Capítulo 11

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El frío de la noche se acopla con el frío de mi piel. Son pasadas las diez, me encuentro camino a comprar una nueva cajetilla de cigarros. La fila está algo larga, así que después de veinte minutos, que se sintieron como una eternidad, por fin pude salir a fumar.

Durante los últimos días he perdido la cuenta de cuántos cigarrillos he fumado y cada uno me hace recordarlo más en lugar de olvidarlo. La primera calada me recuerda el color de su cabello, la segunda el sonido de su voz y la tercera el sabor de sus labios. Ahora solo quiero correr hasta sus brazos y besarlo hasta que nuestras bocas ardan.

Desgraciadamente, soy un maldito cobarde que no es capaz de enfrentar lo que todo esto conlleva. La necesidad de verlo, el hecho de extrañar el calor de su tacto y la tortura de no escuchar su voz solo me confirman lo que ya sé. Gulf me gusta. Me gusta demasiado. Y no estoy dispuesto a pasar por ese camino otra vez. Ya una vez me gustó una humana y la perdí. No soportaría perder a Gulf también. Además, Los Bianchi nunca lo permitirían.

—¿Vas a algún lugar?

Una extraña voz interrumpió mis pensamientos y me giré para ver de quién se trataba. Frente a mí estaba la morena que me había atendido minutos antes en la tienda. Ya no llevaba su chaleco verde, ahora solo tenía unos jeans junto con una blusa algo escotada que dejaba ver sus voluminosos atributos.

—No en realidad, pensaba en ir a casa.

—¿No quieres compañía? Hay frío y tal vez podríamos darnos calor.

Ahí estaba de nuevo, lo mismo de siempre. Su idea me parecía de lo más aburrida y mi cara de desinterés fue muy evidente, por un momento me planteé decirle que no, pero siendo sincero cualquier cosa en este momento era mejor que regresar a mi habitación para ver cuando llegara y escuchar los latidos de su corazón para intentar dormirme.

—Suena genial. ¿Quieres ir a algún lado?

—A tu casa está bien.

Y treinta minutos después aquí estamos, en el balcón, platicando de cualquier cosa que se le ocurra. Sé que esperaba que yo fuera diferente. Lo leí en su mente, quería que la besara y me acostara con ella, pero, por primera vez en mi vida, estaba retrasando un polvo.

—¿Seguiremos platicando toda la noche?

—Tal vez.

—Pensé que eras diferente.

—¿Cómo pensaste que era?

—Más atrevido y directo.

—¿Quieres que sea así? Bien —me paré frente a ella, la recargué en el barandal y la besé como si de verdad quisiera hacerlo. Sus labios eran iguales a todos los demás. Y seguía sin provocarme algo. Me concentré en solo besarla, pero me llegó el único olor, además de la sangre, que reconocería en cualquier lugar. Abrí mis ojos y él estaba ahí. Estático y con el pulso acelerado. Iba a leer su mente, pero corrió tan rápido como pudo y esa fue mi señal. Yo no debería estar aquí besando a alguien más que no sea él. La alejé y le pedí que se fuera.

—Lo siento. Cierra la puerta cuando salgas.

Brinqué por el balcón y lo seguí en la oscuridad de la noche, podía usar mi velocidad, pero decidí ir a su ritmo. Después de unos minutos lo vi caerse, se quedó en el suelo y gritó algo que me dolió más de lo que me hubiese gustado.

—¡Maldito sea el día que te conocí! ¡Maldito sea el día que me besaste! Y Maldito sea el momento en que creí que podía enamorarme de ti.

Sus palabras dolieron en lo más profundo de mi deplorable ser. Él no debería estar aquí llorando por un idiota como yo, él no debió ver eso. No. Más bien; yo no debí haber cedido a la propuesta de esa chica solo para olvidarme un rato de él. Aunque eso nunca pasaría, porque Gulf ya está metido en lo más profundo de mi inexistente alma. Y ahora es cuando me doy cuenta que, a partir de este momento, no habrá un solo día en el que pueda estar sin él otra vez.

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