Capítulo 10

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—No puedo leer tu mente, Gulf. —Si puedo, pero no quiero hacerlo.

—Bien. No sé qué es lo que sentí, pero no he podido de dejar de pensar en ti desde entonces.

Y eso fue todo lo que necesité escuchar antes de saltar y subir a su balcón para besar sus labios una vez más. Mi cuerpo parece ponerse aún más sensible ante la calidez de su tacto. Hace frío aquí afuera, pero nunca había sentido un calor tan abrasador como el de su cuerpo junto al mío.

La forma en que sus manos se aferran a mi ropa como si temiera que lo dejaré, pero él no sabe que, desde hace tiempo, no tengo la intención de alejarme. El olor del jabón invade mis fosas nasales y se revuelve con el exquisito aroma de su sangre. Maldita sea.

—Gulf, vas a matarme. —pronuncié contra su boca.

—Qué raro. Yo juraba que él que me terminaría matando serías tú.

—Pensé lo mismo, pero algo pasó.

—¿Qué?

—Probé tus labios.

—¿Y?

—Me volví adicto a ellos.

[...]

Cada palabra que salía de su boca actuaba como un estimulante para el deseo que mi cuerpo tenía de besarlo. Su piel se siente tan suave, fría y lisa, como si estuviese acariciando una escultura de porcelana. Tiró de uno de mis labios y un pequeño gemido escapó de ellos.

—Mew... —una repentina sensación de frío me tomó por sorpresa. Él se había separado de mí.

—Lo siento, Gulf, pero acabo de recordar que esto no es correcto.

—¿De qué mierda estás hablando?

—Tú mismo lo dijiste. Sólo tu familia o tu pareja pueden estar así de cerca y yo, por desgracia, no pertenezco a ninguna de esas categorías. —Bajó por el mismo lugar y cayó en el césped de pie. —Buenas noches, vecino.

Y se fue dejándome más de un problema.

[...]

Soy un idiota y no necesito que alguien me lo diga. Daría el alma que no tengo para poder seguir a su lado besándolo y sintiendo el calor de su cuerpo, pero mis malditos colmillos salen en el momento más inoportuno que puede haber. Es la segunda vez que me tengo que alejar para evitar morderlo. Y odio la sensación que eso provoca.

Son quizás pasadas las tres de la mañana y no puedo descansar, si es que se le puede decir así a lo que sea que los vampiros hacen cuando cierran los ojos. No sé qué es lo que pensó, no tuve la valentía de verlo directamente cuando lo dejé en su balcón. Sabía que, lo que fuera que Gulf pensaba de mí, no era algo que deseaba saber. Muchas preguntas invaden mi mente, pero hay una que me aterra demasiado.

¿Qué tiene Gulf que me hace perder el control?

[...]

Se fue.

Se fue y con él se llevó una parte de mí.

Después de recibir un poco de lo que yo mismo provoqué decidí que era mejor descansar por hoy. Muchas preguntas siguen dando vueltas en mi mente, las sensaciones que su presencia provocan en mí aun las puedo sentir recorriéndome por completo y la calidez que sus labios me provocan me hacen querer cruzar la calle e ir tras ellos.

Enserio debo estar volviéndome loco.

—¿Qué me has hecho, Mew? —murmuré antes de dejarme caer en los brazos de Morfeo.

[...]

El sol salió como todas las mañanas, una semana ha transcurrido desde el último encuentro y si no escucho su voz probablemente moriré. Desde esa noche lo evité a toda costa, pero eso me jugó en contra y ahora soy yo el que necesita verlo.

Se la ha pasado saliendo todas las noches, regresa en la madrugada y fuma un cigarro en el balcón, después cierra su ventana. ¿Cómo lo sé? Porque lo observo cada noche desde mi balcón esperando que note mi presencia y corra a besarme otra vez.

—Que iluso soy.

—¿Dijiste algo? —Jane estaba atendiendo en el mostrador mientras yo rellenaba los estantes.

—Solo hablaba conmigo mismo.

—¿Estás bien? Desde hace días te noto raro.

—Todo está bien. —Y esa es la mentira que yo intento creer.

[...]

Mi turno por fin terminó, caminé de regreso a mi casa con la pequeña esperanza de que algo diferente pasara. Quería verlo fumando, verlo recargado en el balcón. Simplemente verlo. Y, efectivamente, ahí estaba él con un cigarro entre los dedos, pero ahora entiendo por qué dicen que hay que tener cuidado con lo que deseamos.

Mew no estaba solo.

Una linda castaña estaba con él fumando. Sus risas llegaban como espadas directo a mi pecho. Algo dentro de mí empezó a crecer, un tipo de impotencia, algo que me impedía respirar y tragar bien. Mew se giró para quedar frente a ella, se inclinó lentamente hasta pegarla al borde del barandal y entonces la besó.

Podría jurar que por un instante sus ojos se cruzaron con los míos. Aparté mi vista de ellos, le ordené a mis piernas que se alejaran, le grité a mi corazón que no se rompiera y le rogué a mis ojos que no lloraran, pero nadie me hacía caso.

¿Por qué me siento así?

¿Por qué me duele esto?

¿Por qué?

Quiero entrar a mi casa y encerrarme para siempre. Quiero acostarme y no despertar más. Quiero dejar de llorar y, sobre todo; quiero dejar de sentir.

No sé cómo, pero corrí. Me alejé de ese lugar y solo me dejé llevar por el viento que golpeaba mi rostro con cada zancada. El frío caló mis huesos y las lágrimas me nublaban la vista, pero aun así seguí corriendo.

No veía nada y tropecé. Me raspé la mano y un poco de sangre empezó a brotar de la herida, me encogí en el suelo, nadie me vería así que decidí hacer lo que vengo guardando durante el camino; lloré.

Lloré libremente y grité hasta que mi garganta dolía.

—¡Maldito sea el día en que te conocí! ¡Maldito sea el día que me besaste! Y Maldito sea el momento en que creí que podía enamorarme de ti.

[...]

Capítulo editado.

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