Confesiones.

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"Las lágrimas nacen del corazón, no del cerebro."
- Leonardo da Vinci.

— ¿¡QUÉ LINK HIZO QUÉ!?

Todo el pueblo Gerudo se encontraba fuera del Gran Palacio, atentas a todo lo que salía de la boca de su matriarca y de la princesa de Hyrule, por más intimidantes y feroces que fuesen las guerreras del sol, nadie podía negar que eran una bola de cuentonas, hablar de los rumores de todo Hyrule por las noches en la cantina era una tradición para ellas.

El escándalo se originó porque Zelda llegó terriblemente aterrada a la ciudadela alrededor de las 8 de la mañana junto a dos guardias de la jefa, y todo se agravó cuando escucharon a la princesa tratando de explicarle a Urbosa lo que acababa de pasar. Todo parecía indicar que el elegido por la espada acababa de asesinar a sangre fría a Sooga, uno de los miembros más importantes del Clan Yiga.

— ¿Eres consciente de lo que ese muchacho acaba de hacer? — Cuestionó Urbosa con una angustia que le sacaba canas verdes. — ¡Se cargó al pez gordo de los Yiga! ¡Apenas se entere su líder, va a haber una maldita masacre!

— Tía... — Llamó la rubia. — Él me salvó la vida...

— Cariño, no quiero ser grosera, pero él solo hizo su trabajo. — Confesó la Gerudo. — Estaré eternamente agradecida con él, sin embargo, por eso es que está aquí, ¿no?

— Tengo que ir a buscarlo. — Reclamó Zelda.

— Ni creas que te lo voy a permitir. — Aclaró la pelirroja. — Zelda, estuviste a 2 segundos de morir, ¿por qué no puedes entrar en razón? Creo que no analizas lo que pasaría si el reino despertara con la noticia de que la princesa de Hyrule fue asesinada, ¿qué haría tu padre? ¿qué haría Impa?

— Solo dices eso porque soy la heredera al trono. — Contestó la princesa.

— ¿Qué estás diciendo? —Dudó Urbosa, cuestionándola.

— Él... Él es una persona, él es como yo. — Confesó Zelda. — Si él fuese el indefenso, si él hubiese muerto hoy, nadie diría nada, porque él no es el príncipe, el no pertenece a la familia real... Él es igual de importante que yo, y por eso tengo que ir a buscarlo, él no está bien.

— Ve.

— ¿Q-Qué?

— No puedo frenarte. — Afirmó la matriarca. — Eres igual de terca que tu madre, pequeña. Si algo se te mete en la cabeza, nadie va a poder sacártelo. Incluso te diría que lo traigas aquí, pero mi pueblo me quemaría viva si ven que un hombre entró por la puerta de la ciudadela.

— Tía... Gracias.

— No agradezcas, pequeña ave. Irás escoltada por dos guardias, mandarte ahí sola sería un suicido. — Carcajeó Urbosa.

Con un nudo en la garganta, la princesa de Hyrule se adentró a las profundidades del peligroso Desierto de Gerudo, en busca del chico que le salvó la vida hace unas horas. Por fin había aprendido la lección, Link solo buscaba su bienestar.

[...]

En un abrir y cerrar de ojos, la noche había caído y la visibilidad era prácticamente nula. El frío comenzaba a hacerse presente, por lo que la princesa y sus guardias comenzaban a idear el camino de regreso a la Ciudadela. El semblante de la rubia lucía muy triste y preocupado, sus guardias trataban de reconfortarla explicándole que la región de Gerudo era la más grande del reino, por lo que encontrar a su amigo era como encontrar una aguja en un pajar. Pero, tras pasar el Bazar de Kara Kara, los verdes ojos de la princesa se abrieron.

The Legend of Zelda: Age of CalamityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora