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Solo Dios sabrá el pecado que tu piel me hace cometer, la 𝚙𝚊𝚜𝚒ó𝚗 que tu cuerpo me hace sentir, la excitación que tu propio ser me inunda.
Estoy tan malditamente jodido, deseo con todo mi ser adorar cada centímet...
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Sus grandes manos recorrían cada centímetro del cuerpo del menor, acariciando con cariño y pasión la delicada piel del joven. Sus besos que hacían un vaivén de delicioso sentir, con sus lenguas entrelazadas y la saliva desbordando.
Posiblemente aquello era un pecado a los ojos de la familia del menor, pero si así era, deseaban seguir cometiendo pecados, pecados deliciosos y llenos de excitación rebosante.
Sus gemidos ahogados por sus labios unidos, los roces entre sus intimidades cubiertas por la gruesa tela del pantalón, pero aquello no era un impedimento para sentirse.
—Ah~.— El suave gemido del joven chico, amarrado por las grandes manos de su amante y sin deseos de separarce—.
Ambos adoraban tocarse, sentir la pasión que su pareja les daba, la pasión de amarse sin límites.
—Amor.— Susurro el más alto con tono ronco en el oído del menor—.
Que podría ser mejor que dos personas demostrando el amor que se tenían.
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