Ha empezado a llover

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Su presencia me alivió de una manera increíble y sentí que no estaba solo, por primera vez experimenté tener un verdadero amigo
que me brindó su apoyo de una forma desinteresada, a
comparación de otras personalidades que a lo largo de los años fui conociendo y desconociendo en cuestión de segundos. La confianza no es para todos y tampoco para ninguno, es un término medio. De cada experiencia vivida, una de las lecciones más
significativas fue, sin dudas, ser buena persona con quienes lo son con uno, si te utilizan, quitarles el dominio, si te desprecian, demostrar que eres grande, si te ignoran, ignorarles... Con las mejores de las vibras y sin dejarse llevar por opiniones ajenas uno puede llegar lejos. Es obvio que necesitamos en ocasiones que nos
den una sugerencia, un pequeño consejo o un poco de ánimos, eso no significa que debamos hacer lo que los otros nos están
queriendo decir o creer lo que otros quieren meternos en la cabeza. Se debe tomar los puntos de vista a modo de ilustración y no de
compromiso, los dueños de nuestras acciones no somos más que nosotros mismos, y, por ende, se tiene que aprender a tomar las decisiones correctas sin sentirse presionado. Y una amistad real es
aquella que no pretende cambiarte y moldearte a lo que ellos consideren ''correcto'', sino, es la que conociendo tus cualidades y defectos, favorecen con tu progreso personal.
A modo de distención opté por asistir a misa los domingos en
la parroquia de Rendelseí, realizar un breve paseo de vez en cuando por los alrededores, y alimentar con trocitos de pan a los pajaritos que se me cruzaran.
Fue allí, en uno de esos días, cuando
mi inspiración por la escritura surgió; lejos de las cuatro paredes, al caminar, mi mente liberó miles de ideas y recuerdos de situaciones pasadas. Pensé que no sería mala idea dedicar mi tiempo libre
redactando momentos importantes de mi vida. Así que un día, cogí un block de hojas de un cajón de la cocina y un lápiz negro. Desde ese entonces los llevé conmigo la mayor parte del tiempo, y con ellos comencé a escribir los primeros apuntes de este libro.
Ahora el problema era que habían regresado las tediosas llamadas,
yo tenía mucho miedo, hacía rato que me había olvidado de eso. Estaba más que seguro que se trataba de Noslov desde algún lugar lejano con
intenciones de seguir molestando, no satisfecho de haber dejado a Reiser grave en una miserable camilla de hospital. A Jacob, cómo se quedaba en casa seguido por estar junto a Casimiro, también había llegado a hartarse porque sólo llamaba, y cuando
contestábamos, colgaba de inmediato. Siempre decía lo mismo: ''Quiero hablar con Reiser Espender, ese estúpido es amigo mío, no me cuelgues''. Le autoricé que en la próxima oportunidad lo mandara a la mierda de una maldita vez. Él sabía muy bien que no podía volver a pisar mi casa porque sería más fácil que lo encontraran, es lo que me aseguró un policía, al entregarme un botón antipánico
que al activarse, llegaría una patrulla. El botón, por supuesto, para no alertar al agresor, no emitía ningún ruido, por lo que no se preocuparía en huir. Yo desconfiaba de esos aparatos, y con
más razón, que careciera de sonido, aún me sentía inseguro viviendo en
mi propio hogar. Ese no era el tipo de ayudas que uno necesitaba, no
convencía a nadie, yo quería, que como en otros pueblos, se
situaran agentes en cada esquina vigilando comportamientos innecesarios, no un botoncito que lo podías perder, o si en realidad funcionaba, los policías llegarían cuando tuvieran ganas, por más que fuese una alarma especial. Tampoco eran capaces de investigar de dónde
procedían dichas llamadas, lo único que decían era que ese
individuo poseía un teléfono característico, el cual bloqueaba conexiones de otros dispositivos y sólo tenía la capacidad de llamar
y no de recibir llamadas. Otra solución sería simplemente destruir el aparatito para no oír más su voz ¡pero vamos! ¿una mejor opción no me podían dar?
Casi dos meses en la misma rutina sin respuestas de nada,
estaba harto de la monotonía y de no escuchar ninguna noticia buena, o alguna palabra inspiradora de parte de los médicos que
me diera esperanzas, todo seguía igual. A esa altura ya no quería seguir esperando a que despertara, la expectativa se hizo más larga de lo prevista. ¿Quién iba a decir que no hablaría ni vería en dos meses a una de mis personas favoritas... y que él
estuviera... quién sabe si soñando algo o tan sólo con la mente vacía? Siempre pensaba lo mismo. Entonces me di cuenta de lo absurdo que era seguir aguantando, y decidí que ese mismo día entraría a la
sala y le hablaría, aunque no me oyera.
A la tarde llamé a Jacob y le avisé que visitaría a Reiser para que se quedara con Casimiro, cuando lo hice entrar, Casimiro se acercó hacia mí a pasos lentos, y me habló con su voz átona:
-No quiero quedarme con él...
Me sorprendió demasiado su actitud, hace mucho tiempo lo había escuchado hablar por última vez.
-¿Por qué no? -le respondí confundido.
-Quiero... ver a mi hermano-su voz se entrecortaba.
-Está... bien.
Mi amigo y yo nos miramos impresionados.
-¿Puedo acompañarlos? -propuso Jacob.
-No te molestes, hoy no es necesario, gracias amigo. Si
quieres puedes quedarte a dormir aquí.
-Volveré a casa para estar con mi padre, pero que Dios los bendiga.
Tomamos un taxi en la esquina, si bien tuvo su demora,
aproveché ese tiempo para sacarle algunas palabras a Casimiro con mucho esfuerzo. Él me expresó con una seriedad absoluta y a la brevedad, que su mundo era gris y siempre lo fue, solo que sin hacerlo adrede lo ignoró. La situación le estaba afectando y lo demostró con la
triste melodía de su voz. Nunca fui bueno dando consejos, pensé que mi silenciosa presencia podía ayudar en algo, aunque no muy seguro en qué. Menos mal que la espera duró poco y se distinguió un desbaratado coche tambaleándose al doblar la ahuecada
esquina. Sentados en la parte trasera del carro, percibí un olor un tanto desagradable, Casimiro, no se había bañado en mucho tiempo. Simulé conformidad, pues no pretendía herir sus sentimientos, en
otro momento me pondría al día con él. Bajamos rápido y se quedó en la entrada quieto, analizando el sitio por todos lados. Esperé a que siguera caminando pero éste se distrajo fácilmente por una mariposa muy peculiar de color negro que se posó en su nariz y luego se fue volando hacia un arbusto de los costados. Casimiro siguió sumiso al insecto que se quedó atrapado en una tela de araña, y abajo, rodeada de las mismas hojas y ramas, encontró un sobre. Lo abrió y me dio el contenido a mí. Era una hoja blanca con una frase: "La vida está compuesta de mensajes ocultos que sólo pueden ser descubiertos por los ojos correctos. #23" Letras rojas y bien legibles, pero con un significado no tan interesante. Nos dimos cuenta que era el famoso escritor anónimo de Pümber. Guardé la nota en uno de mis bolsillos y nos dirigimos a la entrada.
Tuvimos que estar a la expectativa hasta que nos dejaran entrar. Esta vez me dirigí sin pensarlo hacia el cuarto, una
enfermera situada en la puerta, al verme, automáticamente me dijo que aguantara unos instantes a que el médico terminara de
examinarlo y me daría la aprobación de entrar. En el transcurso de cinco minutos, el uniformado salió y ella le dijo que íbamos a verlo, no sé qué habrá ido a hacer, pero no bien terminó de decirle, se metió de nuevo y volvió a salir enseguida, y al fin nos dio el permiso de ingresar. Miré a Casimiro y le pregunté: -¿listo? Asintió con la
cabeza. Se lo veía inquieto, tiritaba, yo no podía contenerme de la emoción, el enorme cuarto blanco ya nos pertenecía a los tres. Con miedo fuimos aproximándonos despacio, y ahí se lo veía, como si
estuviera durmiendo en un día cualquiera. Desde lejos se notaba que ya no tenía manchas, lucía jovial y no parecía en absoluto estar enfermo, sólo que esa bata blanca le quitaba el estilo y lo delataba mucho. Cuando lo tuvimos a escasos centímetros, Casimiro comenzó a llorar, tembloroso...
-Estamos aquí...contigo-logré decir con los ojos
empapados.
Ahí, pasados unos breves segundos mirándolo en silencio, como si nada, con suavidad sus párpados se
levantaron, ¡había despertado! Hizo un breve esfuerzo, ladeó su cabeza hacia nuestra dirección y nos miró serenamente sin gesticular. Parecía un instante eterno, fue tan grande el impacto que hubiera deseado poder inmortalizar ese tan conmovedor momento. Su mirada me relató todas sus penas vividas en solo un segundo. Yo estaba destruido porque le quería decir algo, pero las palabras no me salían por más que intentara esforzarme, los sentimientos me
dejaron mudo. Al final terminé tragándome todo lo que conservé en mi corazón para ese momento.
-Unidos por siempre-Balbuceó Reiser con dificultad.
Nosotros emocionadísimos, nos mantuvimos callados. Yo cargaba con un formidable nudo en la garganta que me oprimía a más no poder. Él nos dirigió una acogedora mirada a cada uno,
acompañada de una dúctil sonrisa, luego sus ojos volvieron a cerrarse. Acto continuo, el médico entró de repente y nos echó de la
sala de una manera demasiado hostil. No entendimos su actitud, ni siquiera logramos cumplir nuestro tiempo correspondiente y ya nos estaba corriendo de malas ganas.
-¡¡Lo estamos perdiendo!! -gritaron, y mi corazón empezó a latir tan rápido que me hacía daño.
Miré a Casimiro y parecía que le faltaba el aire, estaba
enloquecido como una fiera. No pasaron ni cinco minutos y aquél clínico vino hacia
nosotros a pasos lentos.
-Muchachos... Lo siento mucho, pero no pudimos hacer nada más-giraba su cabeza de lado a lado en negación.
En ese momento, Casimiro expulsó un grito tan desgarrador
que se escuchó en casi todo el hospital, cayendo de rodillas mientras se agarraba de la cabeza, en un mar de lágrimas, se mordía lo nudillos, bramaba desesperado...
Quise consolarlo, pero no sabía quién de los dos se hallaba más deshecho. Me puse a su lado, quise abrazarlo, chillaba tan fuerte que dos enfermeras le agarraron de los brazos con intenciones de sacarlo afuera. Lo impedí, no podían ser tan
insensibles, les dije no, no lo toquen. Pretendieron sacarlo de todos modos porque según ellas estaba interfiriendo en la ''paz del
ambiente'', ¡y cuánto se equivocaban!... Mucho ruido no prevalecía, pero cada humano que se hallaba por ahí, soportaba guerras
internas a diario, y sí que se notaba. Casimiro, como pudo se levantó, tenía los ojos hinchados y todo el rostro humedecido. Parado, miró a las
enfermeras con un gran desprecio mientras tiritaba y, en un ataque de nervios, salió corriendo desesperado del hospital, traté de
alcanzarlo para que no cometiera ninguna locura, había mucha
distancia entre nosotros. De tanto correr sin parar, llegué a límites de Pümber, inicios de Rendelseí, intentando alcanzarlo. En un
momento se detuvo agitado en una esquina, giró a verme y me saludó con la mano. Se introdujo en el medio de la calle como si nada y extendió los brazos. El semáforo recién acababa de marcar
en rojo, el tránsito arrancó veloz. Un camión cruzó con una velocidad fuera de la autorizada lo derribó, y le quitó la vida en un santiamén. Me tiré al suelo y lloré con el alma hecha pedazos, no podía acercarme siquiera, me faltaban fuerzas. Estuve ahí, durante varias horas tirado, sin energía, sin nada. Observando desde lejos como un grupo de forenses lo metían dentro de una bolsa negra,
cerrándola poco a poco con un cierre. Nadie me dio ni la más mínima importancia que me muriera de tristeza con el peso de la
soledad. La policía y los peritos llegaron temprano, entrevistaron a la gente que presenció el hecho, el conductor del camión siguió su
rumbo, y se llevaron el cuerpo muy rápido. Yo seguía ahí sin recibir atención alguna, muchas personas pasaron al lado mío ignorando
completamente mi existencia, eran tan indiferentes que les daba totalmente igual que estuviese ahí tirado como una porquería.
Cuando anocheció, algunos médicos empezaban a irse del hospital, y el resto se quedaba a hacer guardia. Por casualidad uno
de ellos, me vio y me tomó en cuenta, no me ignoró como si fuese
un indigente, se fue a llamar a un compañero y juntos me llevaron al
hospital, tenía las defensas bajas y no podía moverme. Hicieron que
me sentara en una camilla, me tomaron la presión, y como me encontraba anémico, me dieron agua azucarada y algunos
medicamentos para que me levantaran un poco. Dijeron que me veía muy pálido y me prestaron un espejo para que viera lo
espantoso que estaba. Me hicieron preguntas para reconocer mi
identidad, yo ponía de mi esfuerzo para poder contestar, pero en realidad me costaba hablar, me dolía existir.
-¿Nombre?
(...)
-Joven, ¿Cómo se llama usted?
-Tadeo... Espender.
-¿Quiénes son sus padres?
-No tengo.
-¿Hermanos?
Lágrimas me recorrían mientras mis piernas temblaban.
-Están...muertos...-tragué saliva.
-Lo siento ¿Algún otro familiar?
-Señor... no tengo a nadie.
Fui recuperando mi firmeza poco a poco y el color de mi piel, y pude contarles cómo se me acabaron las ganas de vivir en tan solo un minuto. Intentaron consolarme con las típicas frases que todos dicen pero que no calman nada. Me trataron muy bien y estuvieron conmigo hasta que decidí irme.
-Pero muchacho... usted dijo que no tiene familiares ya... ¿a
dónde va ir?
-A mi casa ¿a dónde más?
-¿Tiene algún amigo o amiga que pueda estar con usted en estos momentos?
Entonces recordé a Jacob.
-¿Puedo hacer una llamada? Por favor...
Un médico canoso, simpático, me condujo hacia una oficina y
me dejó solo para que pudiera llamar tranquilo. Al principio marqué el número de casa, después recordé que Casimiro había venido conmigo, aún no podía asimilar lo
sucedido... Traté de recordar su número, pero me costaba retener esos once dígitos, me volví una bola de nervios. Salí de la oficina y le pedí a una enfermera que rondaba por ahí, que me hiciera el favor de tratar de localizar a mi amigo con uno de esos libros donde tienen todos los números de los ciudadanos de Rendelseí. La mujer
se veía muy ocupada y al final nunca me ayudó. Pronto me volví a topar con el mismo médico, que al parecer me buscaba, y sí pudo sacarme de apuros. Me prestó la libreta y busqué, hasta que conseguí contactar con él. Ya arribada la noche, no iba a ser capaz de volver caminando solo, por lo que Jacob vino en un taxi y me
llevó a su casa para que me despejara la mente y pudiera alejarme de todo por un tiempo. Me ayudó con los gastos que debía hacer respecto a... mis hermanos, el cementerio y todos aquellos temas. Me parecía tan absurdo que hasta muerto se debía de pagar
impuestos. Tuve el valor de llorar más que la lluvia en el día del entierro, llovía de una forma torrencial donde solo los despedíamos Jacob, el sacerdote y yo. Los ataúdes cerrados. Aunque era ilegal, me deseaba verlos una última vez, aunque imploré, no me dejaron. Dos policías custodiaban desde lejos que no hubiese
ningún comportamiento irregular. Volvimos empapados, por un lado, estuve tranquilo, porque los dejé junto a nuestros padres, y podría visitarlos a todos al mismo tiempo. Me propuse que el domingo
sería el día ideal ya que siempre consideramos que era la fecha de las reuniones en todas nuestras generaciones.
Pero... ah... ¿Qué hacía con ese vacío, con esa angustia? Yo ya no era nadie, no tenía una motivación fija por seguir... todo se había derrumbado en cuestión de segundos, y de no ser por Jacob, habría ido a buscarlos. Lloraba en el camino, dejándome los ojos rojos y débiles, recordando como esas cajas de maderas se metían en las profundidades llevándose casi toda mi alma... ¿yo me lo merecía?

1- PÜMBERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora