan desoladas que parecían no haber sido habitadas por nadie durante décadas. A los pocos habitantes que vivían allí, se los veían caminar muy de vez en cuando, por lo que era demasiado raro que hubieran encuentros casuales entre vecinos. Sólo salían por cosas que fueran importantes como estudiar, trabajar o comprar algo. Aunque podría decir que no muchos lo hacían, mejor dicho, era casi imposible saber acerca de las ocupaciones de los demás, puesto que nadie solía tener comunicación entre sí. En la escuela era donde los adolescentes liberaban su verdadero yo, muchos creían sentirse plenos opacando a otros, o siendo más iracundos de lo normal, podía decirse que era el sitio donde solían descargar el peso de la monotonía y soledad que brindaba Pümber, aunque también habían alumnos de otros lugares, pero ese centro de educación estaba más direccionado a nosotros. Siempre pensé que ese era el mejor lugar que teníamos después de todo, si bien era una escuela pública, la educación solía ser muy buena; nos enseñaban asignaturas esenciales como literatura, biología, religión, matemáticas (mi favorita, en la que a menudo me pedían ayuda, incluso algunos me daban monedas a cambio de un trabajo completo, así fue como a veces podía comprarme dulces durante el recreo), y como materia especial astrología (mi profesor se llamaba Leonardo y fue uno de los más comprensivos y honestos que tuve, era extranjero, y por eso le impedían ser simpático y servicial con sus alumnos, aunque en más de una ocasión no le dio importancia y me habló con amabilidad dándome ayuda especial y tratando de darme ánimos cuando me veía triste. La astrología también me mareaba mucho pero él siempre me ayudaba a comprender mejor al notar mi predisposición. Lamentablemente, lo despidieron por ese mismo motivo y fue reemplazado por un ogro del gobierno que nos daba mucha lectura y cero  explicación) Al ser tan pocas materias el trabajo que nos proporcionaban era el doble a lo estándar. Lo que no nos enseñaban, y que consideraba de suma importancia era historia. Yo necesitaba saber cómo y gracias a quién se había fundado mi pueblo, pero carecía de dicha información y no podía resolver mi duda, a menos que me infiltrara en zona implícita. ¿Por qué había tanto secreto disperso en el aire, tanto misterio a mi alrededor?
   Pero... volviendo al tema, como dije antes, casi todos permanecían encerrados la mayor parte del tiempo, por lo que se podía asegurar que no eran nada felices, y me incluyo. Parecía que al salir, se contagiarían de algún virus o morirían por alguna guerra, pero no. Cada uno esperaba su propia  muerte dentro de cuatro paredes. Si bien el pueblo no era tan bonito como los demás como para recorrerlo con orgullo, no había escuchado jamás que alguien hubiera muerto a causa de un virus, tampoco es que tenía cómo saberlo. Si moría alguien, nadie se enteraba. Aunque lo que yo creía es que la mayoría llegaba al hartazgo y optaba por el suicidio, pero nunca supe nada. Caracterizando los aspectos más deplorables de la comunidad, el principal de todos era, sin dudas, los caminos de tierra a medio pavimentar, llenos de huecos de todos los tamaños, lo que impedía una buena circulación, además que en días de tormentas la inundación se propagaba, afectando a muchas viviendas, invadía los hogares con facilidad. La mayoría de las casas estaban pintadas de colores grises y decadentes, y no se renovaban ni por casualidad. Uno no podía darse esos pequeños lujos al tener que priorizar la salud y la alimentación, y porque ya que todas las casas fueron habitadas de generación en generación, la gente acostumbraba a admirar todo aquello pertenecido a sus ancestros como si se trataran de valiosos lingotes de oro.
   Además, como máximo dilema, era inaudito que algún gobernante se paseara para inspeccionar que no necesitaramos nada, las ambulancias llegaban media hora tarde y los policías el doble. Venían de lejos para ofrecernos sus servicios, pues no teníamos la posibilidad de ejercer profesiones similares, a menos que tuviéramos ciudadanía en el extranjero. Sólo nos tocaba quedarnos callados y no alzar la voz, pues si nos revelabamos lo podríamos pagar caro. Es lo que yo pensaba, tal vez se trataba de un mero miedo a los irracional hacia los "superiores", pero yo no podía pensar por los demás y tal vez me equivocaba.
   Y para que nuestras almas tuvieran con qué superar el aburrimiento, cada hacienda precisaba un teléfono fijo, (que prácticamente no se usaba) también se podía usar cartas, pero la verdad no tenía mucho sentido. Y para los niños existían muñecos de algodón y juegos de mesa de cartón y papel. Me tocaba entretenerme con lo poco que pudiera encontrar y crear mis propias opciones para "disfrutar" mi niñez, aunque al tener a mis hermanos, después de todo no era tan malo.
   Más allá de tener una vida complicada, triste y monótona, vivir allí me enorgullecía de alguna manera, ya que, en especial esa casa me daba un sentimiento profundo al saber cuántas personas habían vivido ahí antes, por más que sólo hubiera conocido a mis abuelo paterno durante mis primeros cinco años de vida. Pocos recuerdos tenía de él, sólo se que no era nada simpático y dormía todo el día. Respecto a mi familia de parte de mi madre, poco se hablaba al respecto, pero según lo que decía mi padre, se habían convertido en gente de clase alta y se habían olvidado de los demás viajando y desapareciendo totalmente sus vidas hacía demasiado tiempo. Cosas de gente egoísta y repugnante.
   Además de todos los problemas que yacían en Pümber, junto a mis hermanos nos ingeniabamos para sobrevivir. Todo era mucha más difícil si se trataba de tres jóvenes huérfanos... Todo sucedió hace doce años; mi hermano mayor, Reiser, tenía doce, Casimiro Diez, y yo tan sólo seis. Nos llegó la impactante noticia que nuestros padres habían sufrido un accidente automovilístico, un veinticuatro de diciembre antes de ir a comprar los regalos para la navidad en las lejanías, perdiendo la vida al instante. Ellos... ellos venían de regreso con algunas bolsas decoradas, después de tiempo ahorrando, (mi madre era vendedora de panes y mi padre un psicólogo mal pagado) caminando contentos para traernos la sorpresa al día siguiente, con los ahorros que habrían conseguido hasta el momento. Habían salido a la mañana temprano, mientras los tres dormíamos profundamente (No creíamos en Papá Noel, pero hacíamos como que sí para conservar la emoción del día festivo, nuestro favorito, siempre procurábamos pasarla lo mejor posible en la medida que pudiéramos) Recuerdo que yo me había despertado antes que mis hermanos y fui corriendo hacia el pinito que se encontraba en la cocina para buscar mi correspondiente regalo. No había ni siquiera un pequeño emvoltorio de papel con caramelos de yogur. Me puse un poco triste pero pensé que tal vez no les habían alcanzado el dinero y podía entenderlo. Así que me dirigí al cuarto de mis padres. Las paredes respiraban ausencia, sentí de repente un gusto agrio en mi boca, entonces desperté a mis hermanos y salimos afuera a esperar su regreso. Casimiro me decía: "Tranquilo, quizá se fueron a comprar pan" ¿y los regalos? "Papá Noel se retrasó, ten un poquito de paciencia, seguro se detuvieron a descansar"─Me consolaba el mayor─. 
    Les pedí que diéramos una vuelta por el barrio a ver si lo veíamos y Reiser me regañó diciéndome que me quedara quieto, llegarían pronto. Irritado, me senté en la acera dándoles la espalda, pero de casualidad vi que una postal se escondía debajo de una hoja de un arbusto junto a mis pies. Intenté leerla, pero aún estaba aprendiendo a hacerlo, así que le encargué a Reiser. Cuando acabó de leérnosla, se secó las lagrimas con los puños y nos dijo con un hilo de voz "En las buenas, en las malas, y ante las adversidades... unidos por siempre". Eran palabras vacías y secas explicando la muerte de mis padres, escritas sin el sentido de piedad. Deseé tanto en ese preciso instante darme a la fuga y desaparecer lejos, yo sólo era un pequeño e inocente niño que no podía soportar tanta aflicción. Desde ese día dejamos de ser unos niños colmados de sueños y júbilo, para convertirnos en unos tristes infantes trabajadores. No recibimos ninguna ayuda aparte que la de la señora de noventa años que vivía a la par. Como ya era una mujer bastante mayor, cocinabámos nosotros según sus indicaciones, y a veces nos regalaba monedas de compensación. Íbamos contentos a comprar nuestros caramelos de yogur que tanto amábamos. Después de dos años, como sucedería, falleció, sola, sin ningún pariente que se hubiera acordado de su existencia. (A excepción nuestra quienes estuvimos con ella hasta el último momento). Como de costumbre, en el pueblo el amor no existía, ni la empatía. Eran más bien sentimientos muertos. Luego de su muerte tuvimos que buscar otra forma de supervivencia, tales como pedir limosnas, desempolvar ventanas, y recitar poemas y canciones a enamorados y depresivos. Así fue nuestra vida hasta que cuando Reiser cumplió los diecisiete, empezamos a vender algunas de las reliquias de nuestros rebisabuelos a los coleccionistas de pueblos vecinos. Usamos el dinero con precaución para que durase lo máximo posible, y un año más tarde, Reiser habiendo terminado sus estudios secundarios, ingresó al seminario de astronomía. En cambio Casimiro dejó la escuela muy temprano para seguir con trabajos de poca suerte.
   Más adelante, con exactitud, siete años después, cada uno de nosotros encontró su verdadero rumbo moldeado por el tiempo. Yo cursaba el último año de la secundaria y planeaba ser un buen psicólogo, como mi padre que trabajaba en el exterior y era el sustento principal del hogar aunque a veces la situación no era de lo mejor, pero realmente me interesaba. Reiser no pudo soportar los años frustrantes de su carrera porque el estrés lo dominó, obligándolo a abandonar en el segundo año cursado y consiguiendo luego trabajos de medio tiempo en bares. Casimiro empezó a trabajar para una empresa de taxi en la que obtenía un pago regular. La escuela no le fue para nada bien, no por sus malas calificaciones, sino por una conducta desagradable donde en numerosas ocasiones lo acusaron de llevar bebidas alcohólicas dentro de clases y fumar con descaro delante de los profesores. Él mismo decidió abandonar los estudios por cuenta propia, se sinceró consigo y quiso hacer algo que realmente aportara. La razón por la que a plena adolescencia se convirtió en un alcohólico, no era nada más y nada menos que por amor, sí, ese muchacho así de terco e idiota como se lo veía se había enamorado una vez. Alguna vez me dijo que compartían sentimientos, salían juntos en los recreos y tenían mucha conexión era una compañera de clases, pero, un día dejó de ir, no la volvió a ver nunca más. Nadie notó su ausencia, jamás había existido para los demás. Más allá de eso, su sacamo y egocentrismo siempre habían sido parte de él, haciéndolo el rebelde de la familia.
   Cierta tarde de septiembre después de largas horas de estudio, me senté con ellos junto a la mesa de mármol, en la sala principal. Mientras organizábamos un poco acomodando y botando a la basura los residuos innecesarios y baldeando los suelos con agua enjabonada, nos pusimos a recordar esos días donde sólo éramos unos niños frágiles, y cómo llegamos a sobrevivir con tan pocos recursos.
   ──Éramos tan chiquillos e ingenuos─ habló Reiser pensativo acariciando su barba con una mano y con el haragán en la otra.
   Hacía un atardecer fenomenal, las aves risueñas se oían por todos lados y unas cuantas se posaban en la ventana para saludarnos, después de haber comido las migajas de pan que le dejaba de vez en cuando, y el lucero áureo desprendiendo una mansa brisa de calor por todas las aperturas de la casa.
   Acabamos de limpiar y les dije que se encargaran de hacer lo mismo en su cuarto (no me obedecerían) y yo me quería dar el cotidiano trabajo de encargarme del almuerzo. Cocinando con amor, tarareando canciones inventadas, y sintiendo un delicioso aroma a lavanda en los suelos. Un poco de ají, algo de papa, trocitos de zanahoria, arroz, tomate sí o sí y dedicación.
   Estaba a la expectativa de que la comida terminara de guisarse para comenzar a servirla. A menudo me cuestionaba que yo trabajaba el doble en casa, cocinaba y limpiaba con frecuencia. Ellos lo hacían sólo cuando les insistía o estaba enfermo. Tampoco podía quejarme mucho, al fin y al cabo eran ellos quienes trabajaban y me mantenían, yo sólo debía estudiar.
    ──Oye Tadeo── se levantó Casimiro de la silla de madera y se acercó ansioso a mirar el proceso de la comida en la olla── ¿Y si acompañamos esto con un licorcito?
   ──¿Eh? ¡Ni hablar! Deja de pensar en alcohol un sólo día.
   Ya quería empezar con su adicción de nuevo, no podía no pasar desapercibido un día sin beber porque se ponía agresivo y terco. Era lo único que "lo llenaba" junto al cigarro que lo había  convirtido en un joven de apariencia mucho más delgada a la normal.
    ──No tengo que hacerte caso. No lo beberé junto al almuerzo pero sí luego.
    Pretendíamos evitar gastos innecesarios pero él siempre quería salir con la suya.
   Reiser desde su lugar replicó sin moverse:
     ── ¿Ya vas a empezar? ¿Y así quieres que nos mudemos algún día?
     ──¡Ja! Di lo que quieras, soy dueño de hacer lo que quiera con mi dinero.
    El mayor callaba para no hundirle un puñetazo en la cara. Realmente su paciencia era increíble.
   Diez minutos después la comida estaba lista y servida. Pudimos comer tranquilos sin discusiones por medio.
    A mitad del almuerzo sonó el teléfono y Reiser salió de prisa para atender. La sala no se hallaba muy lejos del comedor por lo que se podía escuchar lo que respondía. Casimiro y yo nos mirábamos extrañados, pues ¿quién podría llamar?
   ──¿Sí?
   ──No. No llame más.
   ──¡Que no soy la persona que busca! Número equivocado.
    Cuando volvió, se lo notaba incómodo, como si hubiese visto un fantasma.
   ──¿Quién habló─pregunté.
     ──Número equivocado.── Agarró la cuchara y comió con cierta rapidez sin percatarse de que el estofado seguía caliente.
    ──No sé que tan equivocado sea, hermanito, ¿acaso nos ocultas algo?─Expresó Casimiro lleno de sátira.
    Reiser lo miró con odio.
     ── Veo que estás apresurado, ¿vas a salir? ── pregunté.
     ──Sí, nada importante. Iré a dar una vuelta y de paso pagar recibos. Necesito despejar mi mente. El trabajo ha estado muy pesado últimamente.
   Se levantó apresurado y tomó unos papeles y un bolígrafo de uno de los cajones de la sala, y cuando estaba saliendo, recogió los recibos de la luz que por poco olvidaba.
   Varios minutos después de que se fuera, sonó el teléfono de nuevo. Yo me hallaba acostado porque me había imprevisto una fuerte fiebre, y con un paño frío en la frente miraba el techo esperando a que el calor disminuyera. Odiaba estar acostado en vez de hacer algo más productivo pero tenía las defensas muy bajas. Casimiro estaba escuchando música en su habitación con la pequeña radio que emitía un volumen demasiado fuerte, y seguro lo acompañaba alguna bebida a su lado. (Por cierto para conseguir alcohol, se compraba de forma clandestina como si de droga se tratara, a un precio más elevado, así que Miro, compraba petacas en pares y las escondía por su cuarto) Estaba tan metido en lo suyo que tuve que levantarme yo para atender el teléfono que sonaba insistente, no podía contar con él.
   ──¿Sí?
   ── No quiero saber que llegues tarde.── Respondió una voz viril del otro lado.
   ── Disculpe... ¿quién habla?
    Colgó apenas terminé la frase y me enfadé demasiado porque detestaba ese tipo de bromitas, me parecía de pésimo gusto que colgaran sin mínimo de cortesía. Le conté a Casimiro pero pareció no interesarle en absoluto, y me corrió de su cuarto porque "le cortaba la inspiración". Enseguida recordé que mi hermano mayor había salido recientemente, contestando con anterioridad a una llamada y me puse a pensar que a lo mejor tal persona tenía alguna relación, y por motivos desconocidos no nos quería hablar al respecto. Podría tratarse de algún nuevo amigo que no tuvo tiempo de contarnos, o tal vez sí, tan sólo una llamada equivocada. De todos modos, a nuestro número no lo tenían más que dos compañeros de mi clase, tres maestros, y alguno que otro colega del trabajo de Reiser. Así que no me pareció normal que llamaran con tanta insistencia. Me quedé sentado en una silla de madera cerca del teléfono, esperando que volviera a sonar para poner a ese tipo en su lugar.

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