Capítulo Diecisiete

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"Llegaste y me enseñaste que estar roto no era una debilidad y tener cicatrices no significaba que fuéramos irreparables"

-Ron Israel

Al parecer no era tan fácil como mi cerebro lo pronosticaba, es decir, pintar si salió de mí como algo natural que llevaba en mis manos, sin embargo, el resultado no me gustó, parecía un dibujo de niña de primaria.

Todo me parecía tan complicado que empezaba a desesperarme, suspire profundo. Desde que era niña había disfrutado observar a las personas, los paisajes, los momentos y como se formaba cada cosa.

Suponía que era muy útil a la hora de pintar, saber bien sobre el equilibrio de cada cosa, como todo se complementa y forma, así lo que vemos día a día era algo que me alegraba la vida por completo.

En eso pensaba cuando pintaba el cielo del paisaje que estaba haciendo, mientras que mezclaba las pinturas y respiraba un recuerdo llegó de repente a mí.

Eran casi las tres de la mañana, y en el piso de abajo la música se oía aún a todo volumen, como si no me diera ni una pequeña oportunidad de dormir.

Me sentía tan indefensa en medio de la gran cama de André, que hablaba y bailaba en el piso de abajo con todos sus amigos y conocidos.

Observe la ventana, el cielo azul de Nueva York lleno de nubes que no permitían ver ninguna estrella.

La ciudad que nunca duerme estaba más que viva aquella noche, el cuatro de julio, fiestas patrias, juegos pirotécnicos y mucha alegría en cada rincón, sin embargo, yo solo podía sentir una horrible presión en medio de mis costillas.

La puerta se abrió y dio paso a la música alta que venía del piso de abajo, pude divisar a André con pintura neón en su cara y ropa, acompañado de la corbata en la cabeza y un fuerte aroma a alcohol.

—Nena, los muchachos preguntan por ti —él se abrió paso a la habitación torpemente, inevitablemente retrocedí—. Vamos abajo a divertirnos un rato, despreocúpate, no vaya a ser que resultes igual que tus abuelos —se burló y mis ojos se aguaron un poco—, jugando golf un día de independencia.

Bufo y me sonrió, su belleza sin dudar era incomparable, había sido el clásico jugador de fútbol americano en la escuela, apuesto, reconocido, encantador y fiestero. Todo lo que querría cualquier chica.

—No tengo ganas de salir, cielo —murmure yo limpiando las lágrimas de mi rostro.

—Vamos, nena —dijo y me tomó del brazo, jalándome levemente, pero forcejeé con él.

—No quiero André —murmure en un tono de voz más alto.

—¡Vamos maldita sea! —gritó y me jalo fuera de la cama, dejándome tirada en el piso.

Mire mi muñeca al sentir un fuerte dolor y pude ver como la sangre corría cuesta abajo, además de una coloración patente, mis ojos vieron el anillo de André, la estrella que traía en él me había hecho una profunda cortada.

Me levanté y con mucha fuerza abofeteé su mejilla con mi mano, dejando una marca muy roja en la misma. Su rostro se volvió rojo por completo y su mueca cambió por completo a una muy poco amable.

Me empujó a la cama —En tu vida me vuelvas a golpear — su voz ahora era un grito que se opacaba por la música fuerte, se acercó peligrosamente a mí—. ¿Me oíste?

Yo lo mire retante durante unos segundos con el corazón a mil y la respiración agitada de repente, pero él solo asintió y se alejó de la cama, al pasar el umbral de la puerta me miró levemente, sé que quiso disculparse, pero no pudo, su orgullo no se lo permitió.

El Espacio Entre el Cielo y la Tormenta (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora