Capítulo Nueve

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"Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas"

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"Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas"

-Federico García Lorca

Arrastré mis pies fuera de mi habitación con dificultad y moví mis manos por la pared hacia el baño para guiarme con los ojos casi totalmente cerrados por el sueño. No había pasado una muy buena noche, como las últimas noches desde André.

Suspire. André, mi corazón se apretó dentro de mí y sentí como las lágrimas mojaban mis resecos ojos, los abrí un poco más y la luz solar golpeó mi rostro con fuerza. Gruñí, no había planeado salir de mi cama nunca más, sin embargo aquí estaba.

Entré al baño del piso maldiciendo entre los dientes, llevaba aquí al menos tres días, pero se sentía como una eternidad, no tenía ganas de siquiera moverme mínimamente y el mayor movimiento que hacía día a día era bajar dos pisos a comer casi obligada por Irisha o Kathleen.

—Maldita luz solar —gruñí abriendo el grifo del agua y echándome agua en la cara—. ¿Desde cuándo maldita sea amanece tan temprano? —cerré los ojos y me masajee las sienes tenía un dolor de cabeza de muerte.

Volví a gruñir con rabia y cerré el grifo de mala gana, levanté mis ojos al espejo sin embargo no pude ver el reflejo, ya que estaba lleno de vapor. Me queje en voz alta de nuevo y limpie sin ganas el mismo, solo con la intención de notar si seguía teniendo los ojos hinchados de tanto llorar la noche anterior.

Agudice mi vista en el espejo y note que, efectivamente, mis ojos seguían hinchados, sin embargo eso no fue lo que más me asustó, más bien fue una sombra que vi atrás mío, más grande que yo y que tenía unos ojos fijos y serios sobre mí.

Voltee rápidamente con el corazón latiéndome a toda velocidad y en cuanto me encontré a mi vecino de habitación, Ethan, me lleve la mano al pecho intentando respirar profundamente.

—¿Qué carajos haces en el baño de mujeres, Idiota? —dije susurrando profundamente, lo que podría transcribirse como un grito susurrado, él mantuvo su pose tranquila apoyado en la pared frente a mí, con una molesta sonrisa—. Además, a esta hora —comenté aproximando que serían las cinco de la mañana.

Él río divertido, pero no se movió ni un centímetro, al contrario su sonrisa se quedó aún más ancha y me observó incomodándome levemente. Sus ojos se entrecerraron y giró la cabeza levemente, como intentando verme mejor. Después de unos segundos, por fin se dignó a hablar.

—Tú —dijo y me señaló aún con su sonrisa—, estás en el baño de hombres —y luego señaló a su alrededor y haciéndome notar un baño un poco desusado y con varias máquinas de afeitar en un mismo vaso, me pregunte como las diferenciaban y si eso sería higiénico.

Volví mi vista a él entre avergonzada y confundida, el cerebro no me funcionaba bien a horas tan altas de la mañana. Me pase la mano por el rostro y lo mire por en medio de los huecos entre mis dedos y vi como él empezaba a quitarse su camisa. Me alarmé.

El Espacio Entre el Cielo y la Tormenta (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora