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Arizona Slowt

He comenzado la semana con el pie derecho, me he sentido muy bien, he hecho ejercicio para fortalecer mi cuerpo, he comido y lo más importante; he reído muchísimo. Ya ha pasado un mes desde mi cumpleaños, la verdad es que las cosas no han cambiado mucho pero siempre hay una diferencia. Ya saben, todo lo que implica crecer. He aprendido muchísimas cosas este último mes y me he informado mejor sobre temas que yo pensé que estaban mal pero no, están bien.

Mi bicicleta se arruinó de camino a la panadería, perfectamente pude ir a pie pero como ahora soy una chica que se ejercita, tome la bicicleta pero me salió muy mal. La llanta se ha pinchado y caí al suelo, intente andar con ella pero siempre me voy de lado.

Arizona: Mi bicicleta ya no da más, me he quedado parada en el parque.

Tarda unos minutos en contestar.

Mamá: Te mande por pan, no ha dar un paseo en bicicleta.

Arizona: Ven a mi rescate, súper mamá.

Mamá: Eres un desastre, mi amor. Deja termino esto y voy por ti.

Arizona: <3

Y después de eso, ella me clava el visto. Si, me ha clavado el visto.

Suelto un suspiro y tomo la bicicleta para andar con ella a la banca más cercana, ni modo que me quede esperando parada. Las palmas de mi mano arden debido a que me raspe cuando caí de ella, también me he golpeado un poco el codo y la cabeza, nada de que preocuparse. Tuve muchas caídas cuando aprendí a andar en ella, la he cuidado porque ciertamente, me facilita la vida. Cuando vamos de paseo, obligo a mi tío a llevarla en la cajuela mientras mi mamá se ríe. Si, siempre salimos como una familia, ellos charlando de las cosas nuevas -que suceden cada día- dentro de nuestra familia y yo paseándome a su alrededor en bicicleta como si fuera una niña pequeña, riendo y tratando de no caerme en el lago más cercano.

Sonrió, tenemos una salida el próximo fin de semana y no puedo estar más emocionada.

–Esa bicicleta no se ve bien. –La voz masculina de alguien me saca de mis pensamientos. Levantó la mirada y lo veo, sonrió.

–Si, se me ha pinchado una llanta. –Hago una mueca. –Pero ya vendrán por mi.

Él me sonríe. Alto, ojos grises, tiene músculos y una linda sonrisa, se ve tranquilo. Ojalá yo tuviera esa tranquilidad en mi vida, no tendrá más de veinticuatro años.

–¿Quieres qué te ayude? En mi auto ando para inflar, mi hermana pincha las ruedas seguido. –Sonrió pero niego.

–No quiero causar molestia, pero se lo agradezco muchísimo. –Él asiente lentamente.

–No es una molestia, podemos ir o si quieres puedo traerlo.

Hago una mueca al saber que debo caminar, estoy raspada de rodillas y la fricción que hago al caminar hacen que arda.

–Mm, no pasa nada. –Bajo la mirada, avergonzada.

Él solo quiere ayudarme y yo rechazo su ayuda. Siento como él se sienta en el lado vacío de la banca.

–Bien, entonces te haré compañía. –Volteó un poco confusa. –Hay muchos locos, es mejor que estés con alguien mientras llegan por ti. Es más seguro.

Alzó una ceja, divertida.

–¿Cómo sé qué tú no eres un loco? –Le interrogó.

–Eso no puedes saberlo hasta que haga algo malo. –Se queda pensando. –Pero, tampoco debes confiar en la primera persona que se acerque y te ofrezca su ayuda. No todos tienen buenas intenciones.

Sonríe. Bonita sonrisa.

–¿Tú tienes buenas intenciones? –Lanzó otra pregunta.

Se encoge de hombros, restándole importancia.

–Te he ofrecido llenar de aire esa ruedita y me he quedado aquí, cuidando de que nadie te ataque. Juzga por ti misma.

Niego.

–Gracias, no es incómodo hablar contigo.

–Pues gracias. –Responde, mirándome con curiosidad. –Me llamó Leo.

Estira su mano, la tomo.

–Me llamó Arizona. –Hago una mueca cuando apretamos la mano, él la retira al instante.

–Lo siento. –Dice rápidamente.

–No te preocupes, tampoco es que yo lo recordará. –Sonrió restándole importancia.

Él se queda pensativo.

–¿Arizona? ¿Cómo este lugar? –Pregunta, lo veo mal.

–Si, es que Alaska no estaba disponible. –Él suelta una risita a lo bajo. –Dice mi madre que si un día me pierdo, buscarán por cielo, mar y tierra aquí mismo, en Arizona. –Hago una pausa. –Es como "se busca la chica Arizona."

–¿Cómo si fueras representante de Miss universo? –Asiento. –Tu madre ha sido muy original.

–Ella es genial.

–Ya veo... –Susurra.

Nos quedamos en un extraño silencio extremadamente cómodo para mi gusto. Las ráfagas de viento pasan cada diez segundos y las respiraciones se pierden en este. Hay pocas personas en el parque, todas relajándose y charlando mientras sueltan una que otra risa, luego estamos Leo y yo, en completo silencio. Esperando a que vengan por mi.

–¿Por qué te has quedado? –Pregunto, sin mirarlo.

Siento que me ve con curiosidad pero no aparto la vista de las otras personas. Él suspira y se remueve un poco.

–Mi hermana tiene nueve años y si le pasará lo mismo, por mucho que me desagrada la idea de pensar que un extraño se acerque a ella ofreciendo su ayuda con doble intención, no sé. –Suspira. –No todos somos inocentes y llevamos nuestra malicia. Tal vez me quede porque no quería seguir caminando y aproveché para que nadie se pasará contigo.

Intento encontrar alguna falla que me dé indicios de que es una mala persona pero, no la hay. Así que, solamente asiento, brindándole una sonrisa a boca cerrada, mirándolo a los ojos.

–Leo, tus ojos...

–¡Arizona! –La voz ya tan conocida de mi madre suena y yo volteo en su dirección, tiene la mirada con algo de preocupación e intenta ver con quien estoy.

Leo se levanta y me sonríe una última vez.

–Nos vemos. –Y se marcha.

Me levanto con dificultad y puedo sentir como mi madre viene a paso apresurado hacía mi. Levantó la mirada haciendo una mueca, la fricción de mis heridas molesta.

–¿Quién era? –Pregunta, mientras me revisa las manos y rodillas. Me encojo de hombros.

–No lo sé, me ofreció ayuda pero le dije que estaba bien, así que se ofreció a quedarse hasta que vinieran por mi, mencionó de qué hay locos por todos lados.

–Debes tener cuidado con los extraños, no me gusto lo que vi. ¿Sabes cómo se llama?

Si, se llama Leo.

Niego, mientras le restó importancia a la situación. Ella suspira y me sonríe.

–Vámonos mamá.

Ella niega.

–Debemos ir por el pan primero. –La veo con la boca abierta. –Ya estamos aquí, tus heridas no son graves, me esperas en el auto.

–¿Has traído el auto? –Ella asiente, un poco avergonzada.

–Si, hace sol y no quería que se me bajará la presión.

–El clima está fresco.

–¡No cuestiones mis decisiones y vamos por el pan! –Me riñe.

Toma mi bicicleta como niña pequeña y la arrastra, yo me quedo parada en mi lugar, ¿pero qué...? Ella voltea y como puedo, sigo su paso.

Es una mujer impredecible y, es mi madre.

Secuestrada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora