Liam James Payne se sentía culpable y desgraciado y sabía que era un cobarde. ¿Cuántas probabilidades había de tropezar siempre con el mismo Alfa?
Dado que el pueblo de Tate's Junction, en el estado de Texas, donde aparecía continuamente el Alfa en cuestión tenía casi dos mil habitantes y que Liam no intentaba encontrarse con él adrede, las probabilidades no debían de ser muchas.
Y sin embargo, Liam no dejaba de tropezar con Zayn Malik.
Como en ese momento.
Oh, sí, sabía muy bien que Zayn Malik era el tipo de Alfa con el que debía tropezar. Por desgracia, también era el Alfa al que no soportaba mirar a la cara.
Pero lo haría. Claro que lo haría. Después de la boda de su hermano gemelo.
La primera vez había sido en la gasolinera.
Liam y Brody, su hijo de diez años, acababan de llegar a Tate's Junction desde San Antonio para pasar tres semanas de vacaciones. Y antes de que llevaran cinco minutos en el pueblo, allí estaba él.
Más tarde se preguntaría por qué había parado a echar gasolina. Podía haber seguido perfectamente hasta casa de sus padres, en Pecan Street. Le quedaba más de la cuarta parte del depósito y podía haberlo llenado más adelante. Pero vio la tienda y los surtidores al salir de la autopista y le pareció lo más sencillo usarlos en ese momento.
Brody, ocupado con su videojuego en el asiento de atrás, levantó la vista cuando Liam paró el coche.
—Seguro que aquí tienen helados.
El Omega se volvió y lo miró con cariño.
—No.
—Pero papá...
Liam tomó su bolso y se inclinó para pulsar el botón que abría el depósito.
—En diez minutos estaremos en casa de la abuela.
—La abuela no tiene helados.
—Quédate ahí — el Omega se desabrochó el cinturón y abrió la puerta.
—¡Ah, papá...! —protestó el chico.
Pero Liam lo miró y vio que volvía a estar inmerso en el videojuego. Sonrió y pensó que no les iba mal, a pesar de que Andy...
Andy...
Lo inundó una oleada de tristeza. Andy había muerto poco más de un año antes. Los dos lo echaban de menos, pero el tiempo iba haciendo su trabajo. Liam había pasado lo peor: la desesperación primera, el agujero vacío en el centro de su mundo. Ahora, a menudo, cuando pensaba en él lo hacía con una especie de tristeza amorosa. Habían vivido juntos seis años maravillosos, siete si contaba el año antes de la boda. Liam siempre tendría los recuerdos reconfortantes de esos años. Era un Omega afortunado, tenía un hijo sano y había conocido la alegría del amor firme y seguro de un Alfa bueno.
Salió del coche, cerró la puerta tras él y buscaba su cartera en el bolso cuando oyó un gemido.
Levantó la vista. Al lado de la rueda trasera estaba sentado el perro más feo y adorable que había visto jamás; sus ojos marrones lo miraban suplicantes y su cuerpo peludo temblaba.
Le sostuvo la mirada y gimió más alto, al tiempo que se levantaba y movía el cuerpo con agitación apenas contenida, como si llevara toda la vida esperando encontrar a alguien como él.
Liam no pudo evitar echarse a reír.
—¿De dónde sales tú?
El perro no necesitó nada más. Se acercó a Liam jadeante y se tumbó de espaldas.