XII: AGUÍLA Y SERPIENTE

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— ¿Por qué no puedo presentarme? —inquirió furioso el castaño de ojos oliva. Detestaba el ver pasar a sus amigos a la tarima y reunirse en cierta manera con sus familiares, pero él tenía que permanecer como un espectador más.

La chica de cabello cobrizo y mirada de mar le siguió hasta el balcón, de dónde se podía admirar el campo de Quidditch y un poco más allá, el pueblo de Hogsmade. Le dolía en su corazón el desánimo del chico, y deseaba con todas sus fuerzas su felicidad, no obstante, sintió la necesidad de ayudarle a comprender. Se colocó a su lado, depositando suavemente la mano sobre la de él; no fue extraño ni incómodo, pero sí reconfortante. Se querían, más no sabían como sobre llevar la espesa sombra del pasado. Ella le miró, anhelando poder entrar en su cabeza y descubrir lo que éste pensaba tras ése ceño fruncido; desde ése perfíl, podía notarse la similitud que guardaba con su padre.

— Daniel... —dijo su nombre como un susurro: suave y delicado—. No puedes molestarte con tus...

— No lo digas —gruñó apretando las manos, sin verle—. Ellos nunca me han querido como su hermano, ¿por qué seguir refiriéndome a ellos de aquella forma? —hizo una corta pausa, dejando ir una risa desgraciada. Y entonces le miró, los ojos del chico estaban inundados de lágrimas—. Soy el hijo maldito.

Ella negó rápidamente, tomándole del rostro.

— ¡Jamás vuelvas a repetir éso, Dan! —le dijo con expresión compungido. Quizás en su dolor él no lo notaba, pero ella también sufría—. Y no puedes decir que nunca te han aceptado como parte de ellos —siguió. Él quiso refutar, más no se lo permitió—. Déjame terminar... Si te enfocas solo en las zandeces que dice el imbécil de Krum, entonces tú también lo eres —Daniel se sintió ofendido—. Sí. Porque mirando dentro del hoyo jamás encontrarás luz...

La conversación de los chicos fue interrumpida, y recomponiéndose tuvieron que regresar al Gran Comedor, dónde ya dos de ellos esperaban impacientes para presentarse.

— ¿Todo bien? —quiso saber en tono protector Teddy a Daniel, éste último asintió pocamente para continuar el camino hasta su puesto.

Los dos chicos en la tarima se susurraban entre ellos, riendo y empujándose. Los espectadores asumieron de inmediato que ese par no podían venir de otra familia que no fuese los Weasley. Que tan equivocados estaban.

— ¡Hey, vetez! —dijo el de la derecha—. Mi hermano y yo queremos advertirles que se preparen para admirar a...

— ¡Oh, no comiences con tus babosadas, Lyssander! —le cortó Dominique de mala gana. Lyssander abrió la boca ofendido, pero detrás de ello resguardó una sonrisa.

— ¡También te amo, Nique! —la pelirroja le dedicó una sonrisa forzada, mostrándole el dedo del medio—. ¡Abuela, Moll, mira a tu nieta!

La sorpresa se hizo ver en el rostro mayor de la matriarca de los Weasley, de no ser por el impacto emocional que le produjo ser llamada "abuela", fuese amonestado de inmediato a Dominique. Pasado el estupefacto, y no solo en la señora Weasley. El chico de la izquierda, habló.

— Creo que no debí dejar a Lyssander para que nos presentara —su voz sonó mucho más serena y formal, pero sin dejar de lado el mismo timbre de voz—. Por cierto, gracias a Dominique... —la miró haciendo énfasis en el nombre nada grato de la chica, continuó—, ya nuestra madre sabe que somos sus hijos.

— ¿Por qué lo dices? —preguntó Imelda Greenbolth, una chica de Hufflepuff cursante de tercer año.

— Según nos cuenta ella... —sonrió, aunque aquel gesto no se notaba del todo por la capucha que cubría su cabeza—, la abuela siempre le cantaba para dormir: Lisis andros canente luna... —comenzó a cantar y su hermano le siguió al segundo. Pero no eran los únicos que entonaban aquella melodiosa canción que nadie conocía ni mucho menos conocían, pues dos rubios: un padre y una hija, cantaban en voz alta.

SIN LEY MÁGICA: TERCERA GENERACIÓN AL PASADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora