Yringua

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   Una madrugada de diciembre, mientras descansaba con Miro, sonó el teléfono. Era demasiado temprano porque ni las aves se
habían despertado aún. A la primera me desperté de súbito,
asustado, luego seguí durmiendo, y calculando no más de cinco minutos, volvió a sonar, tampoco hice el intento de ir a contestar, hacía mucho frío y me costaba despojarme de mis cálidas
cubiertas. A la tercera timbrada me levanté con flojera y me dirigí
hacia el comedor rezongando.
   —¿Diga?
   —Tadeo Espender—dijo una voz ronca.
    —¿¡Quién eres!?
   Escuché una risa sádica.
   —¿Acaso no recuerdas mi voz? Ya he llamado antes…
   Entonces reconocí al maldito desconocido, cuya risa delatadora lo convirtió en Noslov, me di cuenta que no había llamado en dos meses, después de la muerte de mis parientes.
   —Así que eres tú el ‘’bromista’’ sin vida ¿no? Has molestado
tanto tiempo, pensé que te hartaste, pero no, al parecer me
equivoqué…
   —Querido Tadeo, he estado esperando que pasaras este tiempo de duelo y lloraras en paz. Eso no significa que deje de seguir llamando, ahora lo haré más seguido. Lo siento mucho por lo
de tus hermanos, no se lo merecían…
   —¿¡Qué demonios quieres de mí, miserable? ¡déjame en paz!
   Aún falta mucho por hacer, quedas vivo tú y eso no me deja tranquilo.
   —¡Basta, por favor! Tuviste las agallas de hacer todo lo que
hiciste… ya no sigas molestándome, yo no te he hecho nada y mis
hermanos tampoco.
   —JA, JA, JA, JA, JA, que tu hermanito haya sido tan cobarde y
fuese capaz de quitarse la vida no es mi problema, aunque maté dos pájaros de un tiro, lástima que no fueron tres…
   Tuve pánico. Quise colgar, pero intenté no ser un gallina y
seguí la conversación, antes de hacerlo presioné el botón para que se grabara todo. Si yo moría, alguien tendría que hacer justicia por mí, si es que la policía no se encargaba de ello.
   —Mira—traté de ser amable, aunque por dentro deseaba
‘’aliviar’’ mi ira golpeando la pared—Ya has hecho demasiado daño,
seguir haciéndolo empeorará todo…
   —Dejaré de molestarte, pero, pronto tú y yo nos veremos otra vez.
   —¡¡DEJAME EN PAZ DE UNA MALDITA VEZ!!
   —Quiero escucharte gritar eso mismo cuando te esté
estrangulando. Vayas a donde vayas puedo seguir tus pasos y tú no los míos.
   Colgué, y lleno de miedo llamé a Jacob para alertarlo de la
situación. Al cabo de un rato llegó en un taxi y me trasladó directo a su pueblo.
   —Nos vamos para mi casa—dijo asustado.
   —¿Y… mi mascota?
   —¡Tadeo! ¡Es un asesino! Tendrás que olvidarte de él…
   —¿¡Cómo!? ¿estás loco? Va a morir de soledad…
   —Te conseguiré otro ¿sí?
   —¿Tan tranquilo lo dices?
   —O prefieres que te maten…
   —Está bien, ahora no. En un par de días vendré a buscarlo, no
tengo el corazón para dejarlo abandonado, no me lo puedes
prohibir.
   Cuando llegamos a su morada, un hombre canoso, delgado y de estatura media, estaba parado en la vereda a  aguardando nuestra llegada, era el padre de Jacob. A simple vista parecía ser
simpático y buena gente, se llamaba Rubén Yringua. Me senté un momento en la antesala y me convidaron un vaso de agua fresca para relajarme, luego de que me tranquilizara un poco me enseñaron la inmensa casa, cuarto por cuarto. De las cosas que más me fascinaron distinguí un hermoso jardín con flores de todos
los colores y formas, con diversos tipos de plantas frutales como
banana, sandía y uva, un mini acuario, y una máquina de chocolate enorme que pertenecían al cuarto extra, o de entretenimiento.
Cuando conocí todo por completo, me llevaron al cuarto donde sería mi habitación, era muy bonita, limpia y bien pintada de colores
vibrantes, tenía una repisa de madera en la pared con soldaditos de
plomo de colección, una pecera pequeña, un armario de tamaño grande, y una cómoda cama con colchón de agua. Se notaba que
era un lugar al que le dedicaban sus buenos tiempos en la limpieza.
Había demasiada diferencia a comparación de los cuartos de mis
hermanos, que se hallaban siempre desordenados y sucios.
   —Aquí dormirás, eres como un hermano para mí, Tadeo, y tienes que tener en cuenta que siempre puedes confiar en nosotros.
   Él señor Yringua hizo una breve sonrisa de bienvenida, y de sopetón se puso serio:
   —Cuéntame ¿Quién es esa persona de la que estás huyendo?
   —Es alguien que lo ha estado molestando con llamadas sin cansarse… incluso a mí, cuando cuidaba a Casimiro, me tocó
responder muchas veces—le contó Jacob.
   —¿De dónde te conoce… Tadeo?
   —Es la persona que se ha encargado en destruirme la vida, el
asesino de mis hermanos.
   —Sí, padre, yo te conté que un tipo lo golpeó de un modo tan
brutal que tuvo que ser internado por tener golpes internos.
   —¿Y el otro?
   —Mi otro hermano se suicidó a causa de la depresión que le
provocó su muerte. Suicidio, lo que sea, pero fue gracias a ese
malnacido que lo obligó a tomar esa decisión—respondí
indignado—.
   El señor me dio unas palmaditas en la espalda y dejamos la conversación ahí. Luego fui un rato hacia el jardín para distraerme con la naturaleza. Me encantaban tanto aquellas flores tan hermosas, y en especial, las plantas frutales. Corté un par de uvas, y las comí sentado en un banquito de piedra, debajo de un árbol enorme. Miraba como las hormigas llevaban pétalos de rosas a su hormiguero con una excelente coordinación, me entretuve con tan poco. Allí, terminando
la última fruta, recordé el audio grabado del teléfono, y aunque no
era de gran importancia, consideré que tenía que guardarlo por
algún motivo en especial que surgiera. Otra motivación más para volver a casa.
Más adelante, Jacob vino a hacerme compañía y hablamos
sobre cómo había sido su graduación hacía un par de días, sólo
recibió el diploma, dio unas palabras contando su experiencia en el
establecimiento y dejó a más de uno conmovido cuando tocó el tema de la discriminación y el bullying. Muchos quisieron hacerse su
amigo cuando le contó quién era realmente, pero los rechazó como siempre lo hicieron con él. Además, me mencionó como otro
ejemplo de la indiferencia, pues todo el salón se había enterado de la muerte de Reiser y Casimiro, sin embargo, ninguno, excepto él, tuvo la amabilidad de darme sus condolencias, teniendo en cuenta que yo sí me integraba con los demás, sí me buscaban para resolver sus dudas, sí dialogaban
conmigo y sí sabían dónde vivía, nada más podía ser otra excusa
para ser cordial y empático.

1- PÜMBERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora