Capítulo XI
Natasha pestañeó despacio, muy cansada. La vida se le iba como el agua entre los dedos y ella no podía, ni quería hacer nada para detenerla. Había tenido suficiente tiempo para pensar en todo lo que había pasado en el último tiempo y, si bien aun su corazón ardía producto de la rabia y la impotencia, ese fuego se había ido aplacando poco a poco. Y lo que más había contribuido a apagar las llamas de su odio fue lo que vio en los ojos de Steve la última vez que la visitó. "Al fin tengo una pista clara, Nat", le dijo, sonriendo como un tiburón que ha olido sangre a la distancia. "Helen Cho será la llave que me lleve a los demás, ya lo verás. Los haré pagar a todos". Esas habían sido sus palabras. Palabras llena de odio, llenas de rabia, llenas de un deseo de venganza, de una sed de sangre que nunca antes creyó que vería en los ojos del capitán.
Ella lo conocía mejor que el resto. Sabía lo que había bajo su superficie, bajo su máscara de héroe de la nación. Había visto de lo que era capaz, había visto el potencial que se escondía bajo su piel y pensó en usarlo a su favor... pero, las cosas se habían salido de control. Ya no era ella la que lo usaba a él... él la estaba usando a ella. Steve necesitaba una excusa para dar rienda suelta a su verdadera naturaleza y la encontró en aquella alocada venganza a la que se había lanzado, supuestamente, en su nombre. Él le había dicho que no la dejaría morir, que nadie podría arrebatársela, que ella era sólo suya y que la salvaría, así fuera lo último que hiciera. Y Natasha le creyó. Por un momento, se dejó llevar por la fantasía de pertenecerle a alguien, de ser importante para alguien. Pero, pronto se dio cuenta de que todo aquello no había sido más que, precisamente, una fantasía.
Pese a su debilidad, Steve ya no la visitaba como antes. La había dejado abandonada a su suerte en aquella habitación de hotel, la que ahora apestaba a sangre vieja y a encierro. Tampoco la miraba como antes. Pese a que le sonreía y acariciaba sus mejillas pálidas y enjutas, lo único que veía en su mirada era una mezcla de asco y condescendencia que la hacía sentir aún más enferma. Se sentía horrorosamente sola, terriblemente engañada y espantosamente impotente. Destruida. Ya nada quedaba de la femme fatale que un día ponía a los hombres a sus pies con una sola mirada, la espía seductora, la maestra del engaño. Ya no existía aquella imagen bella, bellísima que le devolvía el espejo cuando se veía en él. Ahora no era más que una bolsa de huesos, con grandes bolsas bajo los ojos, la piel convertida en cera y el cabello seco y quebradizo. Habían desaparecido las curvas que robaron tantos corazones, el cabello otrora brillante ahora era paja seca y sus ojos antes hermosos, se hundían en sus cuencas; tenía los brazos siempre cubiertos de hematomas debido a las soluciones salinas que la mantenían apenas con vida... y eso ya no era vida.
Steve entró a la habitación con una enorme sonrisa en el rostro.
─ ¡Nat! Lo he conseguido... lo he conseguido, mi amor...─ le dijo, acercándose a ella y tomando su rostro entre sus manos para dejar un largo beso en su frente.
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Midnight Sun
أدب الهواة"Puedes traicionarme una vez. Una única vez". - Isaac Hayes La traición de aquellos en quienes confiabas, de aquellos por los que sacrificaste todo, por los que cambiaste todo tu mundo, puede sacar lo peor de ti. O, quizás, mostrar lo que siempre...