Con tres días transcurridos desde mi descubrimiento, y un cansancio insoportable, ya que cada una de las noches había soñado en medio de delirios con el hombre del parque, tomé una carpeta llena de papeles dirigiéndome al encuentro más ansiado de mi vida.
En mis sueños, parecía haber encontrado la forma de conseguir una entrevista, librando la feroz vigilancia del par de doberman que flanqueaban la puerta de Don Sebastián Mendoza, para lo cual era imprescindible emplear todo mi talento.
Con el corazón en la garganta, subí por el elevador hasta el sexto piso, no sabía lo que sucedería, sólo deseaba tener éxito en lo que me proponía.
Se abrieron las puertas ante mí y de inmediato advertí la presencia de los feroces canes, caminé con paso firme y antes que empezaran a gruñir dije con absoluta seguridad.
—Vengo de parte de la licenciada Fuentes, debo entregar estos documentos a Don Sebastián Mendoza, no necesitan anunciarme, él está esperándome.
De inmediato Rebeca me advirtió con tono autoritario.
—Déjalos en el escritorio, yo se los entregaré.
—No —dije tajante— es preciso que los entregué en sus manos.
—No puedes pasar, nadie que no tenga cita con Don Sebastián puede hacerlo.
Dada su negativa, traté de persuadirla en un tono más enérgico.
—Debo entregar estos documentos con urgencia, es información de último minuto. Don Sebastián se la ha pedido de manera personal a la licenciada Fuentes y es necesario que la reciba.
—Nadie, incluso la licenciada Fuentes, puede pasar si no tiene una cita agendada —sentenció con tono déspota.
Graciela en todo momento se limitó a mirar la escena, daba la impresión que se escondía tras la autoridad de Rebeca.
—Está bien —dije esta vez tratando de imitar el tono de la teniente—como no puedo dejar los documentos a nadie más que no sea él, me iré, pero les advierto, Don Sebastián se molestará muchísimo cuando se entere que ustedes no me dejaron entrar, estos documentos —exclamé abanicándolos en la cara de Rebeca— son muy importantes, y créanme, no será a mí a quien reprendan.
Advirtiendo que mi plan se venía a tierra, di media vuelta con sobrada decisión, no había comenzado a avanzar cuando Rebeca me detuvo.
—¡Espera! Puedes pasar —dijo irascible.
Las piernas me temblaban sin control, deseaba más que nada lograr dar un paso, las puertas del cielo estaban abiertas para mí, en cuestión de segundos estaría frente al hombre del parque.
Tragué saliva y como pude, llegue hasta la oficina, abrí la puerta a penas para poder pasar, cerrándola de inmediato tras de mí, si había gritos no deseaba que nadie pudiera escucharlos. En cuanto notó mi presencia, se puso de pie.
Cuando terminé de recorrer el lugar con la vista, me di cuenta que él me observaba con atención sin pronunciar una sola palabra. Era un hombre en verdad atractivo, vestía de manera impecable, y tenía una presencia que quitaba el aliento.
Permanecí con los labios pegados algunos segundos que me parecieron eternos, tras lo cual, al fin dije lo primero que se me ocurrió.
—¡Usted, es el hombre del parque! — exclamé con un hilito de voz.
Pareció no sorprenderse, y esbozo una media sonrisa. Era más apuesto de lo que recordaba, atlético y con una personalidad avasalladora. Sus ojos verdes se clavaron en los míos, provocando que contuviera la respiración, no sé qué cara habré puesto, ya que me preguntó extrañado.
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El hombre del parque (Primera Parte)
RomanceEsta historia gira en torno al tormentoso y apasionado romance entre Jocelyn Moncada y Sebastián Mendoza, quienes se encuentran de manera accidental dando inicio a una relación exquisita y desgarradora, que va atrapando al lector conforme se desplie...