Poséeme.
Bésame con fuerza.
Tómame una y otra vez.
Pero así somos nosotros.
Así es nuestro amor imperfecto.
Lleno de turbulencias.
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✕ Pairing: Marinette Dupain-Cheng y Adrien Agreste
✕ Contenido y leng...
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La alarma sonó exactamente a las seis de la mañana en la habitación del hotel, y tuve que reprimirme para no llorar y desear que todo fuera una broma. Todavía tenía los músculos doloridos y los pies tan entumecidos que no podía sentirlos. Habría matado por un par de horas más de descanso. O por que me hubieran asignado otra ruta...
Ser destinada a trabajar en la primera clase con Elite era como una sentencia a muerte, y a menos que hubiera algún tipo de intervención divina, estaba segura de que no iba a durar mucho más tiempo.
Durante cuatro semanas, había recitado la carta de vinos y quesos en cada uno de los servicios —así como las cinco comidas y las reglas de seguridad— a los pasajeros de primera clase en las rutas que cubrían los trayectos entre Portland y Fort Lauderdale, entre Seattle y Los Ángeles, entre Atlanta y Beijing, entre Beijing y Nueva York. Por no hablar de las numerosas ciudades que había de escala en el medio.
Me había apresurado a través de las terminales sobre mis nuevos zapatos de tacón —casi tres centímetros más altos que los de antes—, me había obligado a sonreír a los pasajeros más maleducados, me había adaptado a los constantes cambios de zona horaria, sorprendida de haber logrado mantener en secreto mi frustración. Sobre todo porque me habían emparejado para trabajar con la peor supervisora, según decía todo el mundo.
«El halcón», es decir, la señorita Connors.
Esa mujer estaba tan obsesionada con la perfección que vigilaba todos mis movimientos, todas mis respiraciones. Según ella, las pinzas que me ponía en el pelo estaban demasiado inclinadas hacia la izquierda, mis habilidades para servir bebidas parecían las de una camarera ciega y me consideraba indigna de compartir su ruta, que contaba con tantos destinos lujosos.
Siempre revoloteaba a mi alrededor. Siempre. No importaba lo mucho que tratara de hacer las cosas al modo de Elite, ella seguía insistiendo en que las hacía de la forma equivocada.
Solo tenía un respiro cuando me recluía en mi habitación. Mientras la mayoría de la tripulación se reunía en el bar del hotel o quedaba para explorar la ciudad, yo me quedaba en cama, disfrutando del mayor número de horas de sueño posible. No importaba cuántas veces intentara no soñar con Adrien, mi mente siempre se rebelaba contra esas intenciones.
Imágenes de sus besos y su forma de follar inundaban mis pensamientos más inocentes, y seguía recordando la manera en que sus labios se apoderaban de los míos. Traté de seguir adelante, de llevar a cabo el consejo de Chloé y quedar con otra persona, pero todos los hombres salían perdiendo cuando los comparaba con él. La atracción era menos intensa y las conversaciones no me llenaban.
Después de que la alarma sonara durante cinco minutos, giré de medio lado y la apagué. Luego cogí el teléfono de la habitación y marqué el cero.
—Recepción del Dallas Airport Marriott —respondió una mujer ante el primer timbrazo—. ¿En qué puedo ayudarla?