Capítulo Siete

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"Qué valiente te ves temblando de miedo, pero arriesgándote a vivirlo"

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"Qué valiente te ves temblando de miedo, pero arriesgándote a vivirlo"

-J. Guerrero

No podía dormir.

Tenía una dirección, y eso era todo. No tenía idea de a quien tenía que buscar, como ir, que esperar.

Nada.

Llevaba casi dos semanas y media en esta casa, recorriendo Roma en compañía de Ivet y Mark, que parecían más que complacidos en mostrarme la capital del país que amaban tanto.

Mis piernas habían sufrido las consecuencias de caminar tanto día a día y me pedían a gritos un descanso, sin embargo, recientemente había descubierto que la solución más fácil para pensar la menor cantidad de tiempo en André era ocuparme en otras cosas. Cómo conocer una nueva ciudad.

Sin embargo, no podía sacarme a él de la mente, su forma de ser, todo lo que fue y lo que fuimos, lo que pasamos, tantos días, tantas noches, tantos momentos que a veces parecen quedarse en nada, en el dolor de pensar que mientras yo me entregaba por completo a él, este estaba con otra mujer en otra ciudad.

Me parecía que quería hacerme una bolita en mi corazón y quedarme ahí, llorando, sin embargo, me daba miedo lo que podía hacer mi cabeza, los oscuros lugares a los que podía ir mi mente, en los huecos vacíos y fríos que podía entrar.

A veces nuestra misma mente es en sí nuestra enemiga, es la misma que nos hace doler y llorar, y en mi caso parecía que mi mente nunca se detenía, parecía que había mucho ruido constantemente, como si jamás hubiera paz.

Porque en sí, lo más difícil para el ser es eso, la paz. Es lo que más nos cuesta conseguir, es el mejor tesoro y, para conseguirla, la mejor hazaña.

No recordaba la última vez que había estado en paz.

Suspiré profundamente sentándome en la orilla de la cama, intentando sacar en esa respiración todos mis miedos. Parecía que el calor me inundaba por completo y no podía pensar correctamente, necesitaba tomar agua.

Salí con ese pensamiento a la cocina, pero pare en seco cuando escuche risas en la sala.

Lastimosamente no entendí nada de lo que decían las voces de Ivet y Mark, pero al asomarme pude notar que si no los interrumpía en ese momento quedaría traumada de por vida.

—Disculpen — murmuré yo bajando las escaleras—. No quería interrumpirlos — tapé mis ojos de modo que no los observaba a ellos, pero si la cocina, como una cortina.

—Tranquila linda —dijo la voz de Ivet —. No estábamos haciendo nada.

—Claro —dije yo e inevitablemente sonó como sarcasmo.

Voltee para ver si lo habían notado, y asumí que si, ya que Mark se acomodaba la corbata en un signo de ansiedad e Ivet parecía ser más roja que la pared que estaba tras ella.

El Espacio Entre el Cielo y la Tormenta (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora