Capítulo once.

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Terminé por poner mi última bota para por fin estar lista. Hoy es martes y al fin podíamos darle una despedida bien a mi pequeño hermano. Todo el día de ayer no pude dejar de llorar y más cuando me encontré nuestro álbum de fotos. Tengo que dejarlo ir pero sé que no es ni será fácil.

Michael estaba frente a mí viéndose en el espejo para acomodar correctamente su cabello. Sonreí internamente poniéndome a su costado para también acomodar mi cabello, me miro de abajo hacia arriba y finalizó con una tierna sonrisa a lo que yo también hice.
Me sentía tan agradecida de tenerlo justamente aquí a mi lado, estas últimas semanas habían sido una total locura a su lado.

Mamá dio tres toquidos a la puerta indicando que ya estaba todo listo para irnos. Michael y yo nos miramos al mismo tiempo para indicar que ya estábamos listos, entonces salimos de la habitación para bajar a la sala principal donde ahí ya estaban todos.

En el camino me la pasé mirando por la ventanilla en verdad no me sentía en este mundo, me sentía aturdida y deseaba con todas mis ganas que todo esto terminara pronto.

[...]

Después de unas largas horas dejamos el cementerio, pedí permiso para pasar el resto de la tarde en casa de Michael, no quería estar sola ni sentir nada de soledad.

Estábamos ya fuera de su casa esperando a que la puerta fuera abierta, pasaron unos cinco minutos cuando tuvimos al fin la respuesta. En el marco de la puerta se dejó ver un William soñoliento, por una extraña razón mi piel se erizó totalmente.

—¿Qué tal? -saludó llevando una mano a su cabello. En cambio a Michael lo ignoró por completo.

Mi boca se quedó boquiabierta sin saber muy bien como reaccionar o hacer y fue aún más incómodo cuando Michael cabizbajo pasó por un lado suyo. Dando pasos torpes pero pude entrar yo también.

—¿Te han comido la lengua? -lo escuché hablar por atrás cerrando la puerta.

Michael subió rápidamente las escaleras sin embargo yo me quedé ahí debajo con William, di la media vuelta para mirarlo, sólo traía un pantalón deportivo gris por lo que en su pecho desnudo pude mirar algunas no tan profundas cicatrices.

—William, no estoy de humor. -bufé.

—Ya. -rió por lo bajo y me di cuenta que lo quiso disimular un poco limpiando su garganta. —¿Quieres algo? -frunci mi ceño negando.

Me di la media vuelta caminando hacia las escaleras. Por qué serás tan imbécil William. Subí los primeros escalones y nuevamente por detrás escuché su voz pero ahora no me detuve sólo seguí subiendo.

—Si necesitas algo estaré aquí abajo. -su voz salía más ronca de lo normal.

Terminé de subir los últimos escalones viendo que la puerta de al final del pasillo estaba abierta, la habitación de los niños. Me quedé un momento viendo hacia allá hasta que la voz de Michael apurandome me hizo reaccionar.

—Perdón. Ya estoy aquí. -dije entrando a su habitación.

Se me hizo bastante extraño ver que estaba algo desordenada pues siempre que venía estaba todo muy correctamente. También pude ver que ya tenía ahí unas pequeñas maletas listas, de una de estas se asomaba una fotografía por lo que curiosa me acerqué sacándola del bolso. Era una fotografía familiar aunque bueno, su mamá no salía en esta, supongo que ha de ser igual de linda que su hermana. La puse nuevamente en su sitio y miré que Michael estaba buscando algo en su closet.

—Mi... -estaba por llamar su nombre para preguntarle si necesitaba ayuda pero la voz de William gritando desde abajo me interrumpió. Ambos maldecimos por lo bajo.

Malédiction Violette. // William Afton. [hombre morado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora