Nueva vida.

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Una mudanza es lo que te hace cambiar la vida de golpe, a la vez que el suceso que provocó aquella mudanza. Así fue el inicio de esta historia. Pero tal como se dijo, solamente era el inicio de lo que sería la verdadera historia de los dos chicos.

Muchos se estarán preguntando qué pasó tras la mudanza, qué pasó con algunos personajes. Pero eso solo se podrá descubrir mientras se lee este pequeño libro.

El sonido del despertador le hizo poner una mueca de molestia. No había dormido bien en aquella noche y justo cuando consiguió conciliar el sueño, aquella melodía ruidosa que salía de su móvil lo hacía despertar.

Se sentó en la cama mientras apagaba la alarma. Era un miércoles. Esos días eran los peores en cuánto clases en su opinión. En esos días tenía educación física a primera, lo que le hacía sentirse cansado el resto del día. Se levantó de su cama y comenzó a vestirse. Por suerte no había uniforme, así que se podría poner lo primero que saqué del armario. En otras palabras, unos jeans negros y un pulover de ese mismo color. Desearía poder llevar una gorra y ocultar su rostro, pero por desgracia eso no estaba permitido.

Tras terminar de vestirse como pudo, fue camino al baño para poder peinarse. Se miró al espejo con expresión de cansancio. Las ojeras que tenía adornaban todo su rostro. Cualquiera diría que no ha dormido en semanas y éste lo afirmaría. Peinó si cabello de color azul oscuro con cuidado. No es como si le importara ir con el cabello alborotado y despeinado, pero el miedo a que la gente le llegue a decir algo siempre estaba.

Una vez sujetó su mochila, bajó las escaleras de madera que llevaban al pasillo del segundo piso. Era extraño tener unas escaleras de madera en casas de estos años. Sin embargo, el joven adolescente tenía su habitación en el ático. Siempre le gustó esa habitación, era cómoda y si alguien quería entrar tenía que tocar si o si.

Bajó hacia el salón para cruzar a la cocina. Encontró un tupperware con lo que parecía ser un sándwich y un zumo al lado del artefacto de plástico. Junto ambas cosas había una nota de su madre. No le hacía falta leerla para saber lo que decía. Lo que más probabilidades tenía era que dijera que no iba a volver a casa hasta la noche y que pase un buen día.

Un intento de sonrisa apareció en su rostro, pero la sonrisa no apareció por completo. Suspiró y guardó la comida en su mochila. No sabía si iba a comer, pero le daba igual. Seguramente esperaría hasta que el hambre le hiciera comer si o si.

Todo era mejor cuando era pequeño. De eso no tenía duda.

¿Dónde había quedado ese niño tímido, que trataba de ser valiente y sonreía siempre que podía? Supuso que lo tímido era lo único que le quedaba.

Se peinó un poco por encima y salió de su casa a paso tranquilo. Le gustaría pasar por la biblioteca tras el instituto. Ese, ese era el único lugar donde podía fantasear con otra vida. Donde podía fantasear con volver al pasado y regresar a esos tiempos de despreocupación y alegría.

Ah, claro. También es porque tenía un trabajo de media jornada ahí. No es que estuvieran mal de dinero, si no que pasaba casi todo el día solo en casa y quería aprovechar su tiempo libre en algo. Y que mejor que hacerlo trabajando en una biblioteca donde se podría encontrar todas las maravillas que el libro tenía.

No lo iba a negar. La soledad que se le presentó los últimos años lo llevó a un mundo donde la lectura era su salvadora prácticamente. A veces leía aquellos libros, sintiéndose como si fuera el protagonista. En otras palabras, se identificaba. Añoraba a su padre, al igual que el chico de su novela preferida y extrañaba poder volver a pasar todo el tiempo que pasaba con su madre. Lo mismo que en el libro. Su favorito era uno de misterio, en el que se solucionaba una supuesta muerte de una madre de familia.

También, por otro lado, a día de hoy, solo le quedaba a Kaede como amiga. Se había separado de todos tras haberse mudado. Y, no es que le preocupara, tampoco podría pasar demasiado tiempo con ellos. La soledad se le había comenzado a hacer común poco a poco. Las mañanas solitarias, donde una taza de café y una nota de su madre era lo único que le acompañaba. Las tardes en las que la pasaba de manera solitaria en la biblioteca, ya que la gente solía ir menos. Y las noches aburridas y oscuras, donde se quedaría hasta tarde con sus estudios hasta que el sueño terminará haciéndolo caer rendido. Era la misma rutina. Pero no le molestaba.

Con paso acelerado, casi corriendo, un chico de cabello morado salía de su casa hacia el instituto. ¿A qué se debían esas prisas? La noche de la había pasado en vela con el teléfono, durmiendo demasiado tarde y no haber escuchado el despertador. Seguramente perdería el bus, pero ese era su única manera de llegar al instituto.

Tampoco es que quisiera ir. Sin embargo, si su padre se enteraba de que no fue le iba a echar la bronca. Decidió ni si quiera pasar por la estación donde podría ir al bus. Fue directamente corriendo aunque eso significará caminar más.

Nunca se acostumbró a vivir en una ciudad por los años que hubiera pasado ahí. Sujetaba con fuerza el collar que estaba alrededor de su cuello. Ese collar le pertenecía nada más y nada menos que a aquella joven mujer que le dio vida. Si, muchos pueden ver tonto que alguien describa así a su madre o que lleve joyas de esta mujer. Muchos incluso lo miraban mal debido a algunos estereotipos de hombre. Ese colgante era dorado y largo, con una gema en el medio. Llamaba la atención, por eso lo escondía en su abrigo varias veces.

Y, ¿por qué llevaba eso? Bueno, el joven Kokichi Oma no podía vivir sin pensar en su madre.

Desde el día que dijeron que su madre se había suicidado, fue lo peor que pudo sentir. No solo porque era pequeño, si no porque fueron dos muertes recientes y seguidas. Anterior a la de su madre había sido la de su mejor amigo. Todavía podía recordar el escenario. Y, si, todavía guardaba la bola de cristal que era un regalo para él.

Cuando se dio cuenta, las saladas lágrimas que se habían formado sin notarlo, estaban cayendo por sus mejillas de manera lenta, como si quisieran dejar su rastro. El chico Suspiró y secó sus mejillas. No soportaba verse de esa manera. Si, deseaba volver a hacer un niño pequeño. Un niño que se la pasaba corriendo, jugando, haciéndose heridas, pasandola bien con varios amigos. Todo eso terminaron siendo recuerdos que quedarían adentro de su mente y no volverían a repetirse.

No quedaba demasiado de cuando era pequeño a parte de recuerdos. Pero, tenía que madurar, ¿cierto? Era hora de enfocarse en un nuevo futuro y no centrarse en esos problemas del pasado. Y, tras varios minutos en su mente, llegó al instituto.

Eso es todo por este capítulo. En este junto otros capítulos que trataré de terminar de escribir pronto, verán el cambio que sometió esos problemas familiares, muertes y sobretodo traumas.

¡Agradezco que sigan apoyando, leyendo, y comentando!
Me alegra bastante ver esos comentarios y notificaciones que llegan, nunca pensé llegar tan lejos.

Aquí, Ryu se despide. ¡Os deseo una feliz mañana, tarde o noche!

- Ryu.

Wᴇʟᴄᴏᴍᴇ ᴛᴏ ᴀ ɴᴇᴡ ʜᴏᴍᴇ! || SaiomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora