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Arizona Slowt

–Si no vas a liberarme, dame respuestas. –Demandó en el catre que tengo para dormir. –No puedes tenerme aquí aislada del mundo, sin saber nada de nada, me volveré loca, estoy loca por irme a la mierda de este lugar y cortarte los huevo, maldito imbécil.

Él ríe. Si no fuera mi jodido captor, diría que su risa es encantadora (porque lo es) pero no me causa más que repulsión, escalofríos y miedo de que se me pueda acercar y hacerme algo muy malo, yo no podría defenderme, él es obviamente mucho más fuerte que yo, ¿cómo huiría?

–Puedo silenciarte de una vez por todas, Ari. –No digas mi nombre. –Pero me encantas y seria una pena perderte, no hice todo lo que hice para perderte en dos semanas, te ves bien, no te faltan medicamentos y mucho menos comida.

Me abrazo más a mí misma.

–Por favor... –Bajo la cabeza.

Siento como sus ojos se concentran en mí, el ambiente cambia y yo solo puedo cerrar los ojos, cada palabra que sale de su boca me lastima y la ansiedad vuelve a empezar.

–Dime que quieres saber. –sí. –Y solo te lo digo porque estás medicada.

No me he tomado las pastillas aunque me sienta horrible de la ansiedad y pasé vomitando, necesito que piense que estoy muy medicada. Asiento y él suelta un suspiro.

–¿Cómo te llamas?

–Monstruo.

Por primera vez, en dos semanas; me rio.

–Tu nombre, no tu apodo.

–No puedo decirte mi nombre, Arizona.

–¿Por qué no? –Preguntó. –No tengo contacto con nadie, ni modo que le hable a la pared, aunque estoy a nada de hacerlo.

Es la conversación más larga que hemos tenido, hoy se encuentra de buen humor.
Él parece pensarlo y lo piensa bien, ¿a quién le diría? ¿A él mismo? Seguramente ya estoy loca por hablarle, me da miedo y asco.

–Lumbert.

–¿Lumbert?

–Así es.

Carraspeo, dejándome de abrazar y acostándome. Debo fingir, debo hacerlo.

–Bien, Lumbert ¿por qué me tienes aquí?

–Porque eres la niña más rica que he podido ver, me deleito con tus gritos cuando nos divertimos, cuando pides que pare y no lo hago, cuando te estás ahogando, porque tu inocencia te hace ver débil y eso es adorable. Porque me encantas y te he vigilado, eres perfecta para mí.

Silencio y asco es lo que siento. ¿Qué más podría sentir por él? Solo siento desprecio hacia mi captor. ¿Cómo decirle sin que intente golpearme nuevamente? Aun no... no me viola. Es espeluznante, más que eso todas las noches, viviendo con el miedo de que me haga algo, es horrible. ¿Cómo le digo qué me asusta, que le tengo asco y que no quiero que me toque sin que me torture?

–Comprendo...

–¿Lo ves? Poco a poco te vas adaptando a nosotros dos.

Lo ignoro.

–¿Cuándo me dejarás ir? –Ríe.

–Primero te descuartizo.

Miedo.

–No...

–Y le enviaría tu cabeza a tu madre y tus senos a tu tío, seguramente les complacerá tenerte nuevamente en casa ¿no es lo que buscan?

–¡No serias capaz, jodido imbécil! –Suelto un sollozo. –Te lo ruego, déjame ir, déjame ir.

–No seas estúpida, Arizona. Entre más me pides que te deje ir, más ganas de matarte me dan, así que cállate la puta boca antes que te la cosa.

No pienso.

–¡Pues mátame! –Él se levanta, yo copio su acción y en segundos lo tengo apretando mi cuello, cierro los ojos. –Mátame, es mejor que compartir contigo, vivir contigo y que me toques, mátame, solo siento asco por ti.

Besa mi frente y yo intento alejarlo, él me jala del cabello.

–Escúchame, zorra. –Abro los ojos haciendo contacto visual por primera vez, grises, sus ojos son grises. –No te voy a liberar, maldíceme lo que quieras, golpéame, será peor para ti, no para mí. Entre más gritas, más te torturaré. Eres mía, Arizona y primero te mato, me como tu cuerpo asado y le envío la cabeza a tu mamá como si fueras un cerdo; antes de dejarte ir. Conmigo te vas a la muerte, estás jodida, yo te salve.

–Tú me has arrebatado la vida.

–¡Yo te doy una nueva vida! –Golpea mi estómago. –Nadie que no sea yo te podrá hacer daño.

Un grito de dolor sale de mí, me retuerzo de rodillas es el suelo, intentando estabilizar mi respiración. Mi corazón va a mil y las lágrimas no se hacen esperar, aun así, sigo hablando, me sigo defendiendo, sigo alzando la voz.

–Así como me estás arrebatando cada segundo de mi vida, así le has arrebatado la vida a más chicas. Yo no quiero tu nueva vida de porquería, ¡quiero volver con mi familia y no estar con un desquiciado como lo eres tú! –Me suelta una cachetada que me arde hasta el alma. –No voy a permitir que mis lágrimas sean tuyas, que yo sea tuya. No voy a permitir sentir miedo, me das asco y lastima; debes robarle amor a las personas para sentirte querido. ¡A mí me están buscando! Y me van a encontrar, sea como sea, me van a encontrar y no seré otro caso del montón. –Su mirada es penetrante, me levanto y lo enfrento. –No seré una más de la lista, así como yo estoy sufriendo, tú también lo harás hasta el punto de llorar sangre, te vas a arrepentir de haberle quitado la vida a todos los jóvenes. Te vas a arrepentir de tu propia existencia.

Silencio.
Silencio.
Silencio.

Carcajada de su parte. Esa risa que causa escalofríos, esa risa que te hace derramar lágrimas porque no importa lo que digas, tu vida está perdida, esa risa que viene con una mirada divertida.

Me agarra fuertemente del cuello y me pega contra la pared, la respiración se me corta.

–Te van a encontrar descompuesta. –Niego, intentando respirar. –Tu madre llorará sangre y yo estaré ahí para verlo, yo soy el causante de tu sufrimiento y eso no me puede generar una satisfacción mejor. ¿Crees qué causaste algo en mí con tus patéticas palabras? Por favor, estas bajo mi mando, puedo hacer lo que quiera contigo, incluso, puedo hacer nada contigo y aún así divertirme. Eres mía, cada lágrima, cada suspiro, cada ataque; es por mí. Yo soy tu dueño, yo soy tu nueva vida mientras sigas respirando. –Afloja su agarre, escucho todo pero me siento mareada al no poder respirar bien. –Yo seré el dueño de tu último aliento. Quizá te tire al vacío, en algún acantilado, quizá reparta partes de tu cuerpo hasta que no quede nada de ti, quizá te ahogue en una cisterna hasta que el agua sea amarga, quizá... te coma. –Deslizó mi cuerpo por la pared, perdiendo poco a poco el conocimiento. –No me interesa quien sea la siguiente después de ti, pero no dudes de que no habrá alguien más después de ti, tan confiadas como sus estúpidas marchas y no saben que el enemigo las elige en las marchas. Tan ingenuas queriendo hacer un cambio. Arizona, yo me he llevado a tus amigas y ahora te llevo a ti. –Ríe. –Y no tenías que vestir provocativamente para que yo te quisiera para mí.

Duele no poder defenderme.
Duele que sea cierto.
Duele tanto vivir este infierno.

Cada palabra que dijo se ha quedado conmigo y antes de desmayarme, suelto una última lágrima de desesperanza.

Secuestrada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora