Poséeme.
Bésame con fuerza.
Tómame una y otra vez.
Pero así somos nosotros.
Así es nuestro amor imperfecto.
Lleno de turbulencias.
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✕ Pairing: Marinette Dupain-Cheng y Adrien Agreste
✕ Contenido y leng...
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«Necesito beber algo...».
Me palpitaba la cabeza por el dolor después de pilotar dos vuelos llenos de turbulencias. Además, Marinette había empezado a llamarme y a enviarme mensajes de texto de vez en cuando, como le daba la gana; me encontraba a punto de dejar a medias la sesión en el simulador. Para empeorarlo todo, el circo de Elite Airways estaba en su apogeo, llenando de historias las portadas de los principales periódicos y de entrevistas promocionales cada cadena de noticias.
Mi padre, siempre ansioso de atención, era ahora el dueño de la primera compañía aérea que ofrecía una gira para los medios de comunicación. Permitía que reporteros de todos los periódicos subieran a bordo del nuevo Dreamliner para que escribieran entusiastas reseñas sobre el avión. Así que no le importaba volar con ellos y contarles más mentiras. Había dicho cosas como: «Sí, este es el avión del que estoy más orgulloso», «Mi familia todavía no ha volado en él» o «Sí, creo que a Sarah le hubiera encantado».
No fue hasta que leí la última frase que me di cuenta de que lanzaba este tipo de mierda a los medios exactamente en el mismo momento todos los años. Probablemente era su manera de enfrentarse con la culpa ante sus numerosas mentiras, cómo se resistía al destino que lo esperaba en el infierno.
No seguí leyendo el resto de los artículos y me guardé el móvil en el bolsillo. Recurrí a un nuevo crucigrama, pero antes de que pudiera empezar, la sesión del simulador terminó con una sacudida que casi me tiró de la silla, por lo que estuve condenadamente cerca de golpearme contra el parabrisas.
Molesto, miré la pantalla con los resultados.
—Luka, felicidades una vez más —dije—. Has matado de nuevo a todos los ocupantes del avión, pero al menos esta vez lo has estrellado en el suelo, por lo que en cada ataúd habrá alguna parte de los cuerpos.
—No me ayuda nada, señor —me acusó, con los ojos llenos de lágrimas como la última vez—. ¿Tanto le costaría darme algún consejo?
Me desabroché el cinturón de seguridad.
—La próxima vez hazlo mejor.
—Con el debido respeto, ¿no podría decirme algo que realmente me sirva de ayuda?
—¿Tengo que enseñarte a leer? —Me levanté y le lancé el manual de instrucciones del Airbus 321—. Cometes siempre errores en el protocolo de emergencia porque lo tratas como si fuera un puto CR-9. Trata de aprender los capítulos del siete al treinta. ¿Es esto lo suficientemente útil para ti?
Asintió, y puse los ojos en blanco mientras salía del simulador. Atravesé el hangar y pasé por delante de los demás simuladores ignorando al supervisor, que se acercaba a mí sacudiendo la cabeza.