Vergüenza

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   Amanecí tirado en el suelo, la espalda adolorida y extraviado lejos del bar. Me punzaba, además, un muy imponente dolor en la cabeza y no tenía la más mínima idea de dónde me encontraba. Estaba desnudo, sin mi uniforme del trabajo ni ropa interior, y
temblaba del frío. Nunca me sentí tan sucio y miserable como aquella vez. Necesitaba pedirle a Jacob que me recogiera y me
llevara a casa, no me atrevía a andar en esas condiciones solo y desorientado. No tenía la forma para comunicarme con él y, como ya era de día la gente ya comenzaba a salir de sus casas, los niños se reían de mí y sus madres les tapaban los ojos con un mano mientras me gritaban‘’degenerado’’No sé en qué momento un oficial de policía me llevó en su auto hacia la comisaria. Al parecer una de esas madres desconfiadas, llamó diciéndoles que yo era un loco. Le conté con franqueza que me había pasado de copas producto de una inestabilidad emocional y que fue inevitable controlarme, pero que la próxima no volvería a beber ni una sola gota. Me dejó en el vehículo frente a la comisaria y me pidió un número de teléfono para que me fuesen a buscar. En
un rato llegó Jacob en un taxi y me dio una manta para que me
cubriera. El invierno nacía rebelde y ya me paspaban las manos y las mejillas.
    —¿¡Qué demonios te pasó!? —me retó enojado.
    —Me pasé de copas—respondí con pena.
    —¡Tadeo si tú en la vida has bebido alcohol!
    —Siempre hay una primera vez para todo…
   —Un trago, un trago quizá estaba bien, pero ¿¡cuánto pudiste
tomar para acabar así!?
    —Diez botellas…
    —¿¡Qué!? ¿de dónde sacaste tanto dinero?
    —De… del trabajo— se me caía la cara de vergüenza.
    —No… no puede ser… no me digas que…
    —Me echaron.
   Se puso un mano en la frente. En ningún momento del viaje
giró a verme. Me dejó en casa y decidió quedarse a dormir. Le dio una telefoneada a su padre para que supiera que estaría conmigo. Me sentí aún peor cuando le contó lo sucedido. Tenía que quedar entre nosotros.
    —No tienes que avergonzarte conmigo.
   Me quedé acurrucado en el sillón deplorable ese, y él preparaba algo caliente para beber.
   —Ahora quiero que me expliques bien lo que ha pasado—me
dio una taza de té y el gato se subió en mis piernas. El peludito me reclamó el cariño que le debía hace tiempo.
   —Es que descubrí que la novia de Reiser fue la chica que
Noslov asesinó aquel día que él llegó lleno de golpes en su rostro…
por lo visto, no te equivocabas… sin lugar a dudas es un maniático que la mató por pasión, o por gusto…
   —Creí que eras fuerte y te sabías controlar. Es lo que he
aprendido de ti en estos tiempos. ¿Cómo tienes la certeza de que es así?
    Le clavé una mirada solemne y dejé a un lado la taza.
     —¿Acaso por ponerme borracho un día, ya dejo de ser fuerte? Dime, si tú fueras yo ¿hasta dónde habrías aguantado?
   Evitó mi mirada.
    —Yo también sufrí—se excusó.
    —Lo sé muy bien, yo no puedo juzgar quién sufrió más o menos, lo único que quiero que tengas en cuenta es que perdí a mis dos hermanos en tan solo un día. Lo fueron todo para mí, yo vivía para ellos, yo luchaba por ellos, yo los amaba, yo los quería tanto, que cuando se fueron de mi vida, consideré el suicidio como opción, y no lo hice, decidí ser fuerte.
    —Entonces… estás diciendo que Casimiro era débil.
   —Quizá si lo era, tomó la decisión más precipitada que pudo
tomar solo porque no llegó a hablar con él y pedirle perdón. Si tan
solo, antes de decidir su destino, hablaba conmigo, o me pedía un abrazo o simplemente me decía ‘’Oye, yo ya no puedo vivir sin él, no merezco seguir viviendo’’ te juro que lo habría hecho cambiar de
opinión y juntos lo habríamos afrontado, lamentablemente todo fue inesperado. No pude alcanzarlo.
    Nos abrazamos y en el medio del abrazo le dije:
   —¿Sabes? No recuerdo cuando fue la última vez que sonreí.
    Nos desenlazamos.
    —Pronto volveremos a hacerlo, ya verás.

1- PÜMBERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora