Mi pequeña ave.

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"Lo importante no son los eventos, sino cómo vinculamos nuestras emociones a éstos."
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Jonathan García-Allen.

Era una mañana fría en el Establo de los Picos Gemelos. Apenas comenzaba a haber movimiento, las hogueras se encendían para que los viajeros prepararan su desayuno y partieran a su destino. Antes de que el Cucco cantase, el elegido llegó al lugar donde fue citado el día anterior, tuvo que dejar el precioso abrigo que su hermana le había hecho con sus propias manos, ya que le quedaba un poco grande y el código de vestimenta era sumamente estricto.

Cinco minutos después, la princesa de Hyrule arribó, cabalgando junto a su yegua. Su rostro denotaba timidez, la llamada de atención de Impa fue un punto de inflexión para ella, sabía que su relación con el chico de Hatelia debía de mejorar lo más pronto posible, sin embargo, cada que intentaba dar el primer paso un nudo en la garganta se apoderaba de ella. Link era un chico de muy pocas palabras, por lo que Zelda debía superar sus inseguridades y dirigirle la palabra.

Tras encontrarse y alistar unas cuantas cosas, partieron al temido Desierto Gerudo a las 7:30 de la mañana. A estas alturas, no era un secreto que Zelda era, probablemente, la peor trazadora de rutas de todo Hyrule. Una vez más, ambos se embarcarían en un interminable viaje de 4 horas, por lo que llegarían a la Ciudadela poco antes del mediodía.

El viaje comenzó, una travesía que parecía ser común y corriente entre estos dos, llena de un abrumador y absoluto silencio, pero en la mirada de la princesa se notaba algo distinto, como si se estuviese esforzando para poder dirigirle la palabra al hateliano. Sin pena ni gloria, atravesaron todo el centro de Hyrule, pasando por el puente suspendido, donde el calor comenzaba a hacerse presente y el ecosistema se volvía amarillento y árido. Finalmente, tras cruzar el cañón Gerudo, llegaron al Establo del Cañón, donde dos damas Gerudo esperaban a la princesa.

Se la llevaron en un lujoso carruaje curiosamente cabalgado por Morsas del Desierto, mientras que dejaron a Link varado en la puerta que daba la entrada al Desierto sin alguna indicación, por lo que él solo caminó hasta el Bazar de Kara Kara, trayecto del que, sorprendentemente, salió vivo. Allí se encontró con Zelda, quien sería escoltada a la Ciudadela Gerudo. Es bien sabido en todo el reino que a la Ciudadela pueden entrar única y exclusivamente mujeres. Miles de hombres han intentado entrar, pero todos terminan tirados en la caliente arena después de varias patadas en el trasero por parte de las Guerreras Doradas.

Hoy sería un día largo para el elegido, el Desierto de Gerudo no era precisamente su lugar favorito, y no tenía más que hacer que quedarse en el bazar. Era un pequeño lugar rodeado de palmeras, con una torre en la cual se encontraba un hostal, además de un hermoso oasis en el centro, el cuál servía como punto de reunión para todos los viajeros. Link tenía unas cuantas rupias en el bolsillo, por lo que compró unas cuantas frutas para cocinar refrescantes recetas, alquiló una cama en el hostal, y se sentó a ver el oasis junto a un par de amigables perritos.

[...]

— ¡Vaya! Hasta que te dignas a venir a verme...

Sentada en su trono, sonriendo, se encontraba la imponente jefa de las Gerudo, Urbosa.

— Tía Urbosa... — Dijo Zelda, devolviéndole la sonrisa, para posteriormente abrazarla. — He pasado por tantas cosas...

— No es momento de lamentarse, Zelda. — Respondió la matriarca. — Tengo asuntos pendientes con ese jorobado de ahí.

La Gerudo señaló a Vah Naboris, el titán del desierto. Un enorme camello mecánico caminaba por los alrededores del enorme territorio de arena. Al contrario de las últimas dos ocasiones, esta vez sería Zelda quien ayudaría a Urbosa con el dominio de la Bestia, ya que ella misma solicitó hacerlo. Tras preparar un ejército, la jefa Gerudo y la princesa de Hyrule partieron a donde se encontraba la Bestia Divina.

The Legend of Zelda: Age of CalamityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora