Capítulo Seis

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"De vez en cuando hay que perder la razón para saber que nunca la tuvimos"

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"De vez en cuando hay que perder la razón para saber que nunca la tuvimos"

Ivet era, por mucho, una persona increíblemente divertida y sonriente, su actitud en exceso extrovertida todo el tiempo parecía divertir hasta a la última persona del mundo. Inclusive, las palabras de André eran un poco desplazadas por sus divertidas historias.

Mi mente seguía en él, pensándolo, analizando qué pasó, intentando rogarle al cielo una llamada, un mensaje de arrepentimiento, un algo que me dijera que todo había sido una broma de mal gusto, que nunca sucedió, que él me amaba tanto como yo lo hacía a pesar de todo.

Ivet decidió que daríamos el paseo a pie y se dedicó a hacerme caminar al menos una hora, ya que no recordaba muy bien como era el camino a pie, sin embargo el trayecto no fue para nada aburrido, al revés, me contó de su familia, y algunas cosas que observábamos mientras caminábamos entre las calles para llegar al centro de la ciudad.

No hablé mucho, hasta que nombró que su helado favorito era de jengibre, por lo que entramos en una larga conversación del porqué lo era, para mi agrado, a ambas nos gustaba el de vainilla, y odiábamos el de pistacho.

—Es aquí —comentó abriendo la puerta de lo que parecía ser una cafetería pequeña—, mi padre solía traerme a aquí luego de jugar fútbol.

Me comentó con diversión que cuando era niña, al contrario de su hermana Irisha prefería actividades diferentes, jugaba fútbol y se divertía metiéndose en el lodo y buscando piedras de formas interesantes. Ella se acercó a la barra, y en Italiano le indico a un hombre de mediana edad que íbamos a querer ambas.

—Mi padre era adicto a un buen café, y este lugar siempre fue su favorito —paramos para hacer fila y pagar—. Solíamos sentarnos ahí —ella señaló un lugar en la esquina más alejada—, y él solía cantar para mí la historia de Guillermo Tell.

Ivet cantó una pequeña parte, de lo que supuse, era su versión italiana, yo solo podía reír en las notas que se suponía eran agudas, pero las cantaba terriblemente desafinadas. Añadió que nunca fue cercana a su madre, por contrario su padre la adoraba.

Nos dirigimos a un asiento, y ella siguió hablando, comentando historias divertidas, que eran acompañadas por algunas mías, y muchas risas. Me sentía muy cómoda, aunque aún estaba ese sentimiento pesado en mi estómago.

Nunca tuve muchos amigos en los años anteriores. Si bien, André tenía muchos amigos a los que frecuentábamos todo el tiempo, nunca me sentí cómoda con ellos, todos sobrepasaban el nivel de confianza que se debe tener con la novia de tu amigo. En especial Joseph.

"Sé lo mojigata que fuiste, a mí no me engañas, Joseph me contó lo bien que lo hacías"

Trague saliva y mi mirada se desvió hacia el suelo, las arrasadoras palabras de André volvieron a mí como una bala que aún está dentro de ti y de vez en cuando recuerda su presencia.

El Espacio Entre el Cielo y la Tormenta (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora