Capítulo V

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Capítulo V

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Capítulo V

Mother's love

─ ¿Todo va bien, doctor? ─ preguntó la canciller Hawley, deslizando sus dedos por la inmaculada superficie del mesón del laboratorio, buscando polvo, como siempre hacía.

Edna Hawley no soportaba la suciedad. No soportaba el desorden. No soportaba que las cosas no salieran como ella quería. Sus ojos claros y agudos se posaron en el hombre, haciendo que éste se encogiera ligeramente. El doctor Weber asintió y tecleó en la pantalla táctil adherida a la pared una serie de códigos que abrieron progresivamente los archivos, enseñándole los datos de los últimos exámenes que Natasha se realizó tras su arribo al hospital de las instalaciones. La mujer leyó con rapidez los resultados, formando una lenta sonrisa en sus labios pintados de rojo cuando vio el notorio descenso de los glóbulos rojos en la sangre de la espía.

─ Tenemos que tener cuidado, canciller. La doctora Cho...─ comenzó el hombre, deteniéndose de golpe ante la fría mirada de la mujer.

─ La doctora Cho no hará nada sin una orden directa. Una orden mía. Tampoco Stark. Recuerde que a ellos tampoco les conviene que se sepa su sucio secretito...─ argumentó, sin terminar de convencer al hombre frente a ella.

─ Lo sé, pero...─ su intento de réplica murió en sus labios cuando la mujer se le acercó lentamente hasta detenerse frente a él con una sonrisa medida y profesional, completamente aterradora.

─Doctor Weber. Agradezco muchísimo lo que ha hecho por mí, pero, no permitiré que se me cuestione. Las acciones de la agente Romanoff son tan horribles que deben mantenerse en el más absoluto de los secretos, por eso no puedo decirle qué fue lo que hizo para merecer que se activara su protocolo. Sin embargo, puedo asegurarle que no teníamos más alternativa. Lo que usted hizo es un tremendo servicio a su nación... todos se lo agradeceremos por siempre. Que tenga una buena tarde, doctor Weber─ finalizó, girándose hacia la puerta y alejándose seguida por el ritmo de sus tacones sin darle tiempo a réplicas.

La canciller abandonó el laboratorio a paso firme y se alejó por el pasillo seguida por su guardaespaldas, quien la esperaba afuera, pacientemente.

─ Douglas, ya no necesitaremos los servicios del buen doctor. Encárgate de que se le dé la compensación adecuada─ le ordenó, sin voltearse a mirarlo.

─ Sí, señora─ fue la escueta respuesta del hombre. Esa noche, los frenos del doctor Weber se romperían en una cuesta pronunciada y se estrellaría contra el tránsito de la carretera, llevándose con él las pruebas de su participación en aquel sucio asunto.

A la canciller Edna Hawley, única superviviente del anterior Consejo Mundial de Seguridad y nueva presidenta del mismo, no le gustaban los asuntos sucios. Pero, por su hija, era capaz de hacer cualquier cosa. Literalmente, cualquier cosa. Cuando Crystal le anunció que se había enamorado perdidamente de nada más y nada menos que Steve Rogers, ella tuvo sus dudas. Rogers era un problema, de eso no había duda, pero, más allá de eso, no le parecía adecuado que su hija, una niña a sus ojos, se enredara con un hombre que podría ser su abuelo. Mucho menos que se viera expuesta a ser la pareja de uno de los hombres más famosos del mundo, con todo lo que eso conllevaba. Pero, como siempre, Crystal le expuso punto por punto sus argumentos.

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