En cama ajena

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Desperté cuando los primeros rayos del sol acariciaron mi rostro. Permanecía boca abajo abrazando una esponjosa almohada cuya superficie era muy suave. Aparté de mi rostro un mechón de pelo abriendo de a poco los ojos deslumbrada por la luz que entraba a través del ventanal, me costó trabajo identificar dónde me encontraba. Esa habitación no era la mía.

Me incorporé de prisa cuando recordé lo ocurrido la noche anterior. Con las manos apoyadas en la cama, busqué ansiosa con la mirada si es que acaso alguien me hacía compañía. No había nadie. Llevaba puesto un fino y masculino pijama de satín.

Caminé despacio por la habitación tratando de no hacer demasiado ruido. En un banco de madera colocado a los pies de la cama, estaba el vestido que había usado la noche anterior. Examiné mi cuerpo con las manos para comprobar si llevaba ropa interior, todo estaba en su lugar.

La hermosa habitación estaba alfombrada en color marfil conservando el buen gusto que el resto de la casa, la puerta corrediza daba a un hermoso balcón desde donde se podían apreciar los exuberantes jardines que con la luz del día lucían aún más hermosos.

Apoyé las manos en el borde del barandal distinguiendo en una zona más alejada, una alberca rodeada de abundante vegetación cuya pared del fondo parecía ser de piedra volcánica.

Inhalé hasta el fondo para llenar mis pulmones con el fresco aire repleto de olor a naturaleza.

Entré al baño anexo a la habitación para lavar mi rostro, e hice un intento por acomodar mi revuelto cabello mirándome al espejo.

Volví a sentarme en la cama tratando de aclarar mis ideas, sin embargo, no podía recordar nada de lo sucedido después de que Sebastián me condujo hasta la puerta.

Todo lo demás, lo tenía bien claro en mi cabeza

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Todo lo demás, lo tenía bien claro en mi cabeza. Podía revivir cada momento de lo ocurrido esa noche, pero no era tiempo de comenzar a soñar.

Cuando logré armarme de valor, decidí salir de la habitación.

Avancé por un pasillo hasta llegar a las escaleras, me tomé del barandal echando el cuerpo hacia adelante para tratar de averiguar si alguien se encontraba en la planta baja. Como un milagro apareció Cony, la llamé con tono muy bajo un par de ocasiones. En cuanto me escuchó, subió las escaleras hasta encontrarse conmigo.

—¡Cony, me alegra verte! —exclamé ansiosa.

Me miró como si pensara que había perdido el juicio, y de hecho así era, mi cabeza no paraba de girar, necesitaba saber qué había ocurrido esa noche, y quizá ella podría darme una pista.

—Cony, anoche... bueno, creo que bebí un poco —reconocí apenada— y, para ser honesta, necesito ayuda con algunos detalles.

—Sí, señorita, ¿qué necesita que le diga?

El hombre del parque (Primera Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora