El hombre aquel

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   Fue eso lo que hizo que el rencor aumentara en Casimiro, mostrarse vulnerable y que su arrepentimiento no le haya servido de nada, lo consideraba un fracaso, conociéndolo, odiaba perder.
Y con esa inmensidad Taurina... Prácticamente no le dirigió la palabra ni por casualidad. En realidad, quien debería estar más molesto tendría que ser yo, porque conmigo era con quien realmente iba a hablar. Algún motivo desconocido y justificable seguramente tenía, y teniendo en cuenta lo buen hermano que fue siempre, y que nunca se pasó de listo conmigo, (como en más de una ocasión lo fue Casimiro, y por pacífico o tonto lo dejé pasar) Me molesté, sí, pero estaba relajado y esperando a que cuando pudiera, él mismo me diera su explicación, no podía odiarlo por eso.
Remontándome a una semana después de aquel disgusto, yo
regresaba de clases, inicio de semana, lo que significaba que me llenarían el cerebro con tantas horas de estudio, y para colmo, de actividades extra para casa. A veces, por no decir siempre, se me
cruzaba ese delirante pensamiento de abandonar, sentía que ya no podía seguir, pues la mayoría de las notas estaban marcadas con tildes verdes y puros dieces, lo que significaba un sacrificio inmenso, pocas horas de sueño y cansancio mental y físico. Pero estaba a tan solo meses para recibir mi diploma, y poder salir en busca de otro sustento económico, y de paso, podría iniciar mi
independencia. Asimismo, la palabra rendirse tampoco existía para mí, mi esfuerzo no debía ser en vano, y lo justo sería tener, sobre
todo, un tanto de paciencia.
Algo curioso entre aquellas épocas, fue que se llegó a convertir en parte de mi rutina el hecho de sentarme en la vereda y relajarme un ratito, aunque en realidad solo me ponía a pensar en cómo la vida me quitaba alegría con el paso de los años (y eso que
tenía diecisiete, aunque me sentía de cuarenta) Es que vivir en un mundo monótono es para hábiles, yo tuve que serlo, el problema es
que me aburría. Solía culpar al pueblo a menudo. En la radio escuchaba las noticias sobre ciudades, aldeas y barrios donde la
alegría formaba parte de los días normales allí. Contaban que cada sábado en las plazas se reunían un grupo de payasos, o se realizaban ferias y festivales al aire libre. Otro día oí que era habitual tocar instrumentos como el piano y la trompeta a cualquier hora, y la
gente lo contemplaba al punto que muchos pagaban para escuchar una melodía. Si lo hacías aquí, tenías multa asegurada, o a lo mejor dos porque sí. Afuera la gente era feliz, tenía otra vibra, luz en los ojos, sueños... en otros lugares existían muchísimas cosas que formaban parte de la cotidianidad, y en Pümber estaban prohibidas; no existían... por ejemplo el amor y la compasión, sentimientos imprescindibles que permanecían ocultos o muertos. A las personas no les importaba si te conocían o no, si le caías mal o bien, si eras rico o pobre,
negro o azul, agnóstico o politeísta, ellos te ayudaban porque tenían
incorporado dentro de sí algo tan bonito y extraño, ese sentimiento
llamado:'' empatía''. Sabían lo difícil que sería vivir una situación similar, y te ayudaban sin compromisos, lo hacían porque la única explicación es que eran buenas personas y ya. En estas calles no, si te veían triste estabas actuando, si te encontraban agonizando en el medio de la calle, esperaban a que terminaras de morir para seguir transitando.
    Fue de esos días en los que la melancolía me atrapaba tan
rápido, que ni me dejaba que dejara mis útiles en casa y pudiera sentarme a reflexionar un rato. Como si en lo primero que pensaba al salir de clases en una jornada agotadora, era ir y sentarme en la acera gris. Yo estaba ahí, solo, esperando quizá a que algo o
alguien me levantara y me invitara a pasear e intercambiar unas
palabras, conocimientos y risas. Alguien distinto a mis hermanos, una persona de la cual aprender y conocer nuevas experiencias... pero no había nadie más aparte de ella, mi soledad. Lo único que me brindaba ''compañía'' era un par de roedores que se comían mis caramelos y rompían mis apuntes. Esos animalitos, así de feos y huidizos, tenían la vida más simple y feliz que la mía, quizás sonará un poco raro, pero me atrevería a decir que incluso los envidiaba, pues al menos tenían libertad.
Reiser desde esa última vez, no volvió a alejarse de casa, se
quedó inmerso en las pinturas como en tiempos remotos, estando a la vez tan cerca y lejos de nosotros, su puerta jamás volvió a abrirse. Por tales motivos, no hablamos más respecto a la charla
irresuelta, las cosas simplemente se quedaron ahí.
En el lado económico no nos encontrábamos en la mejor situación, y, por lo tanto, debíamos separar con más precaución el
dinero en partes y darle la utilidad que fuese necesaria. Fui
autoritario y prohibí todo tipo de bebidas alcohólicas y cigarros.
Casimiro no tuvo otra opción que hacerme caso. En esos momentos él estaba tratando de conseguir algo de dinero extra en el trabajo, pues últimamente le había ido bastante mal, ya que por algunos motivos la gente procuraba evitarlo. Al parecer a algunas personas le terminaron desagradando por su controversial carácter, nada raro. Así que, por tal motivo, se presentó en diversas agencias promotoras y dejó un aviso en el periódico de Rendelsei solicitando una nueva fuente de ingresos. Y por el lado de Reiser, al ser un sueldo mediano, no concluíamos el mes siendo tres los que
teníamos subsistir con aquel dinero (incluyendo la escasez que estaba recibiendo Miro) Recuerdo que mientras uno de los ratones más grandes que me escoltaban, me afanaba una galleta del bolsillo de mi pantalón, una sombra de un hombre se iba acercando hacia mí; Era el
censista, igual de elegante que la vez anterior, y con una expresión de malas ostias. Yo lo miré un largo rato esperando a que me dijera algo, con cierta vergüenza y culpa por lo que había sucedido con Reiser.
   —Discúlpeme—no podía mirarlo a los ojos—mi hermano
estaba un poco alterado, es que... no tuvo un buen día...
Sentí su mirada muy centrada en mí, de tal modo que me llegué incluso a sentir incómodo.
   —¿Cuántos hermanos tienes? —preguntó serio.
  —Sólo dos, señor.
  —¿Usted es el menor?
   —Lo soy, dígame ¿qué necesita?
   —Esta es la familia Espender, ¿no?
   —Así es...
Se encimó demasiado, separándonos tan solo unos arduos
centímetros. Ya sentía su respiración proveniente de su boca, y un mal aliento que me provocaba nauseas.
   —¿¡Por qué demonios no me atendieron correctamente!? —me agarró del cuello mientras me hundía unas largas uñas.
  —Señor— hablé  como pude—me está lastimando... ya... le
dije... q... Suélteme por favor, me va a matar—el tipo me
arrinconaba cada vez más junto al paredón
    —¡ESTÚPIDO, VEN AHORA MISMO O TU HERMANO NO
CONTARÁ LA HISTORIA!— vociferó todas sus fuerzas cerca de mi oído, lo que me provocó al instante un profundo dolor de cabeza, al mismo tiempo, más daño me hacía hiriendo mi frágil
cuello.
   Rogaba que lo escuchara, me estaba lastimando demasiado y sentía que mi respiración se deterioraba a más no poder. Afortunadamente no pasó mucho, y Reiser se enteró por el
exuberante chillido del loco, se asomó a través del ventanal y
sobresaltado llegó de inmediato a verme.
   —Suéltalo, no metas a Tadeo en esto—temblaba—¡¡Suéltalo!!
Me soltó con violencia y caí abatido.
   —Vete de aquí—suplicó—déjame en paz a mí y a mi hermano ¡qué tienes en la cabeza! ¿qué pretendes, arruinar mi vida? —me
miró contristado.
   El otro se quedó parado con una sonrisa perversa dirigida a mí, luego lo llamó con el dedo índice, y se apartaron para hablar a solas.
Por más que
intentase oír, no alcancé a comprender nada, se comunicaron a través de susurros casi imperceptibles. Reiser me hacía señas para que me alejara más. Distantes, pude apreciar como aquel tipo le tenía un odio execrable, y se contenía las ganas de golpearlo también, pero Reis demostraba que no le tenía miedo, sacando pecho y sin desviar la mirada ni en un santiamén. Fue un momento tenso, rogaba en silencio que se fuera de una vez por todas. Ya
finalizada su ''íntima charla'', el maldito elevó la voz diciéndole antes de esfumarse:
   —Hablas, y conocerás tu destino y el de los tuyos. Nos vemos pronto.
   Quiso llamar a la ambulancia, pero preferí que no lo hiciera y que me curara las heridas con alcohol y desinfectante.
   —¿Estás mejor?—dijo al pasarme algodón con desinfectante en el cuello, me ardía muchísimo.
   —Sí... ¿Reiser? ¿Qué es lo que está ocurriendo? —traté de regular mi respiración.
   —Nada—contestó frío y distante.
   —No, hermano, no. Quiero que seas claro ¿¡Dónde está la
confianza que has tenido siempre conmigo!?
    Ni hizo el intento de responderme con cualquier frase dicha porque sí, yo tampoco insistí, pues sabía que, si le seguía
preguntando, se enfadaría seguro. Me dejó sobre una mesa un poco de antiséptico para que yo siguiera haciéndome las curaciones y se dirigió al teléfono para llamar a la empresa de Casimiro y
contactarse con él. Llegó veinte minutos después, le relaté todo lo sucedido y sin dudarlo comenzó a cuestionar a Reiser con su habitual prepotencia.
   —¿¡Se puede saber qué es lo que estás escondiendo!? ¿¡Acaso
cuando maten a nuestro hermano recién vas a hablar!? ¿¡Qué traes con ese censista!? ¡¡habla ahora mismo!!
   —Yo no tengo que responderte nada— indicó preciso-sólo a ti-me señaló—pero necesito un poco de tiempo.
   —No, no, no. Yo también vivo en esta casa y aunque me odies debo saber la explicación a todo esto.
   —Mira, hoy no quiero discutir con nadie ¿sí? Mejor déjame en paz. Un disgusto más y no dudo que me muera de un infarto.
    —Ahora mismo nos dices, Reiser, estoy hablándote con toda
la tranquilidad del mundo. No me hagas que llame a la policía...
Se levantó y lo tomó de la camisa, representando la ira en sus sosegados ojos.
    —Tú no vas a llamar a nadie ¿¡Entendiste!?
Asustado, levantó los hombros, las palmas arriba y un hilo de
transpiración recorría lentamente sobre su cien. Lo mantuvo a medio levitar unos segundos, luego lo soltó y se fue a su cueva, con un fuerte portazo que por poco destruía la puerta. Casimiro se quedó perturbado y débil, con una carita
temeraria, y yo, completamente sorprendido por la inesperada reacción.      
   Cada vez me confundía más y más, pues mi hermano se
había convertido en un misterio difícil de descifrar, tantos años viviendo juntos, y ahora lo desconocía como nunca.

1- PÜMBERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora