Capítulo 2

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Feliz año nuevo, lxs amo<3.

[...]

Transilvania, 1958.

Las familias conformadas por vampiros son tan comunes como un resfriado en invierno. El país siempre está sumido en una oscura tiniebla, muy raras veces un rayo de sol es capaz de atravesar aquellas nubes grisáceas y, cuando lo hace, significa que algo muy importante está por pasar; así como hoy.

En la mansión de los Malve, la pequeña Leith acaba de nacer, siendo mitad mortal y mitad vampiro, a la joven le espera una larga vida, pero ella sólo regresó a este mundo con un propósito; encontrar a su alma gemela y permanecer a su lado como no pudo hacerlo la última vez.

[...]

Italia, actualidad.

La familia Traipipattanapong siempre ha sido respetada y querida por todos, conocida por ser unidos en todo momento por eso la noticia de la muerte de los señores fue algo devastador, imposible de creer, pero real. Todo sucedió en un trágico accidente en una de las carreteras de la ciudad de Florencia cuando la noche cubría el lugar y la tormenta se desató.

Aunque no había tráfico, era casi imposible ver a través de la lluvia, entonces el señor Frank perdió el control y se estrelló en uno de los árboles que rodeaban la carretera. Ese fatal evento cobró la vida de él y de su esposa, la señora Lenna. El único sobreviviente fue su hijo, el joven de tan solo siete años; Gulf. Bueno, al menos eso es lo que el reporte policial dice, porque nadie le saca de la cabeza al pelinegro que había algo más esa noche, algo que fue el responsable de la muerte de sus padres.

Ellos no murieron por el impacto, a ellos algo, o alguien, los mató, justo cuando su padre daba su último suspiro, un relámpago iluminó el cielo y un tatuaje fue visible. Ubicado en el brazo izquierdo, una mancha de tinta se esparcía por la piel pálida. Eran dos letras.

SJ.

A pesar que sus ojos se estaban cerrando y su cabeza dolía, aun pudo ver todo lo que pasaba en los asientos delanteros. Esa criatura se acercó al cuello de su padre, sus manos presionaban su pecho y entonces todo se volvió oscuro.

—Los extraño tanto. Y juro por su memoria que algún día encontraré al culpable. —dijo el pelinegro mientras dejaba un ramo de flores en la tumba de sus progenitores.

Habían pasado casi diecisiete años de aquel suceso, y el joven Gulf nunca cambió su opinión. Él era un niño y la noche estaba muy oscura, pero también está seguro de lo que sus ojos vieron. No eran alucinaciones como los policías le dijeron, era algo real, algo que lo llenaba de miedo cada noche cuando recordaba aquellos orbes color miel que lo vieron fijamente antes de caer en ese sueño profundo.

[...]

Uno de los mejores barrios, un vecindario tranquilo y lleno de casas en colores claros, con jardines hermosos y perfectamente cuidados, era el hogar del joven Gulf. La casa pertenecía a sus difuntos padres, unos árboles adornaban la entrada, pero lo que más llamaba la atención era el camión de mudanzas que se abría paso por el gran portón de herrería.

Seguido por una camioneta negra, los vehículos se detuvieron en la casa frente a Gulf. Había estado deshabitada por muchos años, pero parece que por fin será ocupada por una familia de castaños y rubios.

Dos hombres bajaron del camión y, junto con ellos, varios muebles fueron colocados dentro de la vivienda. De aquella camioneta negra, con vidrios polarizados, bajaron cuatro personas. Del lado del conductor apareció un hombre adulto, piel pálida y cabello castaño, no hay alguna arruga visible en su rostro, su cuerpo se cubre por un gran abrigo que solo deja ver sus pies con el calzado de esos mocasines que tanto le gusta usar.

Opuesto a él, una señora de cabello rubio bajó del lado del copiloto, un vestido en color rojo, que resalta la palidez de su piel, se ceñía a su cuerpo y sus pies hacían resonar los tacones de aguja que llevaba. Un abrigo de lana en color negro cubría sus brazos y le daba ese toque tan elegante que la caracteriza.

De los asientos traseros bajaron dos personas más, la primera era rubia, portaba unos jeans de mezclilla y una blusa negra acompañada de una chamarra de cuero en color carmesí. Por último, el más joven de la pálida familia apareció, una playera negra, una chaqueta de cuero, unos jeans y unas botas, todo en color negro. A diferencia de los demás, él no llevaba ningún accesorio en color rojo, todo en él eran colores oscuros y neutros, sin embargo; sus labios tenían un color muy llamativo sin necesidad de un lápiz labial. Sus pasos firmes hacían resonar la suela de sus botas por todo el pavimento, sus cabellos castaños se movían con el viento y el pequeño arete de metal de su oreja brillaba tanto como sus ojos.

Frente a ellos estaba Gulf, desinteresado por lo que pasaba a su alrededor, solo concentrado en regar su hermoso jardín, aquellas plantas que su madre cuidaba con esmero y que ahora él cuida de la misma forma. No fue hasta que una voz femenina mencionó un nombre que el pelinegro volteó en su dirección.

—Mew, tenemos que entrar.

Entonces, los ojos del castaño se encontraron con los del pelinegro. Un brillo apareció en ambos y, cuando Gulf iba a saludar a su nuevo vecino, su celular sonó. La corriente que recorrió sus cuerpos ahí seguía, pero ninguno dijo alguna palabra. Mew su fue con su hermana y Gulf contestó la llamada.

—¿Abuela?

—¿Cómo estás hijo mío?

—Feliz de escucharte.

—¿Estás ocupado?

—No, ¿pasa algo?

—¿Quieres almorzar conmigo?

—¡Claro que sí! Llego en veinte minutos.

[...]

El camino a casa de mi abuela es un poco largo, pero es tan agradable manejar por un rato, el cielo está ligeramente nublado con señales de una llovizna pasajera. Mi mente se intenta concentrar en el camino, pero sigue pensando en aquella familia que llegó al vecindario.

Su chaqueta de cuero y las botas.

Mierda.

Concéntrate.

La puerta de roble de mi abuela por fin aparece ante mi vista y su melena gris me recibe desde el portón. Después de la muerte de mis padres, ella me crio. Me llenó de amor, me dio un hogar y me hizo la persona que soy ahora. Cuando terminé mis estudios decidí mudarme a la casa que era de mis padres, ya era hora de ocuparla y devolverle la vida, le rogué a mi querida abuela que se mudara conmigo, pero se rehusó a dejar el único lugar donde siente que su difunto esposo está con ella.

Trabajo desde hace algunos años en una cafetería, a pesar de tener la fortuna de los Traipipattanapong, no me gusta derrochar el dinero. Con mi salario pago mis gastos y mi herencia la invierto en algunos negocios o doy donativos a fundaciones de caridad. Si en algún momento me canso de trabajar fácilmente puedo mantenerme solo con ese dinero.

—Que gusto me da verte, mi pequeño Gulf.

—Abuela, ya no soy tan pequeño.

—Podrás medir dos metros y tener cincuenta años, pero seguirás siendo mi niño.

—Tan terca como siempre.

—Bueno, es algo que también compartimos.

—Te extrañé tanto.

—Si me visitaras más seguido no me extrañarías tanto.

—Si aceptaras vivir conmigo no te extrañaría tanto.

—Te enseñé demasiado bien.

—Que puedo decir, soy un pequeño tú.

—Entra ya, la comida se enfría.

[...]

capítulo editado

BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora