Capítulo 19

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—¿Acaso no escuchaste? —pregunta molesta Victoria—. Te dije que lo recojas.

Busco a Eric con la mirada. Habremos tenido desacuerdos pero estoy segura que no va a consentir esto.

—¿A qué esperas? —me reclama Eric muy serio. Abro mi boca incrédula—. Obedece.

¿Está bromeando? Sigo mirándolo sin moverme. Pero en su rostro solo hay frialdad. Él en verdad espera que lo haga. No lo reconozco, creo que nunca lo llegué a conocer en verdad, no conocía esta faceta hiriente y cruel de él. ¿Va a permitir que ella me humille así?

—¡No! —digo muy molesta—. No voy a recogerlo, ella lo tiró intencional.

Eric me mira intimidante, se levanta de su asiento acercándose a mí hasta que estamos cara a cara y mi interior tiembla bajo su gélida mirada. Por fuera trato de aparentar seguridad y mantengo mi barbilla en alto mientras lo miro.

—No has entendido nada, ¿verdad? —me dice y presiento que esto no va a terminar nada bien para mí—. Eso es lo que eres, una sirvienta. Si tu señora dice que lo recojas, pues lo recoges. Entiende tu lugar —pide de forma hiriente—. Hazme repetir lo que tienes que hacer y no me va a temblar la mano para castigarte.

Lágrimas de impotencia y rabia se deslizan por mis mejillas. No quiero llorar, no frente a ellos, pero me es imposible evitarlo. Estoy tan dolida.

Eric sigue mirándome impasible. Yo apretando mis dientes me agacho sin dejar de mirarlo y comienzo a recoger el desastre. El plato está roto en pedazos y la comida esparcida en el suelo. Hago mi trabajo sin mucho detenimiento, solo quiero largarme o voy a explotar. Entonces me retiro sin esperar autorización.  Presa de la ira aprieto los trozos rotos en mis manos sin medir las consecuencias y termino haciéndome una herida.

—¡Ay! —me quejo, mirando el daño que me ha causado el material en mi mano.

Fuera de la habitación no puedo más y ya no restrinjo las lágrimas que rogaban por salir. Me siento tan humillada.

—¿Qué sucede? —me preguntan—. Elena, ¿que pasa? —interroga Sebastián acercándose a mí. Al notar la herida de mi mano me mira preocupado, toma mi barbilla y me hace levantar mi rostro lleno de lágrimas. Arruga su ceño, desvía su mirada a la puerta de la habitación de la que he salido, entonces aprieta fuertemente su mandíbula como si acabara de entender algo que le disgusta mucho.

—Se lo dije —gruñe furioso—. ¡Joder! Le advertí que la dejara en paz —habla con sigo mismo.

Yo me suelto de su agarre huyendo de allí. A un par de pasos giro mi rostro y observo como Sebastián entra encolerizado a la habitación de Victoria, casi que tirando la puerta a su paso. Ahora mismo no tengo fuerzas para hacer nada, así que continúo mi camino alejándome.




Me encuentro sentada en la cocina mientras Marta la cocinera limpia mi herida.

—Mi niña, ¿le contarás a esta vieja que sucedió? —habla ella.

—Descuida, solo fue un arañazo —evito hablar del tema.

—No me refiero a esa herida —dice señalando mi mano—. A veces esas que no se ven son las que más sangran. A mí no me engañas, llegaste aquí con los ojos rojos y tu semblante decía todo lo que no contaste tú.

—Disculpa, de verdad no quería molestar. Es solo que no quiero preocupar más a mis hermanas.

—No seas tontita —me regaña—. ¿En qué momento dije que me molestabas? Me molestaré si no acudes a mí cuando lo necesites.

El Reino de los ElfosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora