Capítulo 3. Como aman los chicos

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—¿Qué diría mamá de que fuera a una fiesta? —le pregunté a Elijah, siguiéndolo por la cocina mientras preparaba la cena

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—¿Qué diría mamá de que fuera a una fiesta? —le pregunté a Elijah, siguiéndolo por la cocina mientras preparaba la cena.

—Probablemente que no, y que estás mal de la cabeza.

La conoce lo suficiente como para saber lo sobreprotectora que es conmigo, y por lo general hace todo lo que ella dice cuando se trata de nosotros, pero él es más sentimental que ella, así que probablemente pueda convencerlo.

—¿Y tú? —asomé una sonrisa, haciendo que él se detuviera.

—Si no te conociera diría que tratas de manipularme.

Gruñí.

—Por favor, Elijah. Será un rato, mamá no tiene que saberlo.

—Lo que lo hace aún peor.

Estreché los ojos.

—Ya te escuchas como ella.

Él soltó una risa suave. No podía culparlo; después de todo no era culpable de lo que había ocurrido.

Fruncí los labios y subí de vuelta a mi habitación. Cerré la puerta y apoyé la frente en esta. Suspiré antes de voltear a ver a Damon y sonreírle.

—Listo, podemos irnos.

Él no muy convencido dio un paso hacia mí, a punto de hablar, hasta que sonó un suave golpecito en la puerta y ambos llevamos la mirada a mi pequeña hermana que se asomaba, haciendo que Damon retrocediera.

Me agaché a su estatura y ella estaba mirándome con los ojos bien abiertos.

—¿Qué pasa Ellie?

—¿Vas a irte? —preguntó incrédula.

—Solo un rato, voy a volver.

—¿Lo prometes?

Asentí, sonriendo.

Después de que ella se fue a dormir, ambos salimos por la ventana. Damon era hábil en esto; con agilidad, descendió primero. Aunque yo tenía destreza para escalar, no era lo mismo sin una cuerda. Me sostenía de las salientes de la pared con los pies apoyados en las rocas, pero si no saltaba ahora, no sabía cuánto tiempo más aguantaría. Jugar a ser la princesa no era lo mío.

—Ah, Damon, no estoy seguro de esto... —traté de disimular mi tono desconfiado para no desanimarlo, ya que al final lo hacía todo por él. No me interesaba realmente mentirles a mis padres para escaparme a una fiesta; no era lo mío.

—Claro que puedes. Déjame ayudarte.

Extendió sus manos, pero un sonrojo no tardó en teñir mis mejillas al sentir su tacto en mi trasero. Él rápidamente retiró la mano.

—Lo siento, no quería tocar —contestó rápidamente—. ¿Por...por qué no mejor saltas?

—No quiero ser el responsable de que se te rompa la columna.

El Cristal del Príncipe  [Cristal#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora