Rebaño

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Lambert x Oc

Era la novena vez que contabas las ovejas del rebaño de tu padre y aun creías que habían hecho mal la cuenta. Al principio creíste que fue por la rapidez en que contaste a todas, pero ya no habían dudas.
Ese día faltaban cinco ovejas más.

Miraste nerviosa en dirección a tu casa, en el patio viste a tu madre tender la ropa y tu pequeño hermano corretear con el perro.
Aún no había rastro de tu padre, lo que era bueno porque estabas segura que no soportarías otro de sus escarmiento. Tuviste suficiente con el de los últimos días.

Pasaste la mitad del día junto a las ovejas en el prado, no les quitaste los ojos de encima en ningún momento y las contabas cada media hora.
Aquello te volvería loca si no hacías algo al respecto.

Cuando la noche llegó, regresaste a casa hogar encontrando a tu padre en la mesa del comedor esperando a que la señora de la familia le diese de comer.
Saludaste alegremente a todos ignorando la mirada que tu padre te dirigió.

—T/N, dime cómo está mi rebaño— preguntó serio.

—Perfectamente— mentiste mientras una sonrisa aparecía en tu rostro.

—Más te vale

No se discutió más sobre el tema y te tranquilizaste un poco. Sabías que tu padre no había creído la mentira, sin embargo, estaba demasiado cansado como para castigarte.

Tú sabías que algo no andaba bien el pueblo, el ambiente cambió de un día para otro y el silencio se formaba en el bosque. Aquello que provocaba los malos días se había llevado a las ovejas, tú lo sabías y esa noche estabas dispuesta a descubrirlo.

Agarraste la manta de tu cama, un cuchillo de la cocina y saliste de la casa yendo a donde estaba el rebaño.
Las contaste otra vez obteniendo el mismo número ese día.
Aun no había sucedido nada.

Aguardaste un par de horas, escondida entre unos matorrales. Tus ojos comenzaron a cerrarse a causa del sueño.
Escuchaste berrear a las ovejas y abriste los ojos. Ahí, en medio del rebaño viste una silueta gigante que agarraba a dos animales en sus enormes manos y daba un salto para alejarse.
Segundos más tarde, regresó llevándose a dos ovejas más y tu no te podías mover del lugar. Te habías creído muy valiente para arreglar la situación por tu cuenta, pero no podrías hacer nada frente a esa monstruosidad.

Cuando los brillantes ojos de aquella bestia encontraron tu escondite, la sangre de tu cuerpo se heló, dejaste de respirar y sudaste. Estabas espantadísima. Querías gritar y llorar, pero eso solo empeoraría la situación.

El monstruo se movió en tu dirección, sabían que te tomaría y, tal vez, te comería. Por unos segundos aceptaste tu destino y cerraste los ojos esperando sentir un agarre que nunca llegó.
Escuchaste a la bestia aullar adolorido. Abriste los ojos para ver lo que pasaba y te encontraste a un hombre peleando contra el monstruo.

Aquel hombre se movía de un lado a otro con gracia y astucia, blandía su espada protegiéndose de todos los golpes que lanzaba el monstruo.
No podías dejar de ver, era algo impresionante.

—¿Qué pasa aquí?— gritó tu padre desde la entrada de la casa.

Jadeaste levantándote de tu lugar y corriendo hasta donde él se encontraba. Sabías que él era capaz de hacerse el valiente e ir detrás de la bestia también. No lo permitirías.

—¡Entra a la casa!— ordenaste al empujarlo y cerrar la puerta —¿Que no ves que hay peligro afuera?

—Es mi rebaño, T/N, y debo protegerlo

Lanza una moneda  [One-Shot's]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora