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⚪En donde Noé hereda la mayor reliquia de Vanitas, sus memorias ⚪

⚠ No editado.

⚠ Con la temática del animé, pero sin seguir los hechos de este.

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—Por favor, no mueras…

Las palabras estaban hechas de cristal y su tono estaba matizado por lo fragmentado; desgarraba hasta el final repetir incontables veces esas desesperadas súplicas, esperando que alguna de las intocables deidades en los cielos tuviera benevolencia y le escuchará. Al darse cuenta que no había nada que pudiera hacer, los filamentos de su culpabilidad se clavaron en su corazón con crueldad y penetraron la débil carné cada este órgano golpeaba fuertemente contra la caja torácica. Su pecho fue contaminado por napalm.

—No mueras, solamente hay que esperar… seguramente Jeanne no tardará en llegar… —hablaba el peliblanco, enfrascado en las  posibilidades de una salvación, que nunca llegaría.

El agotado azabache soltó unas pequeñas risas, burlándose de las palabras de su amigo y atragantándose con sangre como consecuencia, algunas lágrimas de muerte en intenso escarlata escaparon por las comisuras de sus labios.

Hizo una mueca caricaturesca de asco cuando el sabor metálico inundó con hiel su paladar, provocando una sensación nauseabunda en su estómago. Aunque ninguna otra sensación moribunda se sentía tan  descorazonadora como que le provocaba la mirada purpurea, mirándole con esas emociones desbordantes;

—Tranquilo, Noé… —arrullo desganado, alicaído, bañado en la pesadumbre causada por la repentina somnolencia—. Estaré… bien.

—¡Mientes! —alzó la voz desconsolado, hundiendo la nariz en la etérea oscuridad que acunaba ese cabello, aspirando el olor para tranquilizarse, porque todo lo relacionado a su amigo de nocturnidad bohemia y azulada le consolaba—. Siempre que mientes, haces esas muecas… eres un mentiroso —reprocho y hundió sus dientes en su labio inferior, tratando de no sucumbir al llanto infantil—. Mentiroso, mentiroso, siempre has sido un mentiroso.

Vanitas le analiza en silencio con sus casados ojos de color cerúleo, dominados por la intensidad azul lúgubre, combinando con el miserable amago de sonrisa exigua. 

Ambos son terriblemente conscientes de que estaba muriendo. Los delgados y fríos brazos de la muerte le envolvieron de manera tan mimosa, semejante al abrazo una vieja amiga que había esperado mucho tiempo por verle, colmando su cabello de enmeladas caricias. O quizás la muerte se sentía tan acogedora, porque eran los brazos del moreno rodeándole, se sentía tan pequeño siempre que estaba cerca del vampiro.

No le molestaba morir, aunque tenía demasiados arrepentimientos.

Lamenta haber sido tan cobarde para erradicar sus sentimientos por Jeanne, desechando todas sus piezas a una papelera, extremadamente abrumador y doloroso. También maldecía haberse vuelto a enamorar, y seguir actuando como un niño asustadizo, amaba a Noé.

Su tiempo de vida llevaba una cuenta regresiva, contaba con los segundos suficientes para poder expresar con lujo de detalles todos y cada uno sus sentimientos, y aun así no se atreviera a expresarlos. 

Quedarían como palabras que no tuvieron significado, pérdidas en el viento y el universo como polvo de estrellas, escombros de ruinas. No existía suficiente tiempo o palabras exactascpara transmitirle a su amigo de cabellos albinos lo mucho que significaba para él. Pero si hay una manera;

—Perdón, perdón, perdón —el vampiro había repetido varias veces esas palabras, desde que el moribundo humano se había abismado en sus deprimentes pensamientos.

Vanitas no quería que su mejor amigo quedará marcado por una culpa inagotable. Con sus pocas fuerzas apartó su mejilla del pecho cubierto por la gabardina calentita, blanca y manchada de sangre, y acunó entre sus frías manos el rostro del moreno, para fulminarlo con su mirada azulada;

—Escucha, no ha...sido tu culpa —tropezó con las palabras por la sangre atrapada en su garganta. El peliblanco sorbió su nariz congestionada y asintió lentamente, no muy convencido—. ¿Entendido?

—Entendido —asintió más seguro, porque esa mirada azul siempre arremolinaba sensaciones extrañas en él, destrucción tormentosa e inexplicable calma.

La palabra amistad les quedaba corta.

Se notaba en los dedos del peliblanco destilando ternura al momento de acariciar la nebulosa de su cabello, creando algo más tierno e íntimo. Y en el como Vanitas estaba dispuesto a regalarle su mayor tesoro, para que el moreno conociera sus verdaderos sentimientos durante toda esa aventura que habían protagonizado, aunque para los historiadores fuera todo lo contrario.

—Muérdeme, Noé.

—¿Qué? —se atragantó con su propio llanto espantando, había  abierto como dos grandes platos los ojos, anonadado.

—Muérdeme.

—¡No! —el vampiro y tomó el rostro humano entre sus manos, convencido que toda la pérdida de sangre lo mantenía delirando, sacándole los pocos tornillos que le quedaban—. Estas herido y… si lo hago morirás más rápido —el peliblanco también parecía estar ahogándose en ese preciso momento—. Yo quiero hablar un poco más... contigo.

Vanitas fruncio el entrecejo, las manos del moreno se sentían calientes, seguramente las suyas estaban heladas. Acercaron sus rostros, pegando sus frentes, rozando sus narices, degustaban sus respiraciones, pero ninguno besaría al contrario.

—¿Puedes confiar en mi? Estoy seguro que lo que quiero que veas, sera mejor que cualquier palabra.

—No quiero.

—Te daré mis memorias Noé —soltó, porque sabía que era la única manera de contarle la mitad de las cosas que siempre callo—. Muérdeme.

Las lágrimas del peliblanco se deslizaron por sus mejillas, traicioneras, revelando el desastre de tristeza que era. No quería hacerlo, quería aferrarse  la idea de que podía sobrevivir cuándo er obvio que no lo haría.

Porque Vanitas siempre se escondió detrás de una apariencia fuerte, cuando no era muy diferente a un niño asustado.

Paso unos largos minutos perdido en los ceruleos de su amigo, sus heridas le dolían y estaba pasado por una muerte lenta. Noé se envalentonó, se hizo un espacio en el lateral pálido del cuello y le mordió.

Los lustrosos incisivos se fundieron en la suave carné, desgarrando la lechosa piel, profanando la blanca tez con la sangre salpicada y dejaba unos delicados ríos. Se mantuvieron aferrados unos a otros, hasta que el pequeño cuerpo comenzó a ceder apoyándose más sin vida contra el vampiro.

Noe se sumergío en los recuerdos su corazón rompiéndose con cada uno de ellos, dejando un sabor amargo en su paladar. Entendió a la perfección todo, y le destrozó de igual maner. Hermoso y tan cruel. 

Noé separó sus colmillo del pálido cuello, queriendo decirme con palabras que el tan bien le quería, pero al ver el rostro tan insulso del humano se atragantó con las cinco letras que jamás llegó a pronunciar.

—No moriré Noé… incluso sí no estoy aquí —musitó con su último aliento, en un lenguaje onírico.

❛𝙎𝙤 𝙩𝙚𝙣𝙙𝙚𝙧𝙡𝙮 𝙖𝙣𝙙 𝙚𝙣𝙙𝙡𝙚𝙨𝙨𝙡𝙮❜ ─「ⱽᵃⁿⁱᵗᵃˢ ⁿᵒ ᶜᵃʳᵗᵉ | ⱽᵃⁿᵒᵉ 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora