Prologo

982 70 15
                                        

El fuerte olor metálico de la sangre parece ahogarme, parece querer consumirme. Mis manos están manchadas de aquel liquido carmesí mientras que mis rodillas comienzan a flaquear.

Me pitan los oídos y me siento mareada, por un segundo siento como si me estuviesen quitando el aire de los pulmones, mis quejidos suenan ahogados hasta para mí, como si fuese un pez fuera del agua.

Puedo sentirme al fin colapsar al igual que mi pecho, el cual tiembla y se contrae con fuerza, con una violencia como nunca antes, lágrimas saladas corren por mis mejillas mientras pienso en él.

Y no puedo resistir ni un minuto más de pie, mi cuerpo se rinde y cae postrado en el suelo, golpeo mis puños con fuerza contra el sin sentir realmente dolor, porque no hay dolor más fuerte que el que al fin parece envolver mi corazón al entender la brutal realidad. Mi mente parece haber salido de un largo sueño, de un trance que me alejaba de la verdad hasta ahora.

Desconsuelo. Al entender que realmente ha muerto. Al entender que no lo podré ver jamás y que solo me quedan los recuerdos, recordar el tiempo que pasamos juntos.

Aún tengo mucho por lo cual vivir y respirar pero justo en este momento, abrazo el dolor y la sensación de desasosiego que fácilmente podría destrozarme de nuevo. Este instante es mío, para recordarlo, para llorarlo y para despedirme, para decirle que al fin puede estar tranquilo.

Mi pecho convulsiona con cada sollozo desgarrador que sale de mi y mi garganta se siente al rojo vivo ante mis gritos y mi llanto constante.

Nunca había llorado, no como ahora, no con verdadero pesar.

Él no estará más, se ha ido, jamás volveré a verlo y solo ahora lo puedo entender. Solo ahora mi cerebro comprende esa información.

Está muerto.

Éxtasis. [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora