Incompatible

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   Tercer día sin verlo. Después de aquel incidente, regresamos a descansar con comodidad y allí decidimos que nos turnaríamos para que uno se quedara en el hospital y el otro custodiara la casa.
Yo sería el que comenzaría la semana yendo. Le enseñé a Casimiro a cocinar
provisiones básicas, ya que no sabía nada de eso, y le di las indicaciones para que todo estuviera en orden, previniéndolo y dándole la autorización de utilizar un cuchillo en caso de posible atraco a modo de defensa. Así que me equipé con una botella de agua potable (porque la
que había allí tenía un gusto bastante ‘’farmacéutico’’), una barra de chocolate para combatir la amargura, y unas monedas en caso de
que me fuese de utilidad, y lo cargué todo en mi mochila, que por cierto ya tenía unos cuantos agujeritos por los lados. Me dio una sensación rara el hecho de ambular por ahí solo, se me cruzaban entre mis
alocados delirios, que en cualquier momento podría aparecer el famoso convicto y provocar algún desastre. Fue uno de los días en
los que más miedo tuve en toda mi vida, por un lado, me destruía pensar que Reiser pudiese morir, yo confiaba a medias en los médicos, pero temía que las cosas no salieran como esperaba. Por otro, que el fugitivo, no saciado de la cruel paliza, fuera capaz de ir a desquitarse con Casimiro. La paranoia me dominó. Me dolía la espalda de estar sentado en un rígido asiento, sin nadie con quien hablar, ni una radio para distraerme, jugaba como un tonto con las monedas lanzándola para tratar de adivinar si
tocaba cara o cruz, increíble. Sin recibir ningún tipo de noticias sobre la evolución de mi hermano, salí de ahí, y con una extraña
rapidez, la butaca fue ocupada por un niño. Había muchísima gente con cara de pánico y desesperanza, que hasta por momentos me olvidaba donde estaba realmente y me sentía inmerso dentro de un cementerio. Fui disgustado a insistirle a la secretaria que me diera algún tipo de información lo antes posible porque ya tenía bastante que esperaba como un idiota, así que ella llamó a uno de los
enfermeros que trabajaban para atender a Reiser, y pudo al fin orientarme a partir de haberle entregado mis datos y los de su
paciente para corroborar que éramos parientes.
    —El joven no ha dado ninguna reacción aún, permanece
estable. Por el momento, lo único que necesitamos lo más pronto posible, es una donación de sangre. Tuvo una pérdida interna. Por suerte logramos reparar el tejido de manera provisoria. Más adelante, tendrá que, con urgencia, ser operado. Una de sus
costillas está destruida y le está provocando mucho daño.
    —Uh... en ese caso me ofrezco, por supuesto que quiero donar. Si soy de ayuda haga lo que sea necesario.
   —Muy bien, enseguida procederemos. Hay aquí, en esta
institución, otras personas que se ofrecieron para ayudarlo con la
donación. Hemos estado buscado gente que se postularan para colaborar ¿Accede a ello?
    —¡Claro que sí!
   Me llamó de inmediato a su cuarto, pero me negué a entrar
rotundamente. Claro que estaba dispuesto a donar, pero no quería entrar por ningún motivo, así que tuve que hacerlo de otra forma y me dieron la opción de despachar mi sangre dentro de un tubo de suero, y desde allí sería inyectado. El enfermero se fue a otro sitio haciéndome esperar largos minutos sentado en un banco duro y sintiéndome un tanto debilitado por la cantidad extraída. Al cabo de un rato éste volvió con el líquido enfrascado en mano y me dijo:
   —Discúlpeme, usted no es donador, su tipo de sangre es incompatible con el internado.
    —¿¡Cómo que no, si soy su hermano!? Es ilógico—me alteré poniéndome de pie.
   —Esos son los resultados del análisis, no estoy mintiendo. Voy a ver si puedo encontrar a alguien apto.
   Éste salió apenas dijo eso, serio como una momia. Algo em mí me hacía desconfiar en sus palabras. Por suerte, las transfusiones habían sido exitosas. Les agradecí a cada uno por haber tenido la amabilidad de ayudar, de todos modos, me sobornaron y tuve que poner parte de mi efectivo por haber
participado (con cinco monedas no alcanzaba, por lo que les di una a cada uno en constancia de que debía entregarle el resto en la próxima ocasión), me lo imaginé, ya me había asombrado creer que existía gente desinteresada. Pero bueno, en la vida se debe aprender a lidiar con todo y todos, aunque me fui con un gusto amargo por no ser yo quien donaba, sino un grupo de desconocidos que fuese a saber si es que no tenían nada anómalo en la sangre. Aprendí a desconfiar hasta de lo más mínimo y a cuestionarme de
las cosas simples que me rodeaban. En el mundo en el que vivía no lograba discernir cómo funcionaban las mentes superiores y su capacidad de ocultar caos con demasiada facilidad. Observaba hacia los lados de manera constante, con temor de que hubiese
cámaras camufladas o espías que controlaran mis acciones, y mucho más, en sitios públicos como en aquel tétrico hospital. Más por la desconfianza de seguir prevaleciendo ahí, le rezaba entre
susurros a cualquier ente divino que pudiera oír mis súplicas, que brindara protección tanto a cada uno de nosotros tres porque lo necesitábamos y mucho.

1- PÜMBERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora