Capítulo Once

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"No la llames cielo si no la amas en sus tormentas"

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"No la llames cielo si no la amas en sus tormentas"

-Ivan Inzunza

Kathleen y yo íbamos de camino a algún lugar en el que ya estaban los demás, que planeaban hacer un pícnic, llevábamos porciones de torta en unas canastas, y yo podía observar cada pequeño detalle del paisaje que se alzaba frente a nosotras.

—Así que... ¿El chiquitín es hijo de Atlas? —dije viéndolos a lo lejos, mientras que Elijah correteaba tras el niño.

De su garganta salió un sonido de afirmación —Es madre de Izan —ella miró fijamente a Atlas y sonrió nostálgicamente—. Esa chica ha pasado por cosas que nadie merece pasar.

La miré atenta, esperando a que siguiera, pero ella solo sonrió.

—No quiero ser imprudente, pero, ¿qué sucedió? —mi voz salió tímida.

—Ella fue vendida a una muy corta edad a un prostíbulo —suspiró y frotó sus manos para darse calor—. Trabajó ahí cuando en realidad debía estar estudiando.

Mire a Atlas, ella se reía de algún chiste mientras que comía su sándwich, era cierto, debía tener menos de veinte años, parecía tan pequeñita y de cristal.

—Pasó por muchos maltratos, físicos, psicológicos, abusos —suspiró, el ambiente de repente se había hecho pesado—. Quedó embarazada de catorce añitos, la echaron del lugar, la dejaron en la calle, y entonces, Ivet la recogió, la trajo aquí, e Irisha ha hecho lo posible por darle una vida a ella y a Izan.

Volví a mirarla, no podía ni imaginar que sería haber pasado por eso, todo el dolor, haberlo dejado atrás, poder sonreír de la manera en la que lo hacía, era muy valiente.

—Eso es muy triste —murmuré yo, intentando rellenar el silencio.

—Lo es, pero ella dice que no hay por qué entristecerse, que la vida le dio una nueva oportunidad, y que no la va a desperdiciar.

Asentí y me quedé mirando al grupo de personas allí abajo, todos reían, jugaban, estaban tan felices, tan tranquilos.

Nos acercábamos a paso lento, y cada vez se escuchaba más clara la música que salía del pequeño amplificador que tenía Haruki, también las risas y los gritos.

—¿Crees que alguna vez podré ser así de feliz? —pregunté en voz baja.

Estaba cansada de estar sola, de aislarme, de dejarme aplastar por mis propias inseguridades. Era terriblemente tortuoso ver cómo todos se sentían dichosos y yo sin poder deshacerme del hueco en mi pecho.

La última semana la había pasado como se suponía que debías pasarla después de terminar con alguien, en mi cama, viendo películas en un pequeño computador que me prestó Azura y llorando con ellas por mi frustrado amor.

El Espacio Entre el Cielo y la Tormenta (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora